martes, 1 de agosto de 2023

El granito y el barro. (¿las gentes?)


“El Granito y el Barro”

 

He conocido a algunas personas de granito, como todos: con un carácter de piedra, rectas, inamovibles, inmutables, con opiniones del tamaño y la forma de las Montañas Rocosas, cantera que hay que excavar durante cinco años para extraer una sola sonrisita pétrea. Eso está bien, es admirable, pero no tiene nada que ver conmigo. Lo recto está bien, pero yo soy más bien retorcida.

 

El barro es realmente muy distinto del granito, y debería tratarse de otro modo. El barro se queda en su sitio, húmedo y denso y pringoso y productivo. El barro está bajo los pies. La gente deja huellas en el barro. Como barro acepto los pies. Acepto el peso. Trato de dar apoyo, me gusta ser acomodaticia. Los que me toman por granito dicen que no es así, pero no han prestado atención a dónde ponían los pies. Por eso la casa está toda sucia y llena de pisadas.

Para alterar el granito hay que hacerlo estallar.

Solo soy barro. Cedo. Trato de acomodarme. Y así, cuando la gente y las cosas enormes y pesadas se marchan, no han cambiado, salvo porque tienen barro en los pies, pero yo sí he cambiado. Sigo aquí y sigo siendo barro, pero estoy llena de pisadas y huecos hondos y huellas y alteraciones. Me han cambiado. Tú me cambias. No me tomes por granito[1]

 


Hay modos inesperados de presentarse ante la sociedad de los hombres, hay caretas de diversos tipos, disfraces variados y roles que se interpretan sin inhibiciones ni vergüenza. Interpretar un personaje postergando a la persona, ningunearla o simplemente olvidada, tiene un enorme costo que antes o después se paga. La interpretación de un personaje en el teatro de la vida de todos los días, siempre se paga. Algunas veces en especias, otras con dinero, con prestigio, con olvidos o, lo que es peor, con la perdida de la salud física o mental. Los seres humanos estamos acostumbrados a actuar, a desarrollar nuestras performances. El asunto está en interpretar nuestro papel, pagando el menor costo posible. Algunos aseguran que la proximidad del personaje a la identidad personal es garantía de bajo presupuesto. La distancia diferencial entre la persona y el personaje, es directamente proporcional al monto que se anota en la factura emitida siempre al consumidor final.


 

La genial Úrsula K. Le Guin, propone dos modos polares de comportarse en la vida. De granito, como ella lo afirma, es el tipo duro, rígido, principista, cumplidor de la ley sin preocuparse por el espíritu de la misma. Es ese tipo recto, impoluto, el que la tiene siempre clara, el que raramente duda ante la toma de decisiones, ya que la letra de la ley o los convencionalismos sociales se lo están diciendo claramente. No es de medir las consecuencias en los demás, sólo le importa ser fiel a sí mismo y sus principios; de lo contrario será el quien pague las consecuencias de su incoherencia. Las personas de granito tienden a ocupar cargos directivos a los que acceden por su eficiencia, perseverancia y honestidad a toda prueba. Otros ‘Granitos’ son jefes de bandas y variados tipos de asociaciones. En ellas demuestran su liderazgo férreo, no consideran excepciones y aplican las normas o los códigos a rajatabla. En criollo diríamos que para este tipo de individuos “no hay chanchos con dos colas”, son aquellos que no suelen confundir el aserrín con el pan rallado.

¿Está mal ser Granito? Para nada, naturalmente cumplen un rol social muy importante. Son los guardianes y garantes del pacto social. Nada los mella, no tienen cicatrices expuestas, de huellas, ni hablar.

 

Los Barro son individuos flexibles, ocupan lugares inferiores, son maleables, pueden adoptar diversas formas, aceptan las pisadas y conservan las huellas que dejan en ellos. Una parte de ellos también se desprende y se adhiere a los pies del otro. Son tipos agradables, son consistentes, aceptan recomendaciones y consejos, se constituyen en la amalgama de lo social, no presentan aristas agudas que hieran al contacto, ceden, empatizan, se adaptan y convencen mediante argumentos y razones sesudas. Su característica principal es la predisposición al cambio, a aceptar y dar, a dejarse modificar y modificar silenciosamente a su vez. Son tipos simpáticos, generosos, afables y amigueros.

 

Trabajando en la mina.

 

David Connolly, nuestro amigo, el geólogo irlandés, nos contó el caso de un atildado funcionario inglés que regenteaba el centro de estudios donde él había conseguido su primer trabajo. Archibald - vamos a darle ese nombre ficticio por su sonoridad destacadamente flemática - era un jefe estricto, recto, justo, exigente con los demás y sobre todo consigo mismo. Era el primero que llegaba a la oficina, siempre vestido impecablemente. Saco azul, pantalón gris de franela, camisa blanca, zapatos excelentemente lustrados, marrones y de punta roma. Lo más llamativo: sus corbatas. Tendría tres o cuatro, siempre bien planchadas y con motivos similares, una o dos con cuadrillé escocés y las otras bordó y azul con rayas diagonales con un discreto escudo de su club de remo.

A nuestros fines, es importante conocer cómo era la firma personal de Archibald. Consistía en su nombre y apellido un tanto ilegibles, encerrados al final por un círculo imperfecto pero completo. Al interior de tan perfecto cerco, Archibald no tenía escapatoria. Eso es lo que un día - Janet Blind, una de las secretarias con vocación de grafóloga - le dijo a modo de broma. Inmediatamente, lamentó lo dicho, lo consideró una desprolijidad de su parte, y su cara, con las orejas incluidas, se tiñó de color rojo vergüenza.

Mientras consultaba algo en unos libros de contabilidad, Archi (así le decían sus empleados en secreto), escuchó la charla de dos empleados que comparaban sus firmas y las vinculaban con sus historias. Comentaban un poco de todo, pero lo que le impresionó fue eso del encierro del nombre, una vez más, el cerco alrededor de sí mismo. Al parecer la gente más abierta, afable y franca no hace círculos, a lo sumo rubrica su nombre – se dijo para sí. Al día siguiente le pidió a Janet que citara a alguna persona de la oficina de registros personales para que trajera su legajo. Una vez llegado el empleado, le informó que deseaba hacer un pequeño cambio en su firma. Así fue que Archibald sacó el círculo y decoró su firma con una pequeña rúbrica y dos puntos al final, como al descuido.

 

Al día siguiente apareció con un outfit blazer a cuadros chicos, camisa celeste y sweater cuello redondo, sin corbata. Eso sí, los zapatos eran los mismos.

Dos o tres años después, David lo encontró en un pub en el centro de Dublín. Archie (ahora se llamaba a sí mismo de ese modo), le comentó muy afablemente que había reflexionado concienzudamente lo que aquella secretaria le había dicho acerca de su firma. Le contó que aquella tarde – noche pensó: “hay gente con una personalidad tal, que le permite tener una firma abierta, y se comportan de ese modo. La mía, cerrada, coincidía con ese modo mío de ser que me tenía repodrido. ¿Podrá conseguirse el efecto inverso? ¿Que al cambiar la firma se ablande el granito?” Procedió de ese modo, logrando algunos resultados que comenzaron a dejarlo cada vez más satisfecho.

 

Si, ya sé, una historia demasiado sencilla, una anécdota trivial para afirmar que los seres humanos no son blancos o negros. Que la inmensa mayoría de ellos son grises: granitos ablandados, o barros duros.

La postura de Le Guin me parece muy descriptiva y valiosa por exponer los pares de opuestos, sin embargo, tiendo a creer que los modos humanos no son tan polares. Conozco granitos que se resquebrajan en la soledad, a los que sus lágrimas mojan su material de tal manera que le dan una consistencia algo barrosa. Conozco barros, que reclaman para sí un poco más de consistencia, ya que fracasan en algunas empresas porque no logran hacer efectivos sus sueños.

 

Soy protagonista en el teatro de la vida. También tengo mi set de caretas, disfraces y personajes favoritos que interpreto plenamente. No se puede vivir de otro modo. Al sacarme el maquillaje frente al espejo, una lágrima con restos de delineador invade la mejilla blanca, otras veces, el espejo me devuelve una cara un poco embarrada con una sonrisa franca de oreja a oreja. ¡Parece ser que de eso se trata vivir!

 

     

 



[1] Ursula K. Le Guin, “Contar es escuchar”. Editorial Círculo de Tiza, Madrid, 2018