domingo, 26 de abril de 2020

Juegos con consecuencias desastrosas.


Los jueguitos del capitán.
Ricardo T. Ricci
26 de abril de 2020.













Todos los años, para el día del policía, el capitán organiza un día de campo e inventa tres o cuatro jueguitos estúpidos y a la vez peligrosos. Ayer se vino con éste al que llamó: “Acierta o pierde”. Consiste en que todas nuestras señoras o novias se sientan detrás de la lona mientras a nosotros nos hacen mirar para otro lado. Cuando ya las damas están bien ocultas y dispuestas, nosotros debemos pasar de uno en uno a identificar los pies de la propia mujer o novia. El capitán y el sargento no participan, sólo se divierten.

Los pies del extremo derecho son los de la cabo Chadwick, esposa de Johnstone. Le encanta usar pantalones y zapatos de hombre, la hacen sentir más segura en la comisaría. Las dos de la izquierda no son problema, son la hija y la esposa del capitán. Simple deducción: la esposa por los zapatos pasados de moda y la hija, porque siempre está pegada a ella prendida de su brazo derecho. Me quedan siete.

Nunca presto atención al modo en que mi mujer se viste, ¡lo voy a comenzar a hacer desde ahora! Esto más que jueguito, es un modo de ponerlo a uno en flor de aprieto que en general tiene consecuencias.

Sé que si no reconozco los pies de mi mujer seré el hazmerreir de la jornada y luego recibiré, en casa, la correspondiente sanción. Si elijo cualquiera de las damas de mis compañeros, se arma la maroma, comienzan los celos y las suspicacias, luego pueden pasar meses de sospechas y comidillas.
El problema se torna más grave aún, si elijo los pies de la novia del sargento, ella es bien pispiretona y de ojito alegre y él un celoso patológico. Supongo que ella será la de los zapatos más puntudos, por las dudas no los elijo.

¡Vamos, hay que jugarse! Me decidí por los del medio, completamente al azar. ¡Y le erre fiero! Eran los pies de la hija del capitán que justo ese día comenzaba a practicar conductas contra el apego. Se puso colorada de la vergüenza y comenzó a llorar. El capitán no me va a perdonar eso.

Mi mujer también se puso colorada, pero de la furia. Me ligué una perorata acerca de mi falta de atención, de mi menosprecio a su persona, de mi falta de consideración por las cosas del hogar, de que seguro que reconocía los pies de mi madre y de que en el fondo me parecía a mi padre, un soñador distraído. Que cuando estábamos de novios nunca recordaba que detesta el helado de chocolate y no le gustan las flores.

Hace una semana que me trata con indiferencia, de acuerdo con los antecedentes, calculo que estaré en el freezer por lo menos tres meses. Cuando llego a casa le doy un beso a una estatua de mármol que se viste como mi mujer, cuando nos vamos a dormir siento unas irradiaciones raras que vienen de su lado y me provocan insomnio. Comida: arroz blanco con huevo duro y ¡si querés otra cosa, ahí está la heladera! No es la primera vez que ligo de este modo.

El año pasado al capitán se le ocurrió otro jueguito. Con los ojos vendados debía conocer a mi esposa sólo con el tacto. Una vez realizado el reconocimiento, debía dársele un ósculo en la mejilla. Le plantifiqué el beso a la mujer del capitán, no me había dado cuenta del bigotillo que portaba.
Esa vez aparte del freezer por tres meses, me chupé calabozo por tres días.

Por eso prefiero que el día del policía no llegue nunca, o que lo trasladen al capitán de una vez.        

lunes, 13 de abril de 2020

Una consulta médica


Dolor
Ricardo T. Ricci
20 de setiembre de 2016

Son llamativas estas cuestiones de la comunicación entre el médico y el paciente. No hay médico que diga que la relación médico paciente es un asunto sin importancia, sin embargo…


Al respecto, hace unos días Hernán Gutiérrez me contó su experiencia:

Pase Gutiérrez, buen día. ¿Qué anda haciendo por acá?

Tengo un dolor en el pecho doctor.

Sabe Gutiérrez, ¡he perdido mi sello! Hable, hable que lo escucho mientras lo busco en medio de este quilombo de papeles. Lo escucho.

Si, desde hace unos dos días siento como una opresión en el pecho, no es muy intenso, es molesto. Cuando cambio de posición siento como una puntada que me deja sin poder respirar. En realidad lo iba a venir a ver antes de ayer, pero con lo que nos estaba pasando… Mi hija, si mi hija. Lleva unos años de casada y esperaba, después de un enorme esfuerzo, su primer bebé. El embarazo venía bastante bien; ella con unos problemas en su casa, con su marido…pero la cosa iba bastante bien. Se la veía contenta dentro de todo. Mi señora le recomendaba que hiciera reposo, que no trabajara…el marido está desempleado ¿vio? El tipo no andaba bien. Decía que salía a buscar trabajo, y resulta que se iba al bar con los amigos a tomarse unas cervezas. Alguna vez hasta me pidió unos mangos prestados…

Este sello de mierda, ¿adónde se habrá metido? Voy a ver de nuevo cajón, por cajón.

Mi hija trabaja en una verdulería, en el barrio nomás… Se hace con unos pesitos que le sirven para las cosas de la casa. El hace rato que no labura. Viven en una casita que construí en el fondo; siempre estamos juntos. Cuando mi hija vuelve a la noche picamos algo y charlamos. Ernesto regresa más tarde, a veces viene con bronca. Nos damos cuenta por la forma en que abre y cierra las puertas. Desde casa alcanzamos a oír cuando le pega un grito a mi hija. Pensamos inocentemente, bueno todas las parejas tienen sus peloteras, se arreglan y ya. Nunca nos pareció que le pegara a mi hija, no parece esa clase de hombre. Tampoco nos consta que viniera borracho…

Y ahora…¿qué hago toda la tarde sin el sello? Veo por última vez en el maletín, y si no lo encuentro me voy.

Hace tres noches vino a los gritos desde la calle. Estábamos los tres en la cocina. Ya sabe, mi señora, mi hija y yo. Entró pateando la puerta hecho una furia. En dos zancadas se puso al frente de mi hija como para darle un golpe. Allí salté y me interpuse, es mi hija doctor… ¿Qué podía yo hacer? Me barrió con el brazo y fui a parar al lado de la heladera. Primero pegué con la puerta y luego caí al piso. Cuando vi que tomaba a mi hija por la cara, me enloquecí. De un salto estuve de nuevo a su lado, el codazo que me dio aquí, si justo aquí, me saco del medio y me dejó sin respiración. A mi señora la amenazó, pero no la tocó. A Mabelita le dio una cachetada y en el suelo, le pateó la panza…

¡Acá está el sello hijo de puta! Escondido bajo el tensiómetro en el maletín. ¿Adónde me dijo que le dolía?

domingo, 12 de abril de 2020

¿Palabras vacías?


“Felices Pascuas (¿Palabras vacías?)”
Ricardo T. Ricci, Domingo de Pascua de 2020.



Mal que nos pese, al desearnos Felices Pascuas podemos estar diseminando palabras vacías, podemos estar compartiendo apenas un continente sin contenido.

  

En la carrera olímpica de la posta 4 x 100 corren cuatro velocísimos atletas que cada cien metros entregan el testimonio. Se denomina de ese modo al objeto de forma cilíndrica, que cada uno pone en la mano del siguiente corredor para que éste lo lleve, con seguridad, hasta la meta. El primer atleta lo porta en su mano en el momento de la partida, es el cuarto el que llega con él a la línea de llegada.

El valor inmenso del testimonio consiste en que es entregado por alguien y para algo. La carrera en equipo adquiere sentido, cobra su valor, en la medida que se vaya entregando el testimonio hasta que uno, el último, lo deposite en la meta. El primer atleta lleva una promesa, un anhelo, un propósito que aún carece de contenido. El segundo, en cambio, recibe el anhelo y el testimonio comprometido de quien luchó durante cien metros para llevarlo hasta él. Recibe una historia. Con el tercero y el cuarto ocurre lo mismo, hasta que éste lo deposita en la meta.

El objeto que alcanza la meta contiene en él, la promesa original y la historia del recorrido efectuado, por eso se llama testimonio. Los cuatro atletas son los testigos comprometidos que pueden dar fe (testimonio) del camino recorrido, del cuidado de la promesa y del esfuerzo realizado. Es decir, el objeto ya no se encuentra vacío, ya no es sólo una promesa, cuatrocientos metros después se convirtió en una entidad con historia, valiosa por su concreción.

La carrera se inició con una aspiración vacía de contenido, un deseo, solo una promesa, y terminó con un testimonio. A lo original se le sumó el esfuerzo, el espacio, el tiempo y el compromiso del atleta. Ya no es algo vació, contiene vida, está lleno de significado.

Desear felices pascuas, significa entregarle a los otros el testimonio de vida de un año pascual. Sin vida, sin historias, sin errores ni enmiendas, sin caídas y levantadas, estamos entregando palabras vacías. Si no hemos sido testigos de Cristo resucitado, estamos entregando las palabras del año que ha pasado vacías, tal como las habíamos recibido. 

La Pascua es el paso, en nuestro contexto, el paso del testimonio de una mano a la otra. A los buenos deseos que recibo, le debo sumar durante un año, vida, esfuerzo, compromiso, historia, claudicaciones, de lo contrario lo entregaré vacío.

¡Aquí tienes el testimonio, está algo castigado y marchito!

¡Felices Pascuas!    

sábado, 11 de abril de 2020

¡Feliz Pascua!


“Clavar la Guampa”
Ricardo T. Ricci, sábado Santo de 2020.


La frase “Clavar la Guampa” es, naturalmente, una expresión de origen rural, usada con cierta regularidad en el Cono Sur de América.  En principio, el vocablo "guampa" deriva del quechua, wakkhra ,"cuerno", o sea la prolongación ósea que se desarrolla en la testuz – en algunos casos la región frontal, en otros la nuca - de ciertas especies animales. Llevándola al criollo moderno: agachar la cabeza, capitular.

Como todas las expresiones de este tipo es altamente polisémica, el uso le asigna varios significados. Esa variedad va desde morir, clavó la guampa, se murió; hasta rendirse o claudicar. Con un sentido u otro, clavar la guampa, hace referencia a la interrupción brusca de un proceso. Es decir, algo llevaba una dirección determinada, se comportaba regularmente de un cierto modo, y de pronto, eso cambió.

Un ejemplo práctico sería: Venía todo bien, nos metimos en un crédito para comprar la casa, hicimos la compra en cuotas de algunos muebles, de pronto vino esta maldita inflación que nos hizo clavar la guampa. Nos golpeo, nos frenó, nos hizo rendir, claudicamos, se terminó.

Esa expresión me vino a la cabeza cuando ayer vi esta foto:

  
Para el cristiano, en realidad para toda persona que tiene fe en una deidad, en un ser superior y trascendente, clavar la guampa no es, mejor: no debiera ser, una actitud excepcional. La criatura humana, se rinde ante la evidencia de lo omnipotente, acata los designios de la voluntad sobrenatural, se rinde ante lo inexplicable, reconoce lo inteligible del misterio, se doblega ante la abrumadora existencia del Amor. Clava la guampa ante lo que lo sobrepasa, se reconoce inferior, necesitado, menesteroso.

Por el contrario, para el hombre moderno tiene la connotación de derrota, de fracaso. Es un fatal reconocimiento del límite de la racionalidad egocéntrica, la humillante capitulación ante lo que se le escapa de las manos, lo que está más allá de su control.

La fotografía del papa postrado ante el Hijo clavado en la cruz es muy potente, demoledora. “La croce è la cattedra di Dio”, dijo él mismo en estos días.

Un sometimiento en soledad, en la soledad de la primera pandemia de la era global. El COVID – 19 ha expuesto al ser humano a su más cruda realidad. Le ha puesto un espejo en el que se ve pobre, limitado, enfermo, miedoso, indefenso, restringido. ¡Qué paradoja! Le ha puesto el ropaje del migrante en su propio hogar, le ha recordado la intemperie bajo su propio techo, lo ha hecho un peregrino de su propio interior.
¡Ha evidenciado en carne viva la igualdad de los iguales!

Clavar la guampa es lo propio del cristiano. Sabe que sin Él nada puede hacer, que si el sarmiento no permanece unido a la vid se muere, que si la tormenta arrecia contra la barca, el miedo lo puede, lo derrota; que si se ve arrinconado niega o traiciona. Para los hermanos del Hijo, clavar la guampa no es derrota, rendición ni muerte. Es ganancia, humildad y resurrección.

La postración del viejo hombre de rojo, es el mensaje de esperanza del hombre para el hombre. Clavar la guampa no es rendirse, es humillarse hasta el mismísimo polvo para vivir en la Verdad.

Él mismo agregó hoy en la Vigilia Pascual: “Nosotros, peregrinos en busca de esperanza, hoy nos aferramos a Ti, Jesús Resucitado. Le damos la espalda a la muerte y te abrimos el corazón a Ti, que eres la Vida”.

jueves, 9 de abril de 2020

"Hoy en día todo está en la nube"


“Hoy en día todo está en la nube”

Ricardo T. Ricci (teodoro.ricci@gmail.com)
Tucumán, 9 de abril de 2020








Jorgito fue un adelantado, un verdadero visionario. En el colegio salesiano al que concurría, más para jugar a la pelota que para iniciarse en las primeras letras y los primeros números, le decían ‘el pajarito’. Sus maestros y el cura Fernando lo querían mucho, era respetuoso, simpático, comedido, pero a la primera de cambio se distraía mal. Como si realmente fuera un pajarito, volaba fuera del aula con su imaginación; las ventanas cerradas del invierno no eran ningún impedimento, más bien un hermoso desafío.

De ese cielo y esas nubes que frecuentaba, se traía el argumento básico de su composición “La vaca”; las operaciones numéricas, en cambio, exigían una conexión más eficiente. Toda la información de la nube aterrizaba en sus dedos que contaban con un decodificador que superaba con creces la decena, con recursos un poco más elaborados, códigos propios, Jorgito lograba navegar con comodidad por las centenas. En la medida que las cosas se iban complejizando, los recursos iban variando, haciéndose cada vez más creativos e innovadores.

A la hora en que la pelota comenzaba a rodar en el patio a la sombra de la estatua de Don Bosco, Jorgito adquiría un grado de concentración que llamaba la atención. Cuando los otros chicos corrían a tontas y a locas detrás del sagrado balón, él mostraba sus dotes de estratega y su intuitiva pericia en las cuestiones posicionales. ¡Vos por la izquierda, vos por la derecha, no corran al vicio, los cuatros de atrás esperen, esperen! ¡No, nunca por el medio! Que Carlitos o Valentín tiren centros desde los costados, el resto no se adelante, paciencia, paciencia. ¡Un verdadero D.T. de nueve años! Visión, compromiso, anticipación, creatividad.

Al volver al aula regresaba a su actitud despistada que algunos confundían con contemplación. El cura Fernando al verlo, se preguntaba seriamente si la información a la que apelaba Jorgito, se hallaba en su hemisferio cerebral izquierdo, lo que era muy humano y corriente; o se trataba de conocimiento infuso que se hallaba más allá, en alguna nube.

El tiempo, Dropbox, Google Drive, Wikipedia, Youtube, y otros recursos de Internet terminaron dándole la razón a Jorgito. Cuando alcanzó el grado de Ingeniero en Sistemas le pareció una obviedad que se hablara de la nube, de memorias externas, de discos rígidos suplementarios. Un pendrive tenía para él la jerarquía de un ábaco elemental.
Naturalmente el FIFA 20 de la PS4 se convirtió en un divertimento sin secretos para él.         

domingo, 5 de abril de 2020

El viento, la belleza y la castidad.


“Demoledoramente bonita”
Ricardo T. Ticci. 5.4.20 (teodoro.ricci@gmail.com)



Breve y acaso prescindible introducción.
Juan Muñoz Rengel (@jjmunozrengel), es un muchacho que ha emprendido la tarea de guiar a nuevos escritores o a quienes desean comenzar por esa senda creativa. Ha fundado y dirige la Escuela de Imaginadores. Una vez por semana, o algo menos, propone en Twitter una fotografía inspiradora para que, quien lo desee, haga un microrrelato que quepa en los 180 caracteres de un Twitt. Recibe cientos de ellos, a cual más creativo y de una variabilidad realmente sorprendente. Hoy, Domingo de Ramos, propuso la fotografía que muestro más abajo.
Cumplo con su consigna. Luego, no resisto la tentación de hacer un relato algo más extenso como para despuntar el vicio.   




“Demoledoramente bonita”

Es que la mayoría de la gente piensa que a los curas nos han castrado los ojos, que nos han quemado nuestro sistema hormonal y que nuestros genitales han sido mutilados por la acción de químicos variados y otros procedimientos cuya naturaleza no me atrevo a imaginar. Ya sé que, por otro lado, muchos piensan en lo morbosamente pedófilos que son todos nuestros actos e intensiones. Debo decirles que están equivocados, lo digo con tanta seguridad porque toda generalización es errónea, falsa, y en general muy malintencionada.

Era una mañana soleada, la hermosa brisa de otoño era interrumpida de cuando en vez por ráfagas frescas del sur. Durante el embate de una de ellas sentí el grito agudísimo de la señorita. Instintivamente miré hacia ella pensando que podía haberle pasado algo, una caída, un tropezón, un arrebatador. Nada de eso, simplemente era que la racha de viento había descompuesto su indumentaria. La liviana pollera flameó por los aires descubriendo un hermoso par de piernas, cuyos pies iban calzados en un par de elegantes pero inestables zapatos. Finalmente las cosas no pasaron a mayores, la damita siguió caminando como buenamente pudo, y yo a mis cosas ya previstas.
En la revista “Pueblo Nuevo” del día siguiente salió esta foto. Antes que todo deseo alabar su estética, además a todo aquel que dice: “Miralo al cura, ¡ojito alegre él!”, deseo preguntarle: Ya seas hombre o mujer, ¿qué hubieras hecho vos? Es instintivo girar la mirada a aquello que, por inesperado, llama tu atención. Hasta un extraterrestre hubiera girado su cabeza, en caso de tenerla, para atender al grito de sorpresa e inestabilidad. Ya lo sé, los curas estamos siempre en la mirada juzgadora de aquellos que desean justificar sus propias cuitas, es así, lo entiendo. No seamos tan miserables de poner nuestros velos e intenciones en los ojos de los demás.

Una mujer bella atrae la mirada de cualquiera, también la de un cura. Mucho antes de que nos cruzáramos en la acera ya había juzgado, como hombre que soy, que se trataba de una mujer demoledoramente bonita.  

   






jueves, 2 de abril de 2020

La culpa o la inocencia están en los ojos que miran.


“Se van a dar cuenta, sabrán que soy yo”

Ricardo T. Ricci








Ayer fue un día horripilante en Córdoba. Fue noticia porque era el noveno día consecutivo de lluvia. Algún imbécil de la Voz sacó esta fotografía en la que justo salgo yo. Este idiota no tuvo mejor idea que apuntar para mi lado.

En la misma primera plana en la que sale esta foto, el diario publica, además, la noticia central del día: “Prestamista asesinado en su oficina del centro de la ciudad”. Luego se explaya: “El horrendo crimen se perpetró con una estatua de bronce de unos 20 centímetros de alto, de peso aproximado de tres kilogramos. Era el premio por una carrera ganada en la colombófila, una hermosa estatua de un granadero en posición de firmes. Las ironías de la vida hizo que este hombre, cuyo prestigio social era por lo menos dudoso, encontrara la muerte inmediata por las múltiples fracturas de cráneo producidas por otros tantos golpes asesinos efectuados con ese objeto.”

La fotografía del diario, una ilustración del noveno día lluvioso, muestra la avenida Vélez a las diez y cuarto de la mañana. Los peritos afirman que esa es aproximadamente la hora del crimen. Testigos de los ruidos de la feroz pelea, afirman que se produjeron entre las diez y las diez y cuarto de la mañana, no pueden precisarlo con mayor seguridad.     

¡Y yo estoy en la foto! ¡Mi actitud es tan sospechosa que cualquiera se dará cuenta! Mucho más si el que mira es uno de esos sabuesos insobornables de la policía de la provincia.

El viejo me forzó, me puso contra las cuerdas por una vieja deuda impaga. Él mismo amenazó con mandarme a sus matones, él mismo me agarró por la solapa, él mismo me dio la cachetada que me tiró contra la biblioteca. Allí tomé al granadero, y a modo de garrote le di un golpe tan fuerte y tan certero que le partí el cráneo una primera vez. Luego, esa bestia que todos llevamos dentro se cebó, no hice la cuenta de cuantas veces más lo garrotié ya finado.   

No me caracterizo por la fuerza física, pero la adrenalina hace que el músculo menos entrenado enarbole con violencia un objeto no tan pesado.

La policía se va a dar cuenta, lo sé; con un poco de detalle que mire advertirá los signos que aseguran mi presencia en la oficina del usurero. Si, el día esta brumoso, pero mi silueta es inconfundible. Aparte, estoy caminando en la dirección opuesta a la escena del crimen, me estoy yendo de allí. 
Intento disimular mi mano ensangrentada, no podría explicar semejante zafarrancho. Los pasos medidos y nerviosos me delatan; la actitud corporal es la de un culpable, del que desea ocultarse, del que quiere pasar desapercibido. 

En ese intento de hacerme inaparente, muestro a todas luces mi culpabilidad, mi carga. Ocurre que no soy un asesino, pero lo soy. He matado a un hombre con mis propias manos, y eso no lo puedo disimular.

Ahora estoy en mi casa. Pasé una noche de tormento. Al despertarme, vi la portada del diario y con angustia debo aceptar que mi suerte está echada, que he arruinado mi vida para siempre. 



Nota del autor: Es indispensable ir de la foto al texto y viceversa.


miércoles, 1 de abril de 2020

De un modo u otro, ¡todos somos Hamlet!


¿Será que todos estuvimos en Kronborg?
Ricardo T. Ricci
San Miguel de Tucumán 9 de junio de 2019


Esa bella construcción se halla en la boca del estrecho de Oresund que separa Dinamarca de Suecia. Hablando propiamente, la gran isla de Sealandia (Dinamarca) de la costa sueca que se halla enfrente. Se trata de un lugar estratégico, de gran valor económico, allí se pagaba el impuesto para ingresar al sur de Suecia, concretamente a uno de sus puertos más famosos, Malmö. Ese estrecho también debe ser transitado para acceder a Copenhague, la Capital de Dinamarca que a la sazón se encuentra frente a Malmö. Ambas ciudades se encuentran hoy vinculadas por un importante puente.



Allí, en esa zona crucial, se halla desde la edad media el imponente castillo de Kronborg. Shakespeare no lo menciona directamente, en cambio, se refiere en forma precisa al área en la que el castillo se encuentra ubicado. Para adentrarnos en el drama nos ubica en Elsinor.

Dos de los físicos más importantes del siglo XX, fundadores de la Mecánica Cuántica, Niels Bohr y Werner Heisenberg, en algún momento indefinido de la década del ’30 salieron a dar un paseo por la campiña danesa y se encontraron de pronto frente al famoso castillo. Ambos, integrantes de la más estricta corriente científica de la Física Teórica, son, por lo tanto, agudos observadores de la realidad a la que recurren cotidianamente para poner a prueba sus más ambiciosas hipótesis. Es decir, son estelares representantes de la ciencia dura y de la estricta racionalidad.

De pronto, situados frente al castillo de Kronborg, Bohr le dijo a Heisenberg:
“¿No es ciertamente llamativo como este castillo cambia tan rápido cuando la gente imagina que Hamlet vivió aquí? Como científicos creemos que un castillo consiste solo de piedras y admiramos la forma como el arquitecto las ordenó. Las piedras y el techo verde como a la pátina (barniz), los detalles de madera de la iglesia constituyen un castillo entero.Nada de esto debería modificarse por el hecho de que Hamlet vivió aquí, pero todo cambia completamente. A veces las murallas y los baluartes hablan un lenguaje muy distinto. El propio patio se transforma en un mundo un tanto oscuro que nos recuerda la oscuridad del alma humana, escuchamos a Hamlet: “ser o no ser”. A la vez todo lo que realmente sabemos de Hamlet es que su nombre aparece en una crónica del siglo XIII. Nadie podrá probar que él realmente existió y menos aún que aquí vivió. Pero todo el mundo conoce las preguntas que Shakespeare se hizo, fue su destino traer a la luz la profundidad humana; también debió encontrar para él un lugar aquí en la tierra, aquí en Kronborg. Una vez que supimos esto, Kronborg se torna, para nosotros un castillo bien diferente”.

Se nos hacen patentes los avances de la ficción sobre la realidad, de los sueños sobre la vigilia, de lo atávico y ancestral por sobre lo circunstancial, de lo emocional por sobre lo racional.



En el Kromborg ‘real’ resuenan las palabras de Hamlet: “Ser, o no ser, ésa es la cuestión. ¿Cuál es más digna acción del ánimo, sufrir los tiros penetrantes de la fortuna injusta, u oponer los brazos a este torrente de calamidades, y darlas fin con atrevida resistencia? Morir es dormir. ¿No más? ¿Y por un sueño, diremos, las aflicciones se acabaron y los dolores sin número, patrimonio de nuestra débil naturaleza?... Este es un término que deberíamos solicitar con ansia. Morir es dormir... y tal vez soñar.” (Tercer acto, escena cuatro)

Estas piedras, estos muros, estos patios nos plantean sin más la cuestión crucial del intelecto humano, el acceso a la realidad. La presencia imaginada de Hamlet recorriendo las galerías y las almenas. La viciosa estampa de Gertrudis reina de Dinamarca y madre de Hamlet en acuerdo licencioso con Claudio, actual rey y tío de Hamlet. Detrás de alguna cortina se halla el cadáver de Polonio al que el príncipe de Dinamarca mata por error. Percibimos a Ofelia, que enloquecida de pena, se ahoga en el río cuando cree que Hamlet asesinó deliberadamente a su padre. Por allí circulan silenciosamente Rosencrantz y Guildenstern mostrándose amigos y ejecutando traiciones.

Tanto de día como de noche en Kronborg las miserias humanas ocupan espacios, impregnan los decorados las pasiones, la vergüenza, la ira, los celos y la sed de venganza. Los deseos de poder les otorgan una pátina imperecedera a cada objeto físico que se halla en las inmediaciones. Una inocente piedra que se encuentra al costado del sendero por el que caminamos, es a la vez un intrascendente pedazo de mineral y el recuerdo simbólico de nuestra presencia entre esos muros, de nuestra participación en el drama.
Esos son los motivos que me habilitan a sostener que la denominada realidad, es esa sumatoria oculta e imperceptible de lo que ocupa un lugar en el espacio y la intangibilidad del signo. Elsinor, Hamlet, Oresund y nosotros mismos somos esa mezcla inseparable de natura y cultura, de carne y símbolo, de lo definido y lo impreciso.

Nunca estuve allí, sin embargo soy capaz de degustar cada emoción, cada sentimiento, cada pasión. El complot y la traición alienan a Hamlet. Eso lo comprendo, eso me impacta, eso me irrita. Hasta puedo imaginarme llorando mi incontenible impotencia y bronca en un rincón frio y oscuro de esa mole de piedras.

¡Sí, de algún modo, todos estuvimos en Kronborg!