domingo, 29 de marzo de 2020

Las pandemias no ocurren por azar.

“Snowden”

(Reflexiones en torno a una serie de entrevistas concedidas por el Profesor Frank Snowden, historiador e historiador de la Medicina publicadas en diversos medios entre los que menciono a: The New Yorker, La Nación, Lancet, BBC Mundo, etc.)





Las epidemias no son aleatorias, no se tratan de surgimientos mágicos, de fuerzas misteriosas que atentan contra la indefensa humanidad. Por el contrario, son predecibles. Si se consideran de manera sistémica, con espíritu interesado por todos los agentes integrantes de las megasociedades del siglo XXI, se las puede prevenir. Las condiciones para la aparición de las pandemias se van produciendo silenciosa e inexorablemente. En Wuhan (ciudad de China en la que comenzó la epidemia de del CVID – 19) hay una ruptura en el equilibrio ecológico, una proximidad exagerada del hombre con animales no domésticos, y un hacinamiento que hace posible cualquier tipo de plagas. En un reportaje concedido a La Nación es más enfático todavía: “Las favelas de Rio nos están mostrando nuestro futuro. Su problema es angustiosamente nuestro problema.”

“Las pandemias son una especie de espejos que le muestran a la humanidad tal y como ella es” Expresiones como esta deben funcionar como alarmas, como despertadores que nos saquen del letargo, de la comodidad y el bienestar en el que algunos vivimos. Estas avanzadas sobre el equilibrio inestable de lo humano “obviamente tienen que ver con nuestra relación con nuestra mortalidad, con la muerte, con nuestras vidas. También reflejan nuestras relaciones con el medio en el que vivimos: el entorno construido que creamos y el entorno natural que responde. Muestran las relaciones morales que tenemos unos con otros como personas, y lo estamos viendo hoy.

Allí está el espejo, allí surge la imagen de la verdad: ¿Quiénes somos realmente? Cada uno de nosotros tendrá una respuesta, lo que es urgente es que como humanidad logremos construir, pronto, una respuesta intersubjetiva que se encuentre por arriba de los edificios ideológicos, religiosos, políticos y culturales que construimos, sin tenernos en cuenta entre nosotros. Parece haber acabado aquello de: “cada maestrito con su librito”, o construimos un manual de uso común o estamos condenados a algo mucho peor que el Coronavirus, sin dudas.

Solo a modo de ejemplo: Se recomienda el lavado frecuente de las manos, para mí y para ti, una recomendación que se ejecuta abriendo una canilla, ¿sí? Bien, pero la mayor parte de la población de la Argentina apenas tiene agua corriente, y muchos, muchísimos, no cuentan con ella. Eso es lo que este espejo cruelmente nos muestra.

Otro, ¡no hagan filas, no usen dinero, no se agolpen a las puertas de los bancos! Bien, el 70% de la población argentina no está bancarizada. Son personas que tienen un trabajo informal que depende, por ejemplo, de que la gente viaje en el colectivo. En cuarentena no pueden vender lapiceras, pañuelos descartables o maquinitas de afeitar. ¿Te reconoces en el espejo?, como sociedad me refiero.

De este modo la pandemia nos plantea cuestiones filosóficas, religiosas y morales realmente profundas. “Creo que las epidemias han moldeado la historia en parte porque han llevado a los seres humanos a pensar inevitablemente en esas grandes preguntas.”

viernes, 27 de marzo de 2020

Médicos, ni héroes ni villanos.


“Zbigniew”

Ricardo T. Ricci
26 de marzo de 2020


  

Los médicos no son ningunos héroes. Tampoco lo son aquellos bomberos que, a fuerza de agua y amianto, rescatan las víctimas de incendios feroces, tampoco lo son cuarenta y cuatro marinos cuya sepultura está en el fondo del Mar Argentino. Las tres profesiones que he elegido para sostener tamaña afirmación son estrictamente vocacionales. Los médicos se han preparado para salvar vidas, para cuidar, a como dé lugar, la salud de las comunidades a las que pertenecen, los bomberos se alistan voluntariamente para hacer esa enorme tarea, sienten el llamado a realizarla; los tripulantes de un submarino han optado por ese destino siendo movilizados por la vocación de servir a la patria. Conviene recordar que la patria es la totalidad de los habitantes que comparten un mismo territorio y han aceptado regirse por las mismas leyes de convivencia.

En estas épocas de pandemia la población, que no tiene en cuenta cotidianamente a su sistema de salud ni las personas que en el trabajan, erigen a la categoría de héroes a quienes prestan ese servicio a la comunidad. Terminar extenuado después de una agotadora jornada de trabajo sabiendo que en minutos – cuando termine la tregua tomada para echar una cabeceada – la jornada recomienza, y será tan larga, agotadora y estresante como la anterior.

Entre los llamados “sanitarios” hay de todo. Los vocacionales, los convenidos, los ‘no me quedaba otra’, los que desean el ascenso social, los que buscan prestigio, los ‘el delantal me queda fenómeno’, los ‘es el mandato de papá’ y tantos otros que responden a variadísimas motivaciones, es cierto.

Sin embargo la hora exige que hagas lo que estás preparado para hacer, que lo hagas en condiciones desventajosas y que lo hagas bien. La situación te pide que seas exitoso en tu tarea, que puedas ser felicitado y aplaudido, que por ahora te impongas a la enfermedad y a la muerte. El reconocimiento será absolutamente merecido. ¡Pero de ahí a héroe hay un enorme paso!

La foto que encabeza esta nota fue premiada por la revista National Geographic como la foto del año 1987. En ella se ve al Dr. Zbigniew Religa (polaco) vigilar los signos vitales de un paciente después de una cirugía cardíaca (transplante del corazón) de 23 horas de duración. En la esquina inferior derecha, se ve a uno de sus colegas agotado y en el quirófano no queda más nadie, el equipo comprometido en la cirugía contaba con quince o veinte personas. Con todo derecho, ninguna de ellas está.  Sólo queda el cirujano, un ayudante durmiendo en la esquina, el desorden sangriento, la miríada de cables, los tubos, los depósitos. Es decir las secuelas inmediatas de cualquier cirugía mayor.

Hoy, a pesar de que el corazón del Dr. Religa ha dejado de latir, el de su paciente, Tadeusz Żytkiewicz todavía hoy, está funcionando.

Quién erige al médico en héroe, puede ser el mismo que a la hora de su fracaso lo amenace con el castigo corporal, una demanda judicial, o la misma muerte. No seamos ingenuos, es más frecuente lo último que lo primero. Por eso, este señor, que sólo ha hecho lo que debía hacer, merece nuestro enorme reconocimiento y admiración; pero no seamos exagerados. Al basurero, que pasa por la puerta de casa trabajando a la madrugada, sin protección alguna, deberíamos erigirle un monumento. Sabemos que si el recolector no pasa durante 48 horas, nuestro hogar se transforma en un basural.

En épocas de pandemia se descontrolan las emociones, se distorsiona el juicio, se dispara la angustia y el miedo toma el comando de nuestra psique. Si bien resulta totalmente comprensible, sería bueno no perder la vara de medida, no embotar nuestra capacidad de juicio. La virtud sigue siendo virtud, y el vicio, vicio. La primera debe ser reconocida sobre la base de los logros provechosos obtenidos y el servicio prestado a la comunidad. Sobre el segundo, acaso la tolerancia, el justo castigo y el perdón, deban imponerse sobre el inconsciente repudio inmediato.

Pertenezco al gremio de los héroes de hoy, pertenezco al gremio de los villanos de ayer. He ejercido mi profesión de médico durante más de cuarenta años, en ese tiempo he celebrado y llorado con mis pacientes, confieso haberme sentido héroe en varias oportunidades; pero muchos han visto al héroe devastado por los pasillos en muchas más.

Conviene ser justo y prudente a la hora de juzgar todas las profesiones y ocupaciones humanas, más a las que claramente están al servicio de la comunidad, más aún a aquellas que tienen que ver directamente con la vida y la muerte.

¡Ni héroes ni villanos, médicos! Podría ser una frase de cabecera a la cual recurrir a menudo y en todas las épocas.

Agradezco al Dr. Zbigniew Religa, al fotógrafo James Stansfield, y a don Tadeusz Żytkiewicz, por haber sido inocentes promotores de esta reflexión. 



jueves, 26 de marzo de 2020

Ejercicios Narrativos 4: "Mecha"


“Mecha”

Ricardo T. Ricci
S. M. Tuc, 26 de marzo de 2020





No, Mar del Plata no era para cualquiera; recién muchos años después, desde los ’50, la cosa cambió, se hizo popular. En los ’30 era el balneario de moda para algunos privilegiados de la High Society de Buenos Aires. Las familias se instalaban en grandes casas, pequeños palacetes cercanos a la playa, durante todo el verano. Viajaban comodísimos en el tren que salía de Plaza Constitución, o en sus propios autos. El núcleo social lo constituían esas familias agrícolas ganaderas inmensamente ricas que pasaban la mitad del año en nuestras pampas y la otra mitad en París.

Como siempre alrededor del sol giran planetas menores, algunos de órbita cercana llegan a disfrutar del calorcito del Astro Rey, los más alejados, casi ni luz reciben. De todos modos la cuestión consiste en pertenecer, en ser invitado, en saber cuáles son las tendencias, en conocer donde se juntan todos hoy, todos los que son como nosotros.

La Mecha era la hija menor de un tano aventurero y emprendedor, que verdaderamente había hecho la América. Alrededor de 1865 se vino para la Argentina con una mano atrás y otra adelante, como se solía decir. Para la celebración del Centenario el tipo era inmensamente rico, varias veces millonario. La Mecha era la octava de sus hijos, la más bonita por lejos. El mayor ya era médico, el segundo se había escapado del seminario, las mujeres eran profesoras de piano y hábiles en las cuestiones del corte y la confección. Algunos comerciantes, otros cuya ocupación consistía en dilapidar la fortuna con proyectos irrealizables, emprendimientos inconstantes y mucha, pero mucha diversión. Trajes elegantes, amigos destacados, cuello pajarita, carruajes distinguidos, champán y amigas dispuestas para todo servicio. Noches fantásticas de juventud, sueños compartidos, despilfarro, alcohol y muchos mimos.

A la Famiglia  le faltaba dar un solo paso, adquirir un apellido destacado, un descendiente de familia tradicional si es posible de los terratenientes herederos de las células reales de la época colonial. El trato era: me das tu apellido, te doy en matrimonio a mi hija más linda, la más pequeña. El vínculo matrimonial aseguraba el ascenso social, se podía estar más cerca del sol, recibir más luz y calor.

Esa fue la historia de la Mecha. Casada por un contrato de conveniencia con un salteño de apellido con sonoridades coloniales, ya sin campos y sin dinero. Un dilapidador profesional, cuando la Mecha tenía veinte este señor ya estaba en la cuarentena. Tenía la vida hecha y también desecha: timbero, borrachín, consentido, chinitero, taimado, experto en supervivencia y en engaños, pero con apellido resonante. Dinero y damita va, apellido viene, se celebró el contrato y el matrimonio inició el camino del martirio. Después de perder un varoncito durante el cuarto mes de embarazo ya nunca más pudieron concebir un hijo. A los pocos años el salteño falleció en Buenos Aires, destruido, hecho una piltrafa, en una cama de hospital municipal, sin gloria y con mucha pena.

La Mecha comenzó a ser la viuda de. Allí es cuando empezó a gozar de las mieles del ascenso social, departamento en la zona de Retiro en Buenos Aires, té y canastas por doquier, variadas soirees, el dinero y el apellido son una yunta imparable. Fue la época de sus prolongados veraneos en la selecta Mar del Plata, de la vida soñada, de los amigos influyentes que siempre te tienen un carguito en algún ministerio cuando andás medio necesitado.

Finalmente la Mecha regresó al pago original, al seno de la familia que la acogió como una más. Con algún resto de privilegio vivió una vida sencilla ayudada por la caridad de los demás. Altanera, elegante, piel de porcelana, sombreros con redecilla para ocultar coquetamente la dirección de la mirada y resguardar lo que va quedando de pudor.

En esa época la conocí, la admiré, y cuando supe su historia la compadecí. Años después la Mecha padeció demencia senil y murió, gracias a una postrera influencia, en una habitación para ella sola en un hospital psiquiátrico público.

La familia es la familia. La Mecha se merece mi reconocimiento y mi homenaje tantos años después. Las costumbres de otras épocas pueden ser severamente criticadas, ya las generaciones que nos siguen sabrán criticar con la misma severidad las nuestras.      

miércoles, 25 de marzo de 2020

Ejercicio Narrativo 3: "YO"


Yo

Ricardo T. Ricci
25 de marzo de 2020





Ya se estaba cayendo la última hoja del otoño y yo sigo estampado contra esa vieja rama que, empecinadamente se ha opuesto a mi trayectoria hacia el seno de la tierra, por ahora.

Me he dado tantos porrazos cayendo desde “mis alturas” que ya he perdido la cuenta. Son tantas las montañas que laboriosamente construí para luego celebrar mi ascenso a la cima, que enumerar mis caídas, es igual a enumerar mis “montañas”. 
No hay una desde la que no me desbarranqué. No hay una que me haya ofrecido cobijo el tiempo suficiente como para lograr aferrarme. Todas inestables, resbaladizas, frágiles; no hay una que te ampare aunque sea un tiempito. Cimas inestables, fríos extremos, senderos estrechos, profundos despeñaderos hacen que uno antes o después, e irremediablemente, termine cayéndose.

La más alta y peligrosa es una que se llama Vanidad. Es tanta su seducción que hasta intentamos coronar su cima de manera reiterada. Reiterada es también la caída y duro el porrazo. La que se llama Éxito nace en un valle indescriptiblemente bello, los primeros tramos son descansados y placenteros. Eso sí, alcanzar la cima representa un esfuerzo sobre humano; en general hay lugar para una persona sola, que obviamente en un tiempo escaso, se desbarranca sin excepción. La de la Riqueza en realidad es como una pequeña cordillera, varios picos: Comodidad, Confort, Poder, Prerrogativas, Excepciones, Amistades, Influencias, Eficiencia, Mercado. Es prácticamente imposible visitarlos a todos, de ahí la insatisfacción y el deseo renovado de aspirar a la cima de la Riqueza. Despeñarse desde allí es doloroso, nuestro cuerpo choca con numerosos riscos antes de caer, en mi caso, a la vieja rama del árbol del otoño.  

Hay tantas montañas como seres humanos, es posible que quien lea tenga identificadas una cuantas y se haya caído de algunas.

Finalmente les comparto una que me mareó, me subyugó y me sedujo: Humildad. Ser el más humilde de todos, ser el que alcanza el éxito en la humildad, ser el más desprendido de la riqueza, el más pobre de todos. Humildad te da una paz fugaz Y cuando te despeñas, van cayéndose la colección de caretas, de disfraces, se deshacen todas las componendas tramadas para que luzca más el brillo de Tu Humildad.

Luego de mucho tiempo descubrí que el vallecito en el que se halla mi árbol protector lleva por nombre: Valle de la Verdad. Los que ya hemos caído de lo alto, pero no estamos exentos de volver a visitarlo pronto sabemos que las gentes del pueblo se refieren a él como el Valle de la Humildad Verdadera.

martes, 24 de marzo de 2020

Ejercicios Narrativos 2: "Juanita"


Juanita.
La colosal congoja de una sobreviviente.

Ricardo T. Ricci
teodoro.ricci@gmail.com
S.M. de Tucumán 24 de marzo de 2020.






Mi abuela Juanita (la primera de la derecha), se vino para la Argentina allá por 1920. Sí, la nuestra era la tierra prometida para los gallegos y los tanos, también para los catalanes como era su caso. Su emigración se forjó alrededor de un sueño, el de la tierra prometida; el viaje se concretó, sin embargo, para huir del espanto.
Juanita, con dieciséis años recién cumplidos, se unió a un grupo de voluntarias civiles para luchar contra la mal llamada Gripe Española. Esa simple decisión, le cambió la vida para siempre.

El mundo estaba en guerra en 1918, hombres y mujeres morían de a cientos de miles, algunos por las balas y los gases letales, otros por el tifus en las trincheras y otros por virus extranjeros más certeros que las mismas balas. El lugar en el que comenzó la plaga es aún un tema de disputa, de lo que se está seguro es que no fue España. Eran épocas de secretos militares, de noticias sesgadas para no disminuir la moral de los soldados (extraoficialmente se sostiene que murieron entre cincuenta y cien millones de personas en todo el mundo). 
Sea como fuere, la tierra natal de Juanita fue una de las zonas más afectadas con ocho millones de personas infectadas y 300.000 fallecidas. Su propia familia resultó diezmada, murieron sus padres, dos de sus hermanos pequeños, la tía Elisa y el abuelo Paco.

Los sentidos de Juanita se saturaron de muerte. Con un llanto que no conocía final, me contaba que en su memoria aún estaba presente el olor de la muerte, el sonido sibilante del final, el sabor metálico de su propia saliva y la fría rigidez de los cadáveres.

Juanita era la persona más buena del mundo, menudita, silenciosa, prudente, inmensamente prudente. Yo la llamaba Abueli. Nunca la vi con otra ropa que no fuera su viejo batón de luto estricto. Sus ojos no acompañaban a sus sonrisas, ajenos, me miraban sin ver. Estaban en un lugar en el que para llorar no se necesita de estímulos, se hallaban para siempre en el inmenso país de la congoja.  











domingo, 22 de marzo de 2020

Ejercicios Narrativos 1: "Javier"


Javier
Ricardo T. Ricci
22 de marzo de 2020

(Inspirado por un desafío en Twitter efectuado por J.J. Muñoz Rengel. Director de la escuela de Imaginadores. juanjacintomunozrengel.com )







Javier, era un niño aguerrido y feliz que surgía inesperadamente de las bocas de las alcantarillas y los subsuelos. Era el gestor y el líder de la banda más simpática de sabandijas que nunca conocí. Era mi referente, mi norte, mi ejemplo; todos queríamos ser como él.

Al cabo de un tiempo se fue a vivir a otro pueblo, sus padres, con fuertes desavenencias entre ellos, lo pusieron al cuidado de un tío hiper devoto, riguroso observante de todos los preceptos, reconocido por todos sus vecinos por su paz y armonía.

Años después me crucé con Javier en una calle medio desierta de aquel pueblo, casi no lo reconocí por lo circunspecto y lo correcto de su comportamiento. La despedida fue parca, mesurada, casi impersonal.

Por un trámite breve yo alquilaba una habitación en lo de Nora, una modesta residencia con media pensión. Mi anfitriona, siempre alerta, al verme desde el otro lado de la calle con Javier, tuvo tema para emitir su propia opinión; me dijo: Desde que llegó ese niño de mirada vivaz, de ocurrencias sin fin, fue mutando, a fuerza de sermones y correctivos, en el pulcro bancario medio calvo que mes a mes me pide la supervivencia para pagarme la pensión. 

viernes, 20 de marzo de 2020

¡Ojo, el juego de metáforas y realidad confunde al más pintao!


Un par de negros mostachos
Ricardo T. Ricci
Mayo de 2019


Una vez más Raúl se puso cara a cara con la esfera de su reloj. Una vez más aquel par de negros mostachos lo disuadieron de esperar. ¡Ya no vendrá! Se dijo. ¡CORTEN!




Lo fantástico de la literatura es esa inagotable posibilidad de crear mundos e historias, es decir escenarios y tramas. Poblar esos mundos con personajes que encarnan las historias que surgen de mentes que son como las otras mentes. La literatura es la posibilidad de plasmar en un papel los mundos que todos, desde nuestra más temprana infancia, hemos sido capaces de crear para ponerle un orden, nuestro orden, a esta vida incierta. Esos mundos y esas vidas se trasladan al papel en forma de signos, de ese modo adquieren una realidad hasta ese momento inexistente. A través de esos signos, nuestra mente es capaz de crear una porción nueva de realidad con un significado explícito u oculto, como en el caso de Raúl.

Hasta hace apenas unos minutos Raúl, este Raúl no existía en mi vida y tampoco en la tuya. ¿De qué oscuro rincón del inconsciente pudo venir este Raúl? ¿Por qué vino Raúl y se quedaron Gerardo Carlos y todos los otros también? Algún fenómeno, no dependiente del puro azar, trajo a este Raúl al escenario. Este muchacho, si acaso lo es, ha sido beneficiado por la existencia y encierra los miles de raúles y no raúles que pueblan mi memoria y mi imaginación. Dicho sea de paso, memoria e imaginación son hermanas gemelas que miran en direcciones opuestas, además les encanta intercambiar contenidos. Una cosa más: este Raúl es nuevecito, aunque surge de un manantial de experiencias vividas por mí.

A partir de ahora existe otro Raúl, el tuyo, el de tus experiencias e interacciones. A ese Raúl nos referimos cuando de algún modo lo imaginamos en una esquina concurrida de una gran ciudad, podría ser cerca de la boca de la estación Juramento de la línea D de subtes. La mínima escena inicial nos orienta, y allí también interviene nuestra memoria; un lugar populoso y ajetreado donde la existencia de un reloj tiene sentido. Aunque todo es posible, no me imagino a este señor parado en un surco de caña de azúcar en una calurosa tarde tucumana. ¿Tú te lo imaginas en el puerto de Ushuaia? Puede ser, por qué no.

Una vez más se enfrenta cara a cara con la esfera del reloj. El reloj tiene cara, adquiere consistencia y dimensión humanas. Es una cara chata e inexpresiva, muchas veces lo hemos tratado de inexorable e impiadoso. Ahora sin embargo es el compinche de Raúl, lo acompaña en un trance que, si resulta tal y cual se lo imagina Raúl, lo condenará al olvido inmediato. Mientras tanto, cumple fielmente con su trabajo de dar la hora permitiendo que su segundero de vueltas y vueltas sin marearse y sin concederse absolutamente ninguna pausa. Es que el reloj efectivamente muestra su cara, su cara franca y sin dobleces. Es un referente fiel del paso del tiempo y está allí, atento, para dar testimonio de ello e informarnos acerca de puntualidades laborales y citas desbaratadas. Ese enfrentamiento reiterado cara a cara con la esfera implacable no augura nada bueno.

He visto esas interacciones hombre - reloj en salas de espera de hospitales, ante las puertas de quirófanos o  en salas de cuidados intensivos. Las he visto en audiencias en tribunales, en andenes de estaciones, en paradas de colectivos, unas pocas en salas velatorias. Son interacciones frecuentes de los preceptores en los colegios, de los árbitros de fútbol, en fin, de gente en funciones de control o en personas ansiosas, desesperadas o colmadas de inquieta esperanza.

Los negros mostachos son verdaderamente un anuncio ominoso. La cita era a las ocho y ya son las ocho y veinte, eso es lo que las agujas del reloj anuncian en forma de mostachos con los extremos caídos. ¿Y por qué no decir claramente que ya son las ocho y veinte? Pues porque el autor se da el gusto de hacer un giro lingüístico y mediante la metáfora sugerir sin decir. Sólo para que el lector se vea impactado con una construcción sorprendente que reclame su atención, toda su atención. Porque en literatura uno tiene derecho a recurrir a formulaciones que permiten el vuelo de la imaginación del autor, y despierta el deseo de comprender del lector. Las nueve y cuarto pueden ser bigotitos cuidados y engominados, las siete y veinticinco, unos bigotazos estilo mariachi. Los mostachos son geniales, por precisión y simetría.




Eso que debía ocurrir a las ocho corre peligro de no concretarse. Han pasado veinte minutos y es un muy mal presagio. Es más, ya ha ocurrido otras veces y las secuelas de estos desplantes son devastadoras. La recuperación es muy lenta, dura semanas o días. Raúl parece ser un tipo extremadamente puntual, ¿será capricorniano? Le molesta que los demás, sean piscis, acuario o géminis no acudan a las citas puntualmente. El reloj le está dando la evidencia ostensible de una nueva decepción.
Ya no vendrá, es la afirmación en forma hipotética que Raúl parece tentado a hacer. Mientras, la esquina de Cabildo y Juramento es absolutamente ajena a la preocupación y la ansiedad del impaciente mirador de relojes. Le va mucho en esta cita, no es una más. ¡Ya no vendrá! La conjetura abre una puerta de desesperación. No, es más que eso, es desilusión, es fraude. Raúl se siente devaluado, su yo presenta una grieta que no le permite entrever el futuro.


¡ACCIÓN!
Nunca te pares en la puerta del subte, alguien puede tropezar y empujarte escaleras abajo. Te entendí que me esperarías en la esquina de la librería, no acá. Además, con ese adefesio de impermeable decimonónico y el paraguas de tu abuelo no te hubiera reconocido desde allá. Menos mal que me crucé. Al final ocurrió lo mismo que la semana pasada en Flores. ¡Dale, al cine ya no llegamos! Un buen café con leche me va a venir de diez. Ah, y corregí ese vejestorio de reloj, ya te dije que adelanta.
¡CORTEN!


jueves, 19 de marzo de 2020

¡Seguridades, alucinaciones! ¿Las cosas son así o no?



¡Pase el próximo!
Ricardo T. Ricci
SMT, noviembre de 2018









Pase el próximo, dijo el doctor. Me levanté de la silla y encaré hacia la puerta del consultorio. A punto de entrar me dijo: Espere un rato por favor, atiendo a las chicas primero, luego sigue usted. Vi que se paraba para saludar con una sonrisa y la mano extendida. Una actitud típica de quien conoce desde hace tiempo a la otra persona, en este caso las presuntas pacientes. Claro… presuntas porque nadie pasó al lado mío, mucho menos dos señoritas, las hubiera visto. Diciendo algunas palabras de bienvenida el doctor cerró delicadamente la puerta. Me quedé de una pieza, mudo. Atónito miré a la secretaria quien asentía con la cabeza como diciendo: si ellas estaban primero. Incómodo y dubitativo volví a mi asiento.
No, no estoy loco, no había nadie esperando conmigo y de golpe no pasa nadie al consultorio y ese nadie es bien recibido por el médico. Esto es muy, pero muy extraño. La voz del doctor se escuchaba como un murmullo, mientras perecía reír como festejando alguna ocurrencia o alguna anécdota cómica.

Ese día había decidido ir al médico porque tenía algunas sensaciones difusas, un poco de dolor leve, algo de taquicardia, un estado suspiroso permanente. Laura me venía diciendo desde hace unos días que hiciera una consulta. “Estás muy atareado Humberto, no dormís bien, ese laburo te tiene loco.” Estaba llevándome trabajo a la casa y me quedaba después de cenar a terminar con algunos papeles. Es cierto, estaba descansando muy mal, comiendo peor y distraído, muy distraído de las cosas de todos los días. Casi no hablaba con Laura. Pensé que todo esto iba a ser pasajero, pero ya hace seis meses que vengo con este ritmo.
La secretaria hacía esfuerzos para no mirar en mi dirección. Los sonidos del consultorio continuaban llegando distorsionados hasta mí, lo único identificable era la voz, la voz del doctor. Celso Gutiérrez es un psiquiatra que me recomendaron; yo no tengo ni idea de estas cosas. Me lo mencionaron dos o tres veces, por eso decidí venir a consultarlo. La sala de espera no te dice nada, muy impersonal, paredes claras con cuadros deslucidos de flores insulsas. Sillas desparejas, una mesita con revistas de American Express viejas. La secretaria, que insiste en mirarme de costado, es seguramente una maestra de grado licenciada por enfermedad. Pobre, se encuentra incómodamente sentada en un banquito detrás de un escritorito minúsculo. Laura no sabe que me decidí a venir, de lo contrario me hubiera acompañado.

Resulta que, en una de las últimas noches de insomnio, sentí que se cerraba la puerta del departamento con un golpecito cuidadoso, nada de estruendo. Luego percibí desde nuestra habitación que esa puerta se abría y me permitía escuchar un cuchicheo, como si fueran personas que hablan en secreto. Todo oscuro, Laura respiraba profundo a mi lado. Me levanté curioso, y naturalmente no había nadie.
Tomé un vaso de agua, me comí media banana, y me volví a la cama. Al rato, nuevamente el sonido de la puerta que se cerraba con un suave golpecito. No le conté nada a Laura, pero me pareció extraño. En noches siguientes me puse tremendamente ansioso porque volví a sentir ruidos. Ayer en la empresa me sorprendí cuando en el ascensor de pronto vi una persona que no había visto al subir. Esas cosas raras me decidieron a venir a lo de Gutiérrez.



Continuaban los comentarios en el consultorio, yo solo distinguía la voz, al parecer ‘las chicas’ no hablaban o lo hacían muy bajito. Cierta inquietud se apoderó de  mí, se instaló la sospecha. Por qué, me pregunte. ¿Y si otros ven cosas, así como yo oigo cosas? ¿Y si hay complicidades para engañar a los pacientes? ¿Y si todo es una puesta en escena para que se nos chifle el moño? Sospechaba de la secretaria tan envarada. Sospechaba del doctor tan cordial. Sospechaba de las que no vi y me obligan a esperar. Esas voces dentro del consultorio; todo raro, muy raro.

¡Que pase el próximo! Es lo que debió haber dicho Gutiérrez cuando salieron ‘las chicas’. Yo no fui testigo, me encontraba ya a la prudencial distancia de diez cuadras.

martes, 17 de marzo de 2020

La identidad. “Soy porque somos y en tanto somos, soy”

Fantasma


Ricardo T. Ricci
S. M. de Tucumán, 31 de octubre de 2017







La filosofía del diálogo ha impregnado el pensamiento de la segunda mitad del siglo XX. Aún en los primeros años de este siglo, seguimos nutriéndonos del pensamiento de Buber, Levinas y Ricoeur, entre otros. La enorme contribución de esta mirada es haber destacado el determinante aporte de la presencia del otro en la construcción de la propia identidad. La presencia del otro, de un Tu, resulta decisiva en la conformación y estructuración del Yo, es el fundamento sólido de nuestra propia identidad. La interacción con el otro constituye la matriz fundante de la relación entre los seres humanos en sociedades compuestas por millones de individuos. La presencia de la persona del otro es insoslayable a la hora de efectuar el intento de explicar la propia persona.

En ese sentido, el pensamiento dialógico, consolida los pasos hacia lo colectivo y lo relacional en la vida de los seres humanos. Si dudas es una evolución sustancial respecto al autorreferencial “pienso, luego existo”. Los filósofos mencionados, de un modo u otro, destacan la presencia de un Tú que me nombra, de un otro que me saca del anonimato y que me distingue. El encuentro con el rostro del otro es la piedra basal de todo discurrir filosófico e inaugura una relación ética que de ese modo pasa a constituirse como filosofía primera.

En otras culturas, esas que el eurocentrismo decimonónico denominó ‘primitivas’, la importancia del otro en la distinción de mi yo, es una obviedad, algo que con el paso del tiempo se ha arraigado como sabiduría popular. La línea clara y distinta que hace de límite entre el yo y el otro tan cara a la filosofía occidental, se encuentra difusa y borrosa en el pensamiento asiático y africano. “Umuntu, nbuntu, ngabuntu”, en la lengua Zulu significa: “Una persona es una persona a través de otras personas”. El filósofo keniata John Mbiti afirma: “Soy porque somos y en tanto somos, soy”.

La literatura permite que cuestiones que damos por conocidas, se coagulen, se nos hagan cuerpo cuando las vemos expresadas en contextos narrativos. El relato permite que frases que nos resultan familiares, vuelvan a confrontarnos y nos saquen de la modorra de lo habitual y rutinario. Es lo que me ocurrió al leer la breve novela del angoleño José Eduardo Agualusa: “Teoría general del olvido”. En ella se relatan las peripecias que una residente colonial portuguesa sufre durante la revolución y la guerra civil de Angola. Ludo es una mujer que sufre de agorafobia, que durante casi 30 años permanece encerrada por su propia voluntad en un departamento de la ciudad de Luanda. Durante su encierro se alimentará de lo que encuentre a la mano, beberá agua de lluvia y compartirá sus días con Fantasma, un perro que convive con ella desde cachorro, antes de que la puerta se cerrara y de que la entrada del departamento fuera tapiada a cal y canto. En la página 94 de la edición en castellano de Edhasa, Ludo escribe para sí misma:

“Fantasma murió anoche. Todo es tan inútil ahora. Su mirada me acariciaba, me explicaba y me sostenía”

El otro, en este caso Fantasma, murió anoche. Ya no estás más conmigo, no te encuentras más en frente de mí. Tu ausencia hace que me extrañe, me incapacita, me torna anónima. En realidad, ya no distingo lo útil de lo inútil. Ya no estoy segura de qué es lo esencial para este mi Yo desdibujado. Carezco de referencias, extraño aquellas seguridades que creía tan mías. Tu mirada me acariciaba, me explicaba y me sostenía. Me sentía yo permitiendo y generando que para mí fueras más de lo que eras.



La mirada del otro: Acaricia, Explica, Sostiene.

Acaricia actualizando las emociones y los sentimientos. La mirada se siente. Los ojos que se depositan en mi rostro me distinguen del fondo anodino que me rodea. Esa mirada me rescata de la soledad, para hacerme su huésped.

Explica. Me indica silenciosamente quién soy. Apela a mi cognición, entiendo que soy responsable de él. Reconozco en qué nos parecemos y qué nos diferencia, me anoticio de ello. Al explicarme, me provee del ABC sobre el que se construye mi frágil identidad.

Sostiene. Me da razón del espacio y el tiempo en los que existimos. Es en esas coordenadas en las que soy distinguido y singularizado. Se trata de un aquí y un ahora diferenciado de la eterna infinitud del espacio – tiempo. Ahora y aquí yo no soy cualquier yo y tú no eres cualquier tú, sólo somos nosotros.

El nivel de profundidad que logra nuestra introspección en clave dialógica es muy potente. Cuando el silencio nos atraviesa, resuenan las infinitas voces que nos sostienen, que nos dan fe de que estamos vivos, que le otorgan un sentido a lo que de otro modo sería una mera supervivencia.

Concluyamos con unas palabras de Desmond Tutu, obispo anglicano de Ciudad del Cabo – Sudáfrica:
“Mi humanidad está ligada a la tuya, es por eso que sólo podemos ser humanos juntos.”

sábado, 14 de marzo de 2020

El juicio final de un médico ante el tribunal de sus pacientes.


Juicio Final.
Ricardo T. Ricci
SMT. 17 de junio de 2019









Se trata de saber si has amado. Como se te advirtió desde el comienzo, serás examinado en el amor. La pregunta será: ¿Amaste? Tienes derecho a elegir, de entre los colectivos humanos en los que participaste, los actores de este juicio. A partir de este instante serás examinado en uno de los que considerabas espacios estancos en tu vida, sólo uno. Se inicia el juicio de tu actividad profesional, tú mismo la has seleccionado como una parte importante de tu vida. 

La misericordia te otorga el derecho de elegir a tu acusador, a tu defensor, y a quienes deseas como integrantes de tu jurado. Finalmente designarás, según tu voluntad, a quién deseas como juez de tus actos. Lo tienes todo a favor, aprovecha la oportunidad.
Te escuchamos con atención:


Deseo que mi acusador sea un paciente. Aquel a quien menosprecié, aquel que me pasó completamente desapercibido, el dueño de aquella mano que no vi mientras se extendía hacia la mía en busca de ayuda. Mi acusador será aquella persona a quien no supe, no pude o no quise escuchar, esa a la que no asistí por el mero hecho de estar distraído, de no haberle prestado atención.

Deseo que mi defensor también sea un paciente. Uno que haya sido beneficiado de algún modo por una acción mía. Alguien que se sintió distinguido por mí y que posea una percepción aguda de la miseria humana encarnada en el médico. Alguien, sin dudas lo hay, que haya percibido mis miedos, frustraciones, mis profundas dudas, preocupaciones y prejuicios. Una de esas pocas personas que están convencidas de que la medicina es una, y sólo una, de las formas en que se puede servir a un congénere o aliviar su dolor. Un individuo que sea consciente de la pesada mochila que la sociedad le propone al médico, y que este acepta a veces por inocencia, a veces por vanidad.

Deseo que los testigos y el jurado también se convoquen de entre mis pacientes. Que sea heterogéneo, bien heterogéneo, que los haces de luz que iluminen mi trayectoria provengan de cientos de lugares. Que sea un grupo variado y elegido al azar. Esencialmente diverso que de todo vi. En este reino de la verdad y la transparencia no habrá lugar para la chicana ni la especulación. Unos y otros, sabrán apreciar la complejidad que se halla detrás de cada acierto y cada error. Unos y otros, serán genuinos para advertir el ensombrecido corazón del médico, que en nada se diferencia del ensombrecido corazón del ser humano. Unos y otros sabrán estimar los gérmenes de virtud, esos brotes de buenas acciones que los aquietaron, les ofrecieron consuelo, les dieron compañía y disiparon, aunque sea de momento, la espantosa soledad.

Finalmente deseo que mi juez sea El Paciente. Aquel que desempeñó, por sus características ambos roles, el de médico y el de paciente de manera simultánea y ejemplar. Por las características que intuyo va a tener este juicio, será necesario un equilibrado conocimiento de causas y efectos, un sagaz conocimiento de las profundidades misteriosas de mi entendimiento y voluntad. Sólo ese Juez será capaz de visualizar la totalidad, y lo intrincadamente sombrío e inaccesible que es el aparato sentiente, procesador y ejecutivo que tenemos los humanos.

Finalmente, serán necesarias enormes dosis de indulgencia, comprensión y misericordia para que el fiel de la balanza no me perjudique por completo. Creo haber amado, de lo que no estoy seguro es si amé lo suficiente. ¡No sé si he amado bien!

Espero la sentencia con temor y temblor. Confío en la benevolencia y en la recta conciencia de todos los participantes. Ansío que el Amor valore y potencie mi amor, que encuentre algún brillo en la sordidez de mi humanidad.

Todos de pie, se inicia la audiencia. ¡Tiene la palabra la parte acusadora!


viernes, 13 de marzo de 2020

La ficción de la ficción acaso sea la realidad.


El esclarecedor sueño de Juan Illich
Ricardo T. Ricci
SMT, 14 de diciembre de 2018








Juan Argentino Illich, es el chozno de Iván el inmortal personaje de la breve novela de Lev Tolstoi. Para quienes no lo saben chozno no es ningún insulto, se le dice así al hijo del tataranieto, es decir al cuadrinieto del personaje original. Los abuelos de Juan A. vinieron a la Argentina huyendo de los excesos del Zar de todas las Rusias como se acostumbraba nombrar a aquel monarca. Desembarcaron del vapor ‘Groix’ en el Buenos Aires del centenario, allá por 1910. Obviamente Julio es más argentino que el caracú, sin embargo le encanta leer y releer la novela de Tolstoi, “La muerte de Iván Illich”. En la cama, en el café de la esquina, o en el atardecer urbano, se lo puede ver con un libro ajado, con hojas que de tanto manoseo han engordado. Julio trabaja como prosecretario en los Tribunales de Justicia, se casó ya hace tiempo y tienen dos hijos Ivancito y Katy de 16 y 12 años respectivamente. Es un tipo dedicado a su trabajo, formal, educado, a veces demasiado atento a la opinión de los demás. Los que lo conocemos, sabemos que tiene una enorme cuota de introspección, una fantástica vida interior. La lectura de la novela referida a su ancestro, le permite pensar y repensar la cuestión de la muerte;  le desvelan las impresiones que los demás tendrían de él mientras rodean de manera cercana o lejana su hipotética cama de moribundo. 

Una madrugada de verano, Juan se despertó arrebatado y sudoroso. No se espabiló demasiado, optó por continuar en esa duermevela inquieta. Entre soñando e imaginando, se figuró para sí mismo un escenario futuro en el cual él mismo era el moribundo y estaba rodeado por todos sus conocidos en distintos círculos de proximidad, todo en función de la cercanía afectiva. De ese modo su esposa e hijos estaban en el círculo más próximo, sus compañeros de trabajo y conocidos en locaciones más periféricas. Como espectador omnisciente de la escena, era capaz de leer las mentes de quienes lo velaban anticipadamente. Tenía acceso a los sentimientos genuinos y los posibles epitafios que, de manera descarnada, escribiría cada uno de ellos como síntesis de una vida. Los sentimientos de las gentes a flor de piel, lo que plasmarían en la lápida de Juan si pudieran hacerlo. El hallazgo fue espectacular.

El que lo tenía de la mano era su médico. En realidad, le tomaba el pulso en su muñeca derecha. “Se me lo muere el Juan; pensar que lo conozco desde la secundaria. Le recomendé mil veces que largara el pucho. Hace rato que satura mal, no tiene superficie de intercambio gaseoso, se va a morir asfixiado pobrecito. Lo va a matar esta arritmia. Su familia está preparada, es un alivio para mí”.

“Papá, papá ya no me contestas, ¡te voy a extrañar no sabes cuánto! Sos el mejor papá del mundo. Ahora me dejás sola con los líos que tenemos en casa, ¿qué hará mamá? ¿Permaneceremos unidos o también ella se irá, en su caso, tras esa quimera? Esa locura que le agarró a su edad, esa fantasía incomprensible.”

En ese momento entró Ivancito y se paró al lado de su hermana, ésta desvió un instante la mirada para observar atentamente a su hermano, luego regresó a su posición rígida. “Viejo querido, ya nos hemos despedido en aquella cervecería, ¡te acordás? Me hablaste de frente, como dicen, de hombre a hombre, me cantaste la verdad sin tapujos. Te estabas muriendo, me dijiste. Ya lloré todas las lágrimas, ya puteé todas las puteadas, ya me calenté, protesté, pero todo en silencio como me lo pediste. Si, las voy a apoyar a las dos. A la Katy la voy a mimar un poco, no voy a dejar de cargarla y hacerle bromas, y a la mamá… A la mamá la voy a querer como siempre, pero se lo voy a hacer saber. No la voy a condenar, trataré de escuchar sus razones, le tendré paciencia. Te lo prometo viejo querido.”

“Juan, te odio casi tanto como te amé. En este último tiempo, desde que caíste en cama he tenido la oportunidad de pensar tanto, he recordado, he vuelto a soñar los sueños soñados alguna vez. Te he amado con locura, ¡te amo aún pelotudo! Estos últimos años te pusiste distante, lejano, descortés. Nunca supe bien por qué. Parecías estar conmigo, pero estabas a kilómetros de distancia y a años de ese presente que parecíamos compartir. Siempre mirando hacia adentro, ensimismado, no sólo distante sino como pidiendo más y más distancia, más y más soledad.
Esa soledad me fue envolviendo a mí, de pronto sentí que habías sacado el piso debajo de mis pies. Sola, triste y lo que es peor sin mi hombre, sin vos. No faltó el carancho que sobrevuela siempre para aprovecharse de las víctimas. Ramiro, sí Ramiro tu amigo de toda la vida, se me acercó, me escuchó, enjugó mis lágrimas y finalmente nos dejamos llevar. Cómo te enteraste, no lo sé. Cómo se enteraron los chicos, me imagino que por vos. ¿Qué se están imaginando respecto de mi futuro? ¿Estás absolutamente convencido de que siempre me fuiste fiel? Querés que lo diga, lo digo. Ramiro me calentó, el abrazo afectuoso de un hombre me contuvo en la soledad. Me volví a casa de la puerta de su departamento. Me dio vergüenza, me dolía tirar años de convicciones a la basura, preferí que me considerada una tarada que sentirme una facilonga cualquiera. Me volví a casa, algo pasó, algo intuiste cuando esa noche me miraste. ¡Lo viste!. Viste la bronca, el desamor y la traición. Luego entre los tres armaron la película completa y me condenaron. Se transformaron, sin saber nada de nada, en los inquisidores de mi vida y de mi futuro. ¡Qué se yo que voy a hacer ahora! Estoy segura que no es lo que se imaginan ustedes; ¡voy a ser tu viuda; la puta madre, tu viuda! Así despechada, enojada, con deseos de venganza, loca, aterrada, y más sola que nunca, te sigo amando Juan, te sigo amando. ¿Qué voy a hacer? Llorar, llorar, abrazar a los chicos y vivir la vida mendicante de perdón.”

Mientras se ampliaba el círculo de los afectos las voces se multiplicaban, los sentimientos variaban, se construían epitafios diversos. Sebastián, el hermano: “Te lloro hermano pero, me da vergüenza hasta pensarlo: agradezco no estar en tu lugar” Sofía la mamá; “Hijo de mi alma, es injusto, soy yo la que debería estar en esa cama. Mi vida ya no será igual; me invaden imágenes de tu niñez, cuento tus besitos, me acuerdo de tus rodillas siempre sucias, de tu pelo enmarañado, de tu silencio irritante y secreto. ‘Aquí yace mi hijo, una bendición y una incógnita a la vez’. Ahora te vas a encontrar con papá.”

Más lejos: “Primo querido, fuiste un ejemplo para mí”. “Ahora Juán estás de cara al misterio que tanto te desveló. Está a punto de abandonar esas que llamabas las absurdas coordenadas de espacio – tiempo. Lo que en vida supo desgarrar tu corazón, ahora, a las puertas de lo incierto, parece no preocuparte. Fui el padrino más dichoso, gracias.”

“Bueno, la Prosecretaría va a quedar ahora vacante. ¿Será mi turno? Le voy a pedir a Javier que empuje un cachito en la corte.” ‘Aquí yace un funcionario judicial comprometido y ecuánime’ ‘Te acompañan todos tus amigos de la Prosecretaría’. “Uno menos para disputar el ascenso.”

“No me imaginé esta salida. Tuviste a tu lado una flor de mina que te ama, que te es fiel hasta el extremo de dar marcha atrás cuando todos los motores están encendidos. Guacho querido, no pienso quedarme quieto, espero un tiempo e intento de nuevo chavón.” ‘Aquí yace el hombre que no mereció lo que la vida le dio.’ ‘Juan Argentino Illich (1970 – 2018) el hombre que nació muriéndose’.

“No pagó los gastos del sanatorio de mi marido patroncito. Ojalá que ahora le aprovechen los ahorros” “Te negaste a agilizar mi expediente; ojalá te pudras pronto.” “En su momento no entendiste mi dolor, cuanto me alegra que tu familia llore a mares ahora.” “Juancito querido, Dios se apiade de tu alma y te tenga en su gloria.” ‘Aquí yace el hombre que careció siempre de consenso’. ‘Aquí yace Juan, introvertido, solitario, siniestro.’ “Te vamos a extrañar tío Juan, el club no será lo mismo sin vos.” “Una lástima, ¡qué persona tan derecha!” “Un compañero incondicional.” “Qué no descanse en paz, hasta que la viuda pague la deuda que me deja”. ‘Aquí yace un hombre más, sólo un hombre más’.



Esa mañana en el desayuno, lo sorprendió el perfume del café recién hecho, el olor acogedor de las tostadas que Susana había preparado. Le fascinó como nunca ese sabor un poco empalagoso del dulce de leche. Apreció la melodía de las voces de su mujer y sus dos hijos.

En la radio: “Viernes 14 de diciembre de 2018, hermoso día de sol. Permanecerá fresco durante la mañana y la tarde y se esperan lloviznas hacia la noche. El pronóstico asegura que hoy y las próximas jornadas serán fantásticas.” 


lunes, 9 de marzo de 2020

Su majestad la Justicia acorralada.


Crecimiento patrimonial
Ricardo T. Ricci
S.M. de Tucumán, 20 de octubre de 2017

Mi opinión, no es la verdad.
Mi perspectiva, tampoco la realidad.
Mi fábula es eso, una fábula.






Además de gratificante, tomarse una leche cortada con tortillas en este bar de frente a los tribunales de justicia, resulta ser una experiencia esclarecedora. En él pululan los “Guardianes del Patrimonio”, los “Mercaderes del patrimonio”, los “Piratas del patrimonio”. A temprana hora de la mañana, acicalados en elegantes trajes a la moda, en vistosos vestidos floreados o trajes sastre de buen corte, deambulan a paso firme una rica variedad de pájaros de mal agüero. Aves rapaces de picos curvos y garras disimuladas bajo blancos puños adornados con gemelos, o bajo pulseras relucientes que cumplen con su misión de distraer eficazmente la mirada de los infortunados.

El patrimonio, los bienes muebles e inmuebles, los derechos sucesorios de las partes, las propiedades urbanas y rurales, las escrituras, los depósitos a los colegios profesionales, tu parte, mi parte y la parte de ellos, son el contenido excluyente de las sesudas charlas que en cada mesa adquieren una aparente y solo aparente, singularidad.

Cada desprevenido cliente está convencido de ello, todos creen que su problema es único, que es la primera vez que ocurre algo por el estilo, que cada angustia es original y fundante de un mundo nuevo. Pues lamento decirlo: no es así. Los gestores del patrimonio son peritos en disfrazar de inaugurales, los senderos repetidos que luego desandan con hábil pericia. El proceso carece de originalidad, la burocracia judicial es anodina, sorda y muda. Se impone el tedio, perentorios tiempos de postergaciones infinitas, sentencias lerdas que apeladas convenientemente resultan eternizadas por mortales astutos. El patrimonio, el bendito patrimonio, los bienes fungibles, los derechos y los deberes, la abultada jurisprudencia a favor y en contra. La lógica argumentativa, la falacia encubierta y el error procesal son las monedas de cambio en este mundo que se me antoja oscuro, cerrado y de rituales asfixiantes.

Todo es válido para que el patrimonio cambie de manos, aunque más no sea parcial y disimuladamente. El porcentual, el arreglo extrajudicial, la aquiescencia de los contendientes. Los justos honorarios ante tamaño compromiso en defensa de los genuinos intereses de los clientes, hacen naufragar los bolsillos más pudientes, precisamente estos últimos son los atacados con mayor sagacidad. No hay piedad ante la indigencia, siempre se encuentra el modo de ser ‘justamente’ remunerado por tanta “contracción” al trabajo.
El cliente, ingenua ave indefensa entre tanto carancho, ve pasar atónito los números de artículos, incisos, códigos, mientras sus dineros se escabullen ante esa misma mirada. El imputado mira sin ver y oye sin entender a ese letrado verborrágico que exhibe interminablemente todas las posibilidades que tiene de ganar ese pleito, que de hecho “ya está ganado”, pero… Hay que esperar los tiempos procesales de modo que el susodicho sea convenientemente esquilmado.

En el caso remoto de una gestión exitosa y una vez ‘pelado’, con su patrimonio enflaquecido cuando no ausente, el cliente agradece con las manos juntas y una respetuosa reverencia, la valentía y el arrojo de ese abogado que se jugó por él. Una vez recibida esa ofrenda, el semidiós de la defensa, bajo el conveniente paraguas del secreto de sumario, se reúne con el fiscal y Su Señoría aquí, en la mesa de al lado, a tomarse un whiscacho y departir amablemente sobre las maravillas del crecimiento patrimonial.

Proveer de conformidad.
Será justicia.