La única rosa
rosa, o esas cosas de los hombres…
Ricardo T. Ricci, 18 de octubre de 2021.
Octavo día de la Novena de mi Virgen Morenita.
Bonita, milagrosa y protectora de todos los míos, refugio de mis dolores,
dispensadora de la esperanza infinita. Allí junto al altar mayor,
iluminadísima, adornada como toda pura entre las puras con cientos de flores
blancas, rosas, claveles, lirios, calas y gladiolos. Las flores de la pureza.
Todos los faroles la apuntan a la Morenita y la fila de fieles que la veneran
avanza lenta, pero incesantemente.
Esa era mi oportunidad, en una bolsita de papel
madera llevaba mi ofrenda. Antes de ir al templo pensé: Yo no me creo tan pura
como para ofrendar una rosa blanca. Nunca, por más que lo intento, he logrado
una verdadera paz, las pasiones me invaden y me confunden, a menudo reacciono
con irritación. Creo que el rojo de la sangre que me ciega mancha sin piedad
toda la pureza que pudiera conseguir.
Por eso es que se me ocurrió, para ser sincera,
poner una rosa rosa en tu altar inmaculado. Para mí es pureza teñida de pasión,
me representa mejor a mí. Para que mi rosa no desentone la pongo en un
costadito de las ofrendas, en el borde de esa inmensa corona de blancura. Una
manchita apenar perceptible.
Ahora ya estoy presente para el último día de la
Novena. Dispuesta para la ceremonia final, para la gran celebración, para
festejar con cantos y panderetas a mi Virgen Morenita. La aclamación final de
todos los que la veneramos. A duras penas, poco a poco, logro acercarme algo a
tu magnífico altar, estoy deslumbrada con tanta belleza. No resisto la
tentación de echar una mirada al costadito, a mi costadito, ese en el que puse
mi rosa rosa como testimonio de mi avergonzada pasión.
No la veo, no está allí mi rosa. Nada de color
interrumpe el blanco magnífico. Mi rosa ya no está, ¿qué es lo que habrá
ocurrido? Todo está en su lugar menos mi rosita. De pronto siento que mi rostro
se enciende, el calor me invade la cara. ¡Anoche, anoche mismo, como premio a
mi sinceridad, te la llevaste contigo Madre mía! La aprietas sobre tu corazón y
allí estará, estaré, siempre contigo. Como cuando éramos niños los Reyes se
llevaban el pasto y el agua, tú te llevaste mi rosa rosa.
Me postro humildemente ante el milagro, ¡estoy
inmensamente feliz! Me siento indigna del favor que me hiciste y del amor que
me tienes.
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