“El
Granito y el Barro”
He
conocido a algunas personas de granito, como todos: con un carácter de piedra,
rectas, inamovibles, inmutables, con opiniones del tamaño y la forma de las
Montañas Rocosas, cantera que hay que excavar durante cinco años para extraer
una sola sonrisita pétrea. Eso está bien, es admirable, pero no tiene nada que
ver conmigo. Lo recto está bien, pero yo soy más bien retorcida.
El
barro es realmente muy distinto del granito, y debería tratarse de otro modo.
El barro se queda en su sitio, húmedo y denso y pringoso y productivo. El barro
está bajo los pies. La gente deja huellas en el barro. Como barro acepto los
pies. Acepto el peso. Trato de dar apoyo, me gusta ser acomodaticia. Los que me
toman por granito dicen que no es así, pero no han prestado atención a dónde
ponían los pies. Por eso la casa está toda sucia y llena de pisadas.
Para
alterar el granito hay que hacerlo estallar.
Solo
soy barro. Cedo. Trato de acomodarme. Y así, cuando la gente y las cosas
enormes y pesadas se marchan, no han cambiado, salvo porque tienen barro en los
pies, pero yo sí he cambiado. Sigo aquí y sigo siendo barro, pero estoy llena
de pisadas y huecos hondos y huellas y alteraciones. Me han cambiado. Tú me
cambias. No me tomes por granito
Hay modos
inesperados de presentarse ante la sociedad de los hombres, hay caretas de
diversos tipos, disfraces variados y roles que se interpretan sin inhibiciones
ni vergüenza. Interpretar un personaje postergando a la persona, ningunearla o
simplemente olvidada, tiene un enorme costo que antes o después se paga. La
interpretación de un personaje en el teatro de la vida de todos los días,
siempre se paga. Algunas veces en especias, otras con dinero, con prestigio,
con olvidos o, lo que es peor, con la perdida de la salud física o mental. Los
seres humanos estamos acostumbrados a actuar, a desarrollar nuestras
performances. El asunto está en interpretar nuestro papel, pagando el menor
costo posible. Algunos aseguran que la proximidad del personaje a la identidad
personal es garantía de bajo presupuesto. La distancia diferencial entre la
persona y el personaje, es directamente proporcional al monto que se anota en
la factura emitida siempre al consumidor final.
La genial
Úrsula K. Le Guin, propone dos modos polares de comportarse en la vida. De
granito, como ella lo afirma, es el tipo duro, rígido, principista, cumplidor
de la ley sin preocuparse por el espíritu de la misma. Es ese tipo recto,
impoluto, el que la tiene siempre clara, el que raramente duda ante la toma de
decisiones, ya que la letra de la ley o los convencionalismos sociales se lo
están diciendo claramente. No es de medir las consecuencias en los demás, sólo
le importa ser fiel a sí mismo y sus principios; de lo contrario será el quien
pague las consecuencias de su incoherencia. Las personas de granito tienden a
ocupar cargos directivos a los que acceden por su eficiencia, perseverancia y
honestidad a toda prueba. Otros ‘Granitos’ son jefes de bandas y variados tipos
de asociaciones. En ellas demuestran su liderazgo férreo, no consideran
excepciones y aplican las normas o los códigos a rajatabla. En criollo diríamos
que para este tipo de individuos “no hay chanchos con dos colas”, son aquellos
que no suelen confundir el aserrín con el pan rallado.
¿Está mal
ser Granito? Para nada, naturalmente cumplen un rol social muy importante. Son
los guardianes y garantes del pacto social. Nada los mella, no tienen
cicatrices expuestas, de huellas, ni hablar.
Los Barro
son individuos flexibles, ocupan lugares inferiores, son maleables, pueden
adoptar diversas formas, aceptan las pisadas y conservan las huellas que dejan
en ellos. Una parte de ellos también se desprende y se adhiere a los pies del
otro. Son tipos agradables, son consistentes, aceptan recomendaciones y
consejos, se constituyen en la amalgama de lo social, no presentan aristas
agudas que hieran al contacto, ceden, empatizan, se adaptan y convencen
mediante argumentos y razones sesudas. Su característica principal es la
predisposición al cambio, a aceptar y dar, a dejarse modificar y modificar
silenciosamente a su vez. Son tipos simpáticos, generosos, afables y amigueros.
Trabajando en la mina.
David
Connolly, nuestro amigo, el geólogo irlandés, nos contó el caso de un atildado
funcionario inglés que regenteaba el centro de estudios donde él había
conseguido su primer trabajo. Archibald - vamos a darle ese nombre ficticio por
su sonoridad destacadamente flemática - era un jefe estricto, recto, justo,
exigente con los demás y sobre todo consigo mismo. Era el primero que llegaba a
la oficina, siempre vestido impecablemente. Saco azul, pantalón gris de
franela, camisa blanca, zapatos excelentemente lustrados, marrones y de punta
roma. Lo más llamativo: sus corbatas. Tendría tres o cuatro, siempre bien planchadas
y con motivos similares, una o dos con cuadrillé escocés y las otras bordó y
azul con rayas diagonales con un discreto escudo de su club de remo.
A nuestros
fines, es importante conocer cómo era la firma personal de Archibald. Consistía
en su nombre y apellido un tanto ilegibles, encerrados al final por un círculo
imperfecto pero completo. Al interior de tan perfecto cerco, Archibald no tenía
escapatoria. Eso es lo que un día - Janet Blind, una de las secretarias con
vocación de grafóloga - le dijo a modo de broma. Inmediatamente, lamentó lo
dicho, lo consideró una desprolijidad de su parte, y su cara, con las orejas
incluidas, se tiñó de color rojo vergüenza.
Mientras
consultaba algo en unos libros de contabilidad, Archi (así le decían sus empleados
en secreto), escuchó la charla de dos empleados que comparaban sus firmas y las
vinculaban con sus historias. Comentaban un poco de todo, pero lo que le
impresionó fue eso del encierro del nombre, una vez más, el cerco alrededor de
sí mismo. Al parecer la gente más abierta, afable y franca no hace círculos, a
lo sumo rubrica su nombre – se dijo para sí. Al día siguiente le pidió a Janet
que citara a alguna persona de la oficina de registros personales para que
trajera su legajo. Una vez llegado el empleado, le informó que deseaba hacer un
pequeño cambio en su firma. Así fue que Archibald sacó el círculo y decoró su
firma con una pequeña rúbrica y dos puntos al final, como al descuido.
Al día
siguiente apareció con un outfit blazer
a cuadros chicos, camisa celeste y sweater cuello redondo, sin corbata. Eso sí,
los zapatos eran los mismos.
Dos o tres años después, David lo encontró en un pub en el centro de
Dublín. Archie (ahora se llamaba a sí mismo de ese modo), le comentó muy
afablemente que había reflexionado concienzudamente lo que aquella secretaria
le había dicho acerca de su firma. Le contó que aquella tarde – noche pensó:
“hay gente con una personalidad tal, que le permite tener una firma abierta, y
se comportan de ese modo. La mía, cerrada, coincidía con ese modo mío de ser
que me tenía repodrido. ¿Podrá conseguirse el efecto inverso? ¿Que al cambiar
la firma se ablande el granito?” Procedió de ese modo, logrando algunos
resultados que comenzaron a dejarlo cada vez más satisfecho.
Si, ya sé, una historia demasiado sencilla, una anécdota trivial para
afirmar que los seres humanos no son blancos o negros. Que la inmensa mayoría
de ellos son grises: granitos ablandados, o barros duros.
La postura de Le Guin me parece muy descriptiva y valiosa por exponer
los pares de opuestos, sin embargo, tiendo a creer que los modos humanos no son
tan polares. Conozco granitos que se resquebrajan en la soledad, a los que sus
lágrimas mojan su material de tal manera que le dan una consistencia algo
barrosa. Conozco barros, que reclaman para sí un poco más de consistencia, ya
que fracasan en algunas empresas porque no logran hacer efectivos sus sueños.
Soy protagonista en el teatro de la vida. También tengo mi set de
caretas, disfraces y personajes favoritos que interpreto plenamente. No se
puede vivir de otro modo. Al sacarme el maquillaje frente al espejo, una
lágrima con restos de delineador invade la mejilla blanca, otras veces, el
espejo me devuelve una cara un poco embarrada con una sonrisa franca de oreja a
oreja. ¡Parece ser que de eso se trata vivir!