El camino al cielo no es otro que este que piso.
Ricardo T. Ricci
24 de junio de 2020
Certidumbre (Emily Dickinson)
Yo jamás he visto un yermo
y el mar nunca llegué a ver
pero he visto los ojos de los brezos
y sé lo que las olas deben ser.
Con Dios jamás he hablado
ni lo visité en el Cielo,
pero segura estoy de adónde viajo
cual si me hubieran dado el derrotero.
La sensibilidad preciosa de Emily Dickinson, la mismísima sencillez a la hora de transmitir una emoción:
Nunca jamás he tenido la experiencia de un terreno seco, arenoso, infértil. No tengo mucha idea de lo que es la soledad allí donde no hay más nadie. Enormes espacios vacíos moteados por uno que otro vegetal. Eso, a cuatro mil metros de altura sobre el nivel del mar, es la mismísima puna Emily. Nunca la has visto, sin embargo tienes plena conciencia de los ojos de los brezos, una de las pocas plantas que florecen en esos tipos de terrenos yermos, sin vida. Los ojos de esas flores simples, modestas, iluminan esa vasta soledad.
El mar es otro tanto, es la soledad hecha de agua, en su superficie es lo yermo con humedad. No parece haber nada de nada, sin costa a la vista es el mismísimo desierto sin esperanza. Imaginas, supones, dices saber lo que son las olas sin verlas. La variedad de lo variado, una tras otra sin repetirse nunca, exaltación de la espuma. Las olas son los testimonios de la alegría de la soledad al encontrarse de manera patente con toda posibilidad. Flora y fauna de la orilla, dureza inconmovible de los acantilados, revoloteos de gaviotas y pelícanos. Celebración de las focas, delfines y ballenas.
Es la belleza del mar que se expresa en plenitud cuando, por fin, es observado.
Nuestros sentidos, como dices, no son los caminos hacia Dios. Nos resulta imposible concertar una visita al Cielo, es imposible sorprenderlo.
Dios huye de allí donde lo buscamos, no por Él, por nosotros. Adonde arribamos ya se hizo el vacío. Somos seres sin inteligencia, lo reducimos todo a modelos improcedentes; somos seres sin voluntad, sólo caprichos.
La seguridad del destino parece estar en cada piedrita del camino, parece existir ya aquella con la que tropezaré mañana. En el camino está el obstáculo a salvar, está la brisa para avanzar, está el atajo a evitar, el puente a cruzar y el desconocido para abrazar.
¡Vaya paradoja!
Es el camino que desando el mismísimo testimonio de la meta.
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