jueves, 28 de mayo de 2020

Soledad y espacio creador.


La soledad y el mundo de la creación.


Rachel Carson[1] sobre la escritura y la soledad del trabajo creativo[2]:

"Si escribe lo que usted mismo piensa y siente sinceramente y le interesa... interesará a otras personas".



Un consejo pertinente de una escritora destacada de no ficción y divulgación científica. Una bióloga marina comprometida, fundadora del conservadurismo ambiental y la ecología.











Efectivamente la tarea de escribir es solitaria. El escritor opera permanente con las ideas de otros, las recombina y las transmuta en ideas propias. 
En el silencio de la soledad, en ese terreno abonado por tantas lecturas, ese sitio frecuentado por tantos precursores que, a modo de insistentes fantasmas, aportan viejos materiales con los que se intentan nuevas construcciones. 

Usando materiales antiquísimos, armonizándolos con otros ingredientes insospechados surgidos de la memoria, con noticias de último momento y con la imaginación creadora, surge la novedad original, adquiere brillo la singularidad.

Es en ese espacio donde importa lo que al autor piensa y siente, donde sinceramente surge lo que le interesa. Eso que apasiona al autor tomará tal forma expresiva, tal brillo de originalidad, y tanta sinceridad, que será una invitación desnuda, un convite lanzado al mar en una botella, una ofrenda de intimidad.

Debo escribir de mis amores, de mis tesoros, de mis pasiones, mis miedos y mis redenciones. A ese terreno nuevo, totalmente novedoso, está invitado aquel que encuentre en el mismo su hogar, sólo por un tiempo.

Luego ¡a crear el suyo propio!
    
“Escribir es una ocupación solitaria en el mejor de los casos. Por supuesto, existen asociaciones estimulantes e incluso felices con amigos y colegas, pero durante el trabajo real de creación, el escritor se separa de todos los demás y se enfrenta solo a su tema. Él se muda a un reino donde nunca antes había estado, tal vez donde nadie haya estado nunca. Es un lugar solitario, incluso un poco aterrador.”[3]






domingo, 24 de mayo de 2020

Una herramienta para saber quiénes somos


Pildoritas de literatura I

Ursula K. Le Guin sobre arte, narración de cuentos y el poder del lenguaje para transformar y redimir[1]

"Una de las funciones del arte es dar a las personas las palabras para conocer su propia experiencia... La narración de historias es una herramienta para saber quiénes somos y qué queremos".[2]

¡Se puede decir tanto con tan pocas palabras!

El arte, la narración, viejos modos humanos de darle un orden al caos, de construir un cosmos. Las imágenes concretadas con esas pinceladas de narraciones dieron origen a la leyenda, al mito, al sueño. Palabras que nos acunan para que podamos relajarnos en medio de tanta perplejidad.

Las historias enseñan el camino y aseguran la posibilidad de un cambio. La concreción del cambio que ya se había gestado en la imaginación del escritor, del guía. La redención asegurada por la palabra desde antes que fuéramos, el lenguaje que se reserva la potestad de transformar el abajo en arriba; las tinieblas en luz, el final en comienzo.


Algunas funciones del arte:

Brindarte generosamente las palabras para que puedas ponerle nombre a tu experiencia, para que relatándola la hagas memorial, para que viéndola o escuchándola la hagas patente delante de ti. Las palabras son tu Virgilio y tu Beatriz.

La narración de historias pone ante ti realidades ajenas que te muestran tal como eres, permiten que te compares, que te definas. Ponen ante ti un prototipo solo percibido por vos al cual por amarlo te podrás parecer, o aborreciéndolo te podrás diferenciar.

¿Es posible que alguien sepa decirme lo que quiero…? Pues sí, porque no lo sabes todo, porque tu mundo es siempre pequeño comparándolo con el mundo, porque la realidad que tu candela ilumina es despreciable comparada con la realidad, porque eso a lo que llamas música son dos o tres acordes de la gran sinfonía.

El lenguaje es la puerta al mundo, a la realidad, la catástrofe y la armonía. A él te llevará tu voluntad siempre y cuando hayas tenido noticias desde allí y por las palabras vislumbres el inicio de una senda.

Ricardo T. Ricci  

jueves, 7 de mayo de 2020

El palacio de la Justicia


Un despreciable insecto en busca de justicia.
Ricardo T. Ricci, 27 de abril de 2019






Sí, la citación era para hoy, de eso estoy seguro. ¿Cómo será? ¿Declaré? ¿Me advertirán que debo decir la verdad y sólo la verdad? 
Por las dudas saco el papel de mi bolsillo. Cuesta leerlo por la cantidad de arrugas y pliegues que tiene. ¡Lo he visto y lo he vuelto a guardar tantas veces! 
En este acontecimiento y en este día me va la vida. Confirmada la citación y corroborada la fecha y el horario, levanto mi mirada ante el majestuoso portalón de entrada. Se debe guardar algo sagrado adentro de este edificio, el portón de hierro forjado con rejas y retorcidas volutas ornamentales así lo atestigua. Uno percibe en grado de certeza, que lo que allí se encuentra es materia preciosa. Inmediatamente detrás de fortificado ingreso me enfrento con un monstruo realmente atemorizante. Es la enorme escalera de entre dieciocho y veinte metros de ancho, que asciende señorial y portentosa hasta lo que sería el tercer piso de un edificio actual, de esos comunes. Los conté después, son 42 escalones, todos de mármol que han resistido majestuosamente el paso de los tiempos y los miles de desventurados como yo. El común de los mortales mira hacia arriba y se siente amedrentado por tanta altura, tanto recorrido, tanto trayecto venerable.

Me siento un insecto ante lo sacrosanto, un gorgojo ante la mismísima majestad de lo imperecedero. Atemorizado y empequeñecido, no me animo a transitar en mi diminuta soledad, este trayecto solemne que parece reservado sólo para los iniciados.

En ese momento llega el Dr. Rapazini, me toca el hombro con familiaridad y displicencia. Me dice que el encuentro es arriba. Mientras le pregunto a mi pie izquierdo si se va a animar a pisar el primer escalón, él ya ha recorrido por lo menos una decena a los saltitos, avanzando de dos en dos. “¡Vamos!” Me alienta. “No se achique compadre que no muerde.”
Después de un ascenso reverencial, paso a paso, lentamente, llego agitado, más por la ansiedad que por el esfuerzo, al piso superior.

“Miré, aquí presentamos el escrito, en la Fiscalía en lo Civil, Comercial y del Trabajo I. Firme acá y ya está desocupado. Ya hablé con Carlos, el fiscal y nos espera Roberto, el juez para concluirlo todo. No se preocupé, todo está convenido y arreglado, lo llamo cuando esté lista la sentencia.”

Me quedo mudo, digo adiós con un gesto casi imperceptible y me encamino perplejo hacia el precipicio. Nuevamente me enfrento a la grandiosa, y ahora inversa perspectiva de la escalera, me toca tener el atrevimiento de descender al mundo de la vida. Por un lado me siento acobardado y misérrimo, por otro sé que de ese modo y sólo de ese modo, dejaré atrás la ridícula solemnidad de los Tribunales de Justicia de Tucumán.

Me alejo aliviado del ostentoso y vacío de sentido, “Palacio de Justicia”.

domingo, 26 de abril de 2020

Juegos con consecuencias desastrosas.


Los jueguitos del capitán.
Ricardo T. Ricci
26 de abril de 2020.













Todos los años, para el día del policía, el capitán organiza un día de campo e inventa tres o cuatro jueguitos estúpidos y a la vez peligrosos. Ayer se vino con éste al que llamó: “Acierta o pierde”. Consiste en que todas nuestras señoras o novias se sientan detrás de la lona mientras a nosotros nos hacen mirar para otro lado. Cuando ya las damas están bien ocultas y dispuestas, nosotros debemos pasar de uno en uno a identificar los pies de la propia mujer o novia. El capitán y el sargento no participan, sólo se divierten.

Los pies del extremo derecho son los de la cabo Chadwick, esposa de Johnstone. Le encanta usar pantalones y zapatos de hombre, la hacen sentir más segura en la comisaría. Las dos de la izquierda no son problema, son la hija y la esposa del capitán. Simple deducción: la esposa por los zapatos pasados de moda y la hija, porque siempre está pegada a ella prendida de su brazo derecho. Me quedan siete.

Nunca presto atención al modo en que mi mujer se viste, ¡lo voy a comenzar a hacer desde ahora! Esto más que jueguito, es un modo de ponerlo a uno en flor de aprieto que en general tiene consecuencias.

Sé que si no reconozco los pies de mi mujer seré el hazmerreir de la jornada y luego recibiré, en casa, la correspondiente sanción. Si elijo cualquiera de las damas de mis compañeros, se arma la maroma, comienzan los celos y las suspicacias, luego pueden pasar meses de sospechas y comidillas.
El problema se torna más grave aún, si elijo los pies de la novia del sargento, ella es bien pispiretona y de ojito alegre y él un celoso patológico. Supongo que ella será la de los zapatos más puntudos, por las dudas no los elijo.

¡Vamos, hay que jugarse! Me decidí por los del medio, completamente al azar. ¡Y le erre fiero! Eran los pies de la hija del capitán que justo ese día comenzaba a practicar conductas contra el apego. Se puso colorada de la vergüenza y comenzó a llorar. El capitán no me va a perdonar eso.

Mi mujer también se puso colorada, pero de la furia. Me ligué una perorata acerca de mi falta de atención, de mi menosprecio a su persona, de mi falta de consideración por las cosas del hogar, de que seguro que reconocía los pies de mi madre y de que en el fondo me parecía a mi padre, un soñador distraído. Que cuando estábamos de novios nunca recordaba que detesta el helado de chocolate y no le gustan las flores.

Hace una semana que me trata con indiferencia, de acuerdo con los antecedentes, calculo que estaré en el freezer por lo menos tres meses. Cuando llego a casa le doy un beso a una estatua de mármol que se viste como mi mujer, cuando nos vamos a dormir siento unas irradiaciones raras que vienen de su lado y me provocan insomnio. Comida: arroz blanco con huevo duro y ¡si querés otra cosa, ahí está la heladera! No es la primera vez que ligo de este modo.

El año pasado al capitán se le ocurrió otro jueguito. Con los ojos vendados debía conocer a mi esposa sólo con el tacto. Una vez realizado el reconocimiento, debía dársele un ósculo en la mejilla. Le plantifiqué el beso a la mujer del capitán, no me había dado cuenta del bigotillo que portaba.
Esa vez aparte del freezer por tres meses, me chupé calabozo por tres días.

Por eso prefiero que el día del policía no llegue nunca, o que lo trasladen al capitán de una vez.        

lunes, 13 de abril de 2020

Una consulta médica


Dolor
Ricardo T. Ricci
20 de setiembre de 2016

Son llamativas estas cuestiones de la comunicación entre el médico y el paciente. No hay médico que diga que la relación médico paciente es un asunto sin importancia, sin embargo…


Al respecto, hace unos días Hernán Gutiérrez me contó su experiencia:

Pase Gutiérrez, buen día. ¿Qué anda haciendo por acá?

Tengo un dolor en el pecho doctor.

Sabe Gutiérrez, ¡he perdido mi sello! Hable, hable que lo escucho mientras lo busco en medio de este quilombo de papeles. Lo escucho.

Si, desde hace unos dos días siento como una opresión en el pecho, no es muy intenso, es molesto. Cuando cambio de posición siento como una puntada que me deja sin poder respirar. En realidad lo iba a venir a ver antes de ayer, pero con lo que nos estaba pasando… Mi hija, si mi hija. Lleva unos años de casada y esperaba, después de un enorme esfuerzo, su primer bebé. El embarazo venía bastante bien; ella con unos problemas en su casa, con su marido…pero la cosa iba bastante bien. Se la veía contenta dentro de todo. Mi señora le recomendaba que hiciera reposo, que no trabajara…el marido está desempleado ¿vio? El tipo no andaba bien. Decía que salía a buscar trabajo, y resulta que se iba al bar con los amigos a tomarse unas cervezas. Alguna vez hasta me pidió unos mangos prestados…

Este sello de mierda, ¿adónde se habrá metido? Voy a ver de nuevo cajón, por cajón.

Mi hija trabaja en una verdulería, en el barrio nomás… Se hace con unos pesitos que le sirven para las cosas de la casa. El hace rato que no labura. Viven en una casita que construí en el fondo; siempre estamos juntos. Cuando mi hija vuelve a la noche picamos algo y charlamos. Ernesto regresa más tarde, a veces viene con bronca. Nos damos cuenta por la forma en que abre y cierra las puertas. Desde casa alcanzamos a oír cuando le pega un grito a mi hija. Pensamos inocentemente, bueno todas las parejas tienen sus peloteras, se arreglan y ya. Nunca nos pareció que le pegara a mi hija, no parece esa clase de hombre. Tampoco nos consta que viniera borracho…

Y ahora…¿qué hago toda la tarde sin el sello? Veo por última vez en el maletín, y si no lo encuentro me voy.

Hace tres noches vino a los gritos desde la calle. Estábamos los tres en la cocina. Ya sabe, mi señora, mi hija y yo. Entró pateando la puerta hecho una furia. En dos zancadas se puso al frente de mi hija como para darle un golpe. Allí salté y me interpuse, es mi hija doctor… ¿Qué podía yo hacer? Me barrió con el brazo y fui a parar al lado de la heladera. Primero pegué con la puerta y luego caí al piso. Cuando vi que tomaba a mi hija por la cara, me enloquecí. De un salto estuve de nuevo a su lado, el codazo que me dio aquí, si justo aquí, me saco del medio y me dejó sin respiración. A mi señora la amenazó, pero no la tocó. A Mabelita le dio una cachetada y en el suelo, le pateó la panza…

¡Acá está el sello hijo de puta! Escondido bajo el tensiómetro en el maletín. ¿Adónde me dijo que le dolía?

domingo, 12 de abril de 2020

¿Palabras vacías?


“Felices Pascuas (¿Palabras vacías?)”
Ricardo T. Ricci, Domingo de Pascua de 2020.



Mal que nos pese, al desearnos Felices Pascuas podemos estar diseminando palabras vacías, podemos estar compartiendo apenas un continente sin contenido.

  

En la carrera olímpica de la posta 4 x 100 corren cuatro velocísimos atletas que cada cien metros entregan el testimonio. Se denomina de ese modo al objeto de forma cilíndrica, que cada uno pone en la mano del siguiente corredor para que éste lo lleve, con seguridad, hasta la meta. El primer atleta lo porta en su mano en el momento de la partida, es el cuarto el que llega con él a la línea de llegada.

El valor inmenso del testimonio consiste en que es entregado por alguien y para algo. La carrera en equipo adquiere sentido, cobra su valor, en la medida que se vaya entregando el testimonio hasta que uno, el último, lo deposite en la meta. El primer atleta lleva una promesa, un anhelo, un propósito que aún carece de contenido. El segundo, en cambio, recibe el anhelo y el testimonio comprometido de quien luchó durante cien metros para llevarlo hasta él. Recibe una historia. Con el tercero y el cuarto ocurre lo mismo, hasta que éste lo deposita en la meta.

El objeto que alcanza la meta contiene en él, la promesa original y la historia del recorrido efectuado, por eso se llama testimonio. Los cuatro atletas son los testigos comprometidos que pueden dar fe (testimonio) del camino recorrido, del cuidado de la promesa y del esfuerzo realizado. Es decir, el objeto ya no se encuentra vacío, ya no es sólo una promesa, cuatrocientos metros después se convirtió en una entidad con historia, valiosa por su concreción.

La carrera se inició con una aspiración vacía de contenido, un deseo, solo una promesa, y terminó con un testimonio. A lo original se le sumó el esfuerzo, el espacio, el tiempo y el compromiso del atleta. Ya no es algo vació, contiene vida, está lleno de significado.

Desear felices pascuas, significa entregarle a los otros el testimonio de vida de un año pascual. Sin vida, sin historias, sin errores ni enmiendas, sin caídas y levantadas, estamos entregando palabras vacías. Si no hemos sido testigos de Cristo resucitado, estamos entregando las palabras del año que ha pasado vacías, tal como las habíamos recibido. 

La Pascua es el paso, en nuestro contexto, el paso del testimonio de una mano a la otra. A los buenos deseos que recibo, le debo sumar durante un año, vida, esfuerzo, compromiso, historia, claudicaciones, de lo contrario lo entregaré vacío.

¡Aquí tienes el testimonio, está algo castigado y marchito!

¡Felices Pascuas!    

sábado, 11 de abril de 2020

¡Feliz Pascua!


“Clavar la Guampa”
Ricardo T. Ricci, sábado Santo de 2020.


La frase “Clavar la Guampa” es, naturalmente, una expresión de origen rural, usada con cierta regularidad en el Cono Sur de América.  En principio, el vocablo "guampa" deriva del quechua, wakkhra ,"cuerno", o sea la prolongación ósea que se desarrolla en la testuz – en algunos casos la región frontal, en otros la nuca - de ciertas especies animales. Llevándola al criollo moderno: agachar la cabeza, capitular.

Como todas las expresiones de este tipo es altamente polisémica, el uso le asigna varios significados. Esa variedad va desde morir, clavó la guampa, se murió; hasta rendirse o claudicar. Con un sentido u otro, clavar la guampa, hace referencia a la interrupción brusca de un proceso. Es decir, algo llevaba una dirección determinada, se comportaba regularmente de un cierto modo, y de pronto, eso cambió.

Un ejemplo práctico sería: Venía todo bien, nos metimos en un crédito para comprar la casa, hicimos la compra en cuotas de algunos muebles, de pronto vino esta maldita inflación que nos hizo clavar la guampa. Nos golpeo, nos frenó, nos hizo rendir, claudicamos, se terminó.

Esa expresión me vino a la cabeza cuando ayer vi esta foto:

  
Para el cristiano, en realidad para toda persona que tiene fe en una deidad, en un ser superior y trascendente, clavar la guampa no es, mejor: no debiera ser, una actitud excepcional. La criatura humana, se rinde ante la evidencia de lo omnipotente, acata los designios de la voluntad sobrenatural, se rinde ante lo inexplicable, reconoce lo inteligible del misterio, se doblega ante la abrumadora existencia del Amor. Clava la guampa ante lo que lo sobrepasa, se reconoce inferior, necesitado, menesteroso.

Por el contrario, para el hombre moderno tiene la connotación de derrota, de fracaso. Es un fatal reconocimiento del límite de la racionalidad egocéntrica, la humillante capitulación ante lo que se le escapa de las manos, lo que está más allá de su control.

La fotografía del papa postrado ante el Hijo clavado en la cruz es muy potente, demoledora. “La croce è la cattedra di Dio”, dijo él mismo en estos días.

Un sometimiento en soledad, en la soledad de la primera pandemia de la era global. El COVID – 19 ha expuesto al ser humano a su más cruda realidad. Le ha puesto un espejo en el que se ve pobre, limitado, enfermo, miedoso, indefenso, restringido. ¡Qué paradoja! Le ha puesto el ropaje del migrante en su propio hogar, le ha recordado la intemperie bajo su propio techo, lo ha hecho un peregrino de su propio interior.
¡Ha evidenciado en carne viva la igualdad de los iguales!

Clavar la guampa es lo propio del cristiano. Sabe que sin Él nada puede hacer, que si el sarmiento no permanece unido a la vid se muere, que si la tormenta arrecia contra la barca, el miedo lo puede, lo derrota; que si se ve arrinconado niega o traiciona. Para los hermanos del Hijo, clavar la guampa no es derrota, rendición ni muerte. Es ganancia, humildad y resurrección.

La postración del viejo hombre de rojo, es el mensaje de esperanza del hombre para el hombre. Clavar la guampa no es rendirse, es humillarse hasta el mismísimo polvo para vivir en la Verdad.

Él mismo agregó hoy en la Vigilia Pascual: “Nosotros, peregrinos en busca de esperanza, hoy nos aferramos a Ti, Jesús Resucitado. Le damos la espalda a la muerte y te abrimos el corazón a Ti, que eres la Vida”.