domingo, 29 de marzo de 2020

Las pandemias no ocurren por azar.

“Snowden”

(Reflexiones en torno a una serie de entrevistas concedidas por el Profesor Frank Snowden, historiador e historiador de la Medicina publicadas en diversos medios entre los que menciono a: The New Yorker, La Nación, Lancet, BBC Mundo, etc.)





Las epidemias no son aleatorias, no se tratan de surgimientos mágicos, de fuerzas misteriosas que atentan contra la indefensa humanidad. Por el contrario, son predecibles. Si se consideran de manera sistémica, con espíritu interesado por todos los agentes integrantes de las megasociedades del siglo XXI, se las puede prevenir. Las condiciones para la aparición de las pandemias se van produciendo silenciosa e inexorablemente. En Wuhan (ciudad de China en la que comenzó la epidemia de del CVID – 19) hay una ruptura en el equilibrio ecológico, una proximidad exagerada del hombre con animales no domésticos, y un hacinamiento que hace posible cualquier tipo de plagas. En un reportaje concedido a La Nación es más enfático todavía: “Las favelas de Rio nos están mostrando nuestro futuro. Su problema es angustiosamente nuestro problema.”

“Las pandemias son una especie de espejos que le muestran a la humanidad tal y como ella es” Expresiones como esta deben funcionar como alarmas, como despertadores que nos saquen del letargo, de la comodidad y el bienestar en el que algunos vivimos. Estas avanzadas sobre el equilibrio inestable de lo humano “obviamente tienen que ver con nuestra relación con nuestra mortalidad, con la muerte, con nuestras vidas. También reflejan nuestras relaciones con el medio en el que vivimos: el entorno construido que creamos y el entorno natural que responde. Muestran las relaciones morales que tenemos unos con otros como personas, y lo estamos viendo hoy.

Allí está el espejo, allí surge la imagen de la verdad: ¿Quiénes somos realmente? Cada uno de nosotros tendrá una respuesta, lo que es urgente es que como humanidad logremos construir, pronto, una respuesta intersubjetiva que se encuentre por arriba de los edificios ideológicos, religiosos, políticos y culturales que construimos, sin tenernos en cuenta entre nosotros. Parece haber acabado aquello de: “cada maestrito con su librito”, o construimos un manual de uso común o estamos condenados a algo mucho peor que el Coronavirus, sin dudas.

Solo a modo de ejemplo: Se recomienda el lavado frecuente de las manos, para mí y para ti, una recomendación que se ejecuta abriendo una canilla, ¿sí? Bien, pero la mayor parte de la población de la Argentina apenas tiene agua corriente, y muchos, muchísimos, no cuentan con ella. Eso es lo que este espejo cruelmente nos muestra.

Otro, ¡no hagan filas, no usen dinero, no se agolpen a las puertas de los bancos! Bien, el 70% de la población argentina no está bancarizada. Son personas que tienen un trabajo informal que depende, por ejemplo, de que la gente viaje en el colectivo. En cuarentena no pueden vender lapiceras, pañuelos descartables o maquinitas de afeitar. ¿Te reconoces en el espejo?, como sociedad me refiero.

De este modo la pandemia nos plantea cuestiones filosóficas, religiosas y morales realmente profundas. “Creo que las epidemias han moldeado la historia en parte porque han llevado a los seres humanos a pensar inevitablemente en esas grandes preguntas.”

viernes, 27 de marzo de 2020

Médicos, ni héroes ni villanos.


“Zbigniew”

Ricardo T. Ricci
26 de marzo de 2020


  

Los médicos no son ningunos héroes. Tampoco lo son aquellos bomberos que, a fuerza de agua y amianto, rescatan las víctimas de incendios feroces, tampoco lo son cuarenta y cuatro marinos cuya sepultura está en el fondo del Mar Argentino. Las tres profesiones que he elegido para sostener tamaña afirmación son estrictamente vocacionales. Los médicos se han preparado para salvar vidas, para cuidar, a como dé lugar, la salud de las comunidades a las que pertenecen, los bomberos se alistan voluntariamente para hacer esa enorme tarea, sienten el llamado a realizarla; los tripulantes de un submarino han optado por ese destino siendo movilizados por la vocación de servir a la patria. Conviene recordar que la patria es la totalidad de los habitantes que comparten un mismo territorio y han aceptado regirse por las mismas leyes de convivencia.

En estas épocas de pandemia la población, que no tiene en cuenta cotidianamente a su sistema de salud ni las personas que en el trabajan, erigen a la categoría de héroes a quienes prestan ese servicio a la comunidad. Terminar extenuado después de una agotadora jornada de trabajo sabiendo que en minutos – cuando termine la tregua tomada para echar una cabeceada – la jornada recomienza, y será tan larga, agotadora y estresante como la anterior.

Entre los llamados “sanitarios” hay de todo. Los vocacionales, los convenidos, los ‘no me quedaba otra’, los que desean el ascenso social, los que buscan prestigio, los ‘el delantal me queda fenómeno’, los ‘es el mandato de papá’ y tantos otros que responden a variadísimas motivaciones, es cierto.

Sin embargo la hora exige que hagas lo que estás preparado para hacer, que lo hagas en condiciones desventajosas y que lo hagas bien. La situación te pide que seas exitoso en tu tarea, que puedas ser felicitado y aplaudido, que por ahora te impongas a la enfermedad y a la muerte. El reconocimiento será absolutamente merecido. ¡Pero de ahí a héroe hay un enorme paso!

La foto que encabeza esta nota fue premiada por la revista National Geographic como la foto del año 1987. En ella se ve al Dr. Zbigniew Religa (polaco) vigilar los signos vitales de un paciente después de una cirugía cardíaca (transplante del corazón) de 23 horas de duración. En la esquina inferior derecha, se ve a uno de sus colegas agotado y en el quirófano no queda más nadie, el equipo comprometido en la cirugía contaba con quince o veinte personas. Con todo derecho, ninguna de ellas está.  Sólo queda el cirujano, un ayudante durmiendo en la esquina, el desorden sangriento, la miríada de cables, los tubos, los depósitos. Es decir las secuelas inmediatas de cualquier cirugía mayor.

Hoy, a pesar de que el corazón del Dr. Religa ha dejado de latir, el de su paciente, Tadeusz Żytkiewicz todavía hoy, está funcionando.

Quién erige al médico en héroe, puede ser el mismo que a la hora de su fracaso lo amenace con el castigo corporal, una demanda judicial, o la misma muerte. No seamos ingenuos, es más frecuente lo último que lo primero. Por eso, este señor, que sólo ha hecho lo que debía hacer, merece nuestro enorme reconocimiento y admiración; pero no seamos exagerados. Al basurero, que pasa por la puerta de casa trabajando a la madrugada, sin protección alguna, deberíamos erigirle un monumento. Sabemos que si el recolector no pasa durante 48 horas, nuestro hogar se transforma en un basural.

En épocas de pandemia se descontrolan las emociones, se distorsiona el juicio, se dispara la angustia y el miedo toma el comando de nuestra psique. Si bien resulta totalmente comprensible, sería bueno no perder la vara de medida, no embotar nuestra capacidad de juicio. La virtud sigue siendo virtud, y el vicio, vicio. La primera debe ser reconocida sobre la base de los logros provechosos obtenidos y el servicio prestado a la comunidad. Sobre el segundo, acaso la tolerancia, el justo castigo y el perdón, deban imponerse sobre el inconsciente repudio inmediato.

Pertenezco al gremio de los héroes de hoy, pertenezco al gremio de los villanos de ayer. He ejercido mi profesión de médico durante más de cuarenta años, en ese tiempo he celebrado y llorado con mis pacientes, confieso haberme sentido héroe en varias oportunidades; pero muchos han visto al héroe devastado por los pasillos en muchas más.

Conviene ser justo y prudente a la hora de juzgar todas las profesiones y ocupaciones humanas, más a las que claramente están al servicio de la comunidad, más aún a aquellas que tienen que ver directamente con la vida y la muerte.

¡Ni héroes ni villanos, médicos! Podría ser una frase de cabecera a la cual recurrir a menudo y en todas las épocas.

Agradezco al Dr. Zbigniew Religa, al fotógrafo James Stansfield, y a don Tadeusz Żytkiewicz, por haber sido inocentes promotores de esta reflexión. 



jueves, 26 de marzo de 2020

Ejercicios Narrativos 4: "Mecha"


“Mecha”

Ricardo T. Ricci
S. M. Tuc, 26 de marzo de 2020





No, Mar del Plata no era para cualquiera; recién muchos años después, desde los ’50, la cosa cambió, se hizo popular. En los ’30 era el balneario de moda para algunos privilegiados de la High Society de Buenos Aires. Las familias se instalaban en grandes casas, pequeños palacetes cercanos a la playa, durante todo el verano. Viajaban comodísimos en el tren que salía de Plaza Constitución, o en sus propios autos. El núcleo social lo constituían esas familias agrícolas ganaderas inmensamente ricas que pasaban la mitad del año en nuestras pampas y la otra mitad en París.

Como siempre alrededor del sol giran planetas menores, algunos de órbita cercana llegan a disfrutar del calorcito del Astro Rey, los más alejados, casi ni luz reciben. De todos modos la cuestión consiste en pertenecer, en ser invitado, en saber cuáles son las tendencias, en conocer donde se juntan todos hoy, todos los que son como nosotros.

La Mecha era la hija menor de un tano aventurero y emprendedor, que verdaderamente había hecho la América. Alrededor de 1865 se vino para la Argentina con una mano atrás y otra adelante, como se solía decir. Para la celebración del Centenario el tipo era inmensamente rico, varias veces millonario. La Mecha era la octava de sus hijos, la más bonita por lejos. El mayor ya era médico, el segundo se había escapado del seminario, las mujeres eran profesoras de piano y hábiles en las cuestiones del corte y la confección. Algunos comerciantes, otros cuya ocupación consistía en dilapidar la fortuna con proyectos irrealizables, emprendimientos inconstantes y mucha, pero mucha diversión. Trajes elegantes, amigos destacados, cuello pajarita, carruajes distinguidos, champán y amigas dispuestas para todo servicio. Noches fantásticas de juventud, sueños compartidos, despilfarro, alcohol y muchos mimos.

A la Famiglia  le faltaba dar un solo paso, adquirir un apellido destacado, un descendiente de familia tradicional si es posible de los terratenientes herederos de las células reales de la época colonial. El trato era: me das tu apellido, te doy en matrimonio a mi hija más linda, la más pequeña. El vínculo matrimonial aseguraba el ascenso social, se podía estar más cerca del sol, recibir más luz y calor.

Esa fue la historia de la Mecha. Casada por un contrato de conveniencia con un salteño de apellido con sonoridades coloniales, ya sin campos y sin dinero. Un dilapidador profesional, cuando la Mecha tenía veinte este señor ya estaba en la cuarentena. Tenía la vida hecha y también desecha: timbero, borrachín, consentido, chinitero, taimado, experto en supervivencia y en engaños, pero con apellido resonante. Dinero y damita va, apellido viene, se celebró el contrato y el matrimonio inició el camino del martirio. Después de perder un varoncito durante el cuarto mes de embarazo ya nunca más pudieron concebir un hijo. A los pocos años el salteño falleció en Buenos Aires, destruido, hecho una piltrafa, en una cama de hospital municipal, sin gloria y con mucha pena.

La Mecha comenzó a ser la viuda de. Allí es cuando empezó a gozar de las mieles del ascenso social, departamento en la zona de Retiro en Buenos Aires, té y canastas por doquier, variadas soirees, el dinero y el apellido son una yunta imparable. Fue la época de sus prolongados veraneos en la selecta Mar del Plata, de la vida soñada, de los amigos influyentes que siempre te tienen un carguito en algún ministerio cuando andás medio necesitado.

Finalmente la Mecha regresó al pago original, al seno de la familia que la acogió como una más. Con algún resto de privilegio vivió una vida sencilla ayudada por la caridad de los demás. Altanera, elegante, piel de porcelana, sombreros con redecilla para ocultar coquetamente la dirección de la mirada y resguardar lo que va quedando de pudor.

En esa época la conocí, la admiré, y cuando supe su historia la compadecí. Años después la Mecha padeció demencia senil y murió, gracias a una postrera influencia, en una habitación para ella sola en un hospital psiquiátrico público.

La familia es la familia. La Mecha se merece mi reconocimiento y mi homenaje tantos años después. Las costumbres de otras épocas pueden ser severamente criticadas, ya las generaciones que nos siguen sabrán criticar con la misma severidad las nuestras.      

miércoles, 25 de marzo de 2020

Ejercicio Narrativo 3: "YO"


Yo

Ricardo T. Ricci
25 de marzo de 2020





Ya se estaba cayendo la última hoja del otoño y yo sigo estampado contra esa vieja rama que, empecinadamente se ha opuesto a mi trayectoria hacia el seno de la tierra, por ahora.

Me he dado tantos porrazos cayendo desde “mis alturas” que ya he perdido la cuenta. Son tantas las montañas que laboriosamente construí para luego celebrar mi ascenso a la cima, que enumerar mis caídas, es igual a enumerar mis “montañas”. 
No hay una desde la que no me desbarranqué. No hay una que me haya ofrecido cobijo el tiempo suficiente como para lograr aferrarme. Todas inestables, resbaladizas, frágiles; no hay una que te ampare aunque sea un tiempito. Cimas inestables, fríos extremos, senderos estrechos, profundos despeñaderos hacen que uno antes o después, e irremediablemente, termine cayéndose.

La más alta y peligrosa es una que se llama Vanidad. Es tanta su seducción que hasta intentamos coronar su cima de manera reiterada. Reiterada es también la caída y duro el porrazo. La que se llama Éxito nace en un valle indescriptiblemente bello, los primeros tramos son descansados y placenteros. Eso sí, alcanzar la cima representa un esfuerzo sobre humano; en general hay lugar para una persona sola, que obviamente en un tiempo escaso, se desbarranca sin excepción. La de la Riqueza en realidad es como una pequeña cordillera, varios picos: Comodidad, Confort, Poder, Prerrogativas, Excepciones, Amistades, Influencias, Eficiencia, Mercado. Es prácticamente imposible visitarlos a todos, de ahí la insatisfacción y el deseo renovado de aspirar a la cima de la Riqueza. Despeñarse desde allí es doloroso, nuestro cuerpo choca con numerosos riscos antes de caer, en mi caso, a la vieja rama del árbol del otoño.  

Hay tantas montañas como seres humanos, es posible que quien lea tenga identificadas una cuantas y se haya caído de algunas.

Finalmente les comparto una que me mareó, me subyugó y me sedujo: Humildad. Ser el más humilde de todos, ser el que alcanza el éxito en la humildad, ser el más desprendido de la riqueza, el más pobre de todos. Humildad te da una paz fugaz Y cuando te despeñas, van cayéndose la colección de caretas, de disfraces, se deshacen todas las componendas tramadas para que luzca más el brillo de Tu Humildad.

Luego de mucho tiempo descubrí que el vallecito en el que se halla mi árbol protector lleva por nombre: Valle de la Verdad. Los que ya hemos caído de lo alto, pero no estamos exentos de volver a visitarlo pronto sabemos que las gentes del pueblo se refieren a él como el Valle de la Humildad Verdadera.

martes, 24 de marzo de 2020

Ejercicios Narrativos 2: "Juanita"


Juanita.
La colosal congoja de una sobreviviente.

Ricardo T. Ricci
teodoro.ricci@gmail.com
S.M. de Tucumán 24 de marzo de 2020.






Mi abuela Juanita (la primera de la derecha), se vino para la Argentina allá por 1920. Sí, la nuestra era la tierra prometida para los gallegos y los tanos, también para los catalanes como era su caso. Su emigración se forjó alrededor de un sueño, el de la tierra prometida; el viaje se concretó, sin embargo, para huir del espanto.
Juanita, con dieciséis años recién cumplidos, se unió a un grupo de voluntarias civiles para luchar contra la mal llamada Gripe Española. Esa simple decisión, le cambió la vida para siempre.

El mundo estaba en guerra en 1918, hombres y mujeres morían de a cientos de miles, algunos por las balas y los gases letales, otros por el tifus en las trincheras y otros por virus extranjeros más certeros que las mismas balas. El lugar en el que comenzó la plaga es aún un tema de disputa, de lo que se está seguro es que no fue España. Eran épocas de secretos militares, de noticias sesgadas para no disminuir la moral de los soldados (extraoficialmente se sostiene que murieron entre cincuenta y cien millones de personas en todo el mundo). 
Sea como fuere, la tierra natal de Juanita fue una de las zonas más afectadas con ocho millones de personas infectadas y 300.000 fallecidas. Su propia familia resultó diezmada, murieron sus padres, dos de sus hermanos pequeños, la tía Elisa y el abuelo Paco.

Los sentidos de Juanita se saturaron de muerte. Con un llanto que no conocía final, me contaba que en su memoria aún estaba presente el olor de la muerte, el sonido sibilante del final, el sabor metálico de su propia saliva y la fría rigidez de los cadáveres.

Juanita era la persona más buena del mundo, menudita, silenciosa, prudente, inmensamente prudente. Yo la llamaba Abueli. Nunca la vi con otra ropa que no fuera su viejo batón de luto estricto. Sus ojos no acompañaban a sus sonrisas, ajenos, me miraban sin ver. Estaban en un lugar en el que para llorar no se necesita de estímulos, se hallaban para siempre en el inmenso país de la congoja.  











domingo, 22 de marzo de 2020

Ejercicios Narrativos 1: "Javier"


Javier
Ricardo T. Ricci
22 de marzo de 2020

(Inspirado por un desafío en Twitter efectuado por J.J. Muñoz Rengel. Director de la escuela de Imaginadores. juanjacintomunozrengel.com )







Javier, era un niño aguerrido y feliz que surgía inesperadamente de las bocas de las alcantarillas y los subsuelos. Era el gestor y el líder de la banda más simpática de sabandijas que nunca conocí. Era mi referente, mi norte, mi ejemplo; todos queríamos ser como él.

Al cabo de un tiempo se fue a vivir a otro pueblo, sus padres, con fuertes desavenencias entre ellos, lo pusieron al cuidado de un tío hiper devoto, riguroso observante de todos los preceptos, reconocido por todos sus vecinos por su paz y armonía.

Años después me crucé con Javier en una calle medio desierta de aquel pueblo, casi no lo reconocí por lo circunspecto y lo correcto de su comportamiento. La despedida fue parca, mesurada, casi impersonal.

Por un trámite breve yo alquilaba una habitación en lo de Nora, una modesta residencia con media pensión. Mi anfitriona, siempre alerta, al verme desde el otro lado de la calle con Javier, tuvo tema para emitir su propia opinión; me dijo: Desde que llegó ese niño de mirada vivaz, de ocurrencias sin fin, fue mutando, a fuerza de sermones y correctivos, en el pulcro bancario medio calvo que mes a mes me pide la supervivencia para pagarme la pensión. 

viernes, 20 de marzo de 2020

¡Ojo, el juego de metáforas y realidad confunde al más pintao!


Un par de negros mostachos
Ricardo T. Ricci
Mayo de 2019


Una vez más Raúl se puso cara a cara con la esfera de su reloj. Una vez más aquel par de negros mostachos lo disuadieron de esperar. ¡Ya no vendrá! Se dijo. ¡CORTEN!




Lo fantástico de la literatura es esa inagotable posibilidad de crear mundos e historias, es decir escenarios y tramas. Poblar esos mundos con personajes que encarnan las historias que surgen de mentes que son como las otras mentes. La literatura es la posibilidad de plasmar en un papel los mundos que todos, desde nuestra más temprana infancia, hemos sido capaces de crear para ponerle un orden, nuestro orden, a esta vida incierta. Esos mundos y esas vidas se trasladan al papel en forma de signos, de ese modo adquieren una realidad hasta ese momento inexistente. A través de esos signos, nuestra mente es capaz de crear una porción nueva de realidad con un significado explícito u oculto, como en el caso de Raúl.

Hasta hace apenas unos minutos Raúl, este Raúl no existía en mi vida y tampoco en la tuya. ¿De qué oscuro rincón del inconsciente pudo venir este Raúl? ¿Por qué vino Raúl y se quedaron Gerardo Carlos y todos los otros también? Algún fenómeno, no dependiente del puro azar, trajo a este Raúl al escenario. Este muchacho, si acaso lo es, ha sido beneficiado por la existencia y encierra los miles de raúles y no raúles que pueblan mi memoria y mi imaginación. Dicho sea de paso, memoria e imaginación son hermanas gemelas que miran en direcciones opuestas, además les encanta intercambiar contenidos. Una cosa más: este Raúl es nuevecito, aunque surge de un manantial de experiencias vividas por mí.

A partir de ahora existe otro Raúl, el tuyo, el de tus experiencias e interacciones. A ese Raúl nos referimos cuando de algún modo lo imaginamos en una esquina concurrida de una gran ciudad, podría ser cerca de la boca de la estación Juramento de la línea D de subtes. La mínima escena inicial nos orienta, y allí también interviene nuestra memoria; un lugar populoso y ajetreado donde la existencia de un reloj tiene sentido. Aunque todo es posible, no me imagino a este señor parado en un surco de caña de azúcar en una calurosa tarde tucumana. ¿Tú te lo imaginas en el puerto de Ushuaia? Puede ser, por qué no.

Una vez más se enfrenta cara a cara con la esfera del reloj. El reloj tiene cara, adquiere consistencia y dimensión humanas. Es una cara chata e inexpresiva, muchas veces lo hemos tratado de inexorable e impiadoso. Ahora sin embargo es el compinche de Raúl, lo acompaña en un trance que, si resulta tal y cual se lo imagina Raúl, lo condenará al olvido inmediato. Mientras tanto, cumple fielmente con su trabajo de dar la hora permitiendo que su segundero de vueltas y vueltas sin marearse y sin concederse absolutamente ninguna pausa. Es que el reloj efectivamente muestra su cara, su cara franca y sin dobleces. Es un referente fiel del paso del tiempo y está allí, atento, para dar testimonio de ello e informarnos acerca de puntualidades laborales y citas desbaratadas. Ese enfrentamiento reiterado cara a cara con la esfera implacable no augura nada bueno.

He visto esas interacciones hombre - reloj en salas de espera de hospitales, ante las puertas de quirófanos o  en salas de cuidados intensivos. Las he visto en audiencias en tribunales, en andenes de estaciones, en paradas de colectivos, unas pocas en salas velatorias. Son interacciones frecuentes de los preceptores en los colegios, de los árbitros de fútbol, en fin, de gente en funciones de control o en personas ansiosas, desesperadas o colmadas de inquieta esperanza.

Los negros mostachos son verdaderamente un anuncio ominoso. La cita era a las ocho y ya son las ocho y veinte, eso es lo que las agujas del reloj anuncian en forma de mostachos con los extremos caídos. ¿Y por qué no decir claramente que ya son las ocho y veinte? Pues porque el autor se da el gusto de hacer un giro lingüístico y mediante la metáfora sugerir sin decir. Sólo para que el lector se vea impactado con una construcción sorprendente que reclame su atención, toda su atención. Porque en literatura uno tiene derecho a recurrir a formulaciones que permiten el vuelo de la imaginación del autor, y despierta el deseo de comprender del lector. Las nueve y cuarto pueden ser bigotitos cuidados y engominados, las siete y veinticinco, unos bigotazos estilo mariachi. Los mostachos son geniales, por precisión y simetría.




Eso que debía ocurrir a las ocho corre peligro de no concretarse. Han pasado veinte minutos y es un muy mal presagio. Es más, ya ha ocurrido otras veces y las secuelas de estos desplantes son devastadoras. La recuperación es muy lenta, dura semanas o días. Raúl parece ser un tipo extremadamente puntual, ¿será capricorniano? Le molesta que los demás, sean piscis, acuario o géminis no acudan a las citas puntualmente. El reloj le está dando la evidencia ostensible de una nueva decepción.
Ya no vendrá, es la afirmación en forma hipotética que Raúl parece tentado a hacer. Mientras, la esquina de Cabildo y Juramento es absolutamente ajena a la preocupación y la ansiedad del impaciente mirador de relojes. Le va mucho en esta cita, no es una más. ¡Ya no vendrá! La conjetura abre una puerta de desesperación. No, es más que eso, es desilusión, es fraude. Raúl se siente devaluado, su yo presenta una grieta que no le permite entrever el futuro.


¡ACCIÓN!
Nunca te pares en la puerta del subte, alguien puede tropezar y empujarte escaleras abajo. Te entendí que me esperarías en la esquina de la librería, no acá. Además, con ese adefesio de impermeable decimonónico y el paraguas de tu abuelo no te hubiera reconocido desde allá. Menos mal que me crucé. Al final ocurrió lo mismo que la semana pasada en Flores. ¡Dale, al cine ya no llegamos! Un buen café con leche me va a venir de diez. Ah, y corregí ese vejestorio de reloj, ya te dije que adelanta.
¡CORTEN!