Javier
Ricardo T. Ricci
22 de marzo de 2020
(Inspirado
por un desafío en Twitter efectuado por J.J.
Muñoz Rengel. Director de la escuela de Imaginadores. juanjacintomunozrengel.com )
Javier, era un niño aguerrido y feliz que surgía
inesperadamente de las bocas de las alcantarillas y los subsuelos. Era el
gestor y el líder de la banda más simpática de sabandijas que nunca conocí. Era
mi referente, mi norte, mi ejemplo; todos queríamos ser como él.
Al cabo de un tiempo se fue a vivir a otro pueblo, sus
padres, con fuertes desavenencias entre ellos, lo pusieron al cuidado de un tío
hiper devoto, riguroso observante de todos los preceptos, reconocido por todos
sus vecinos por su paz y armonía.
Años después me crucé con Javier en una calle medio desierta
de aquel pueblo, casi no lo reconocí por lo circunspecto y lo correcto de su
comportamiento. La despedida fue parca, mesurada, casi impersonal.
Por un trámite breve yo alquilaba una habitación en lo de
Nora, una modesta residencia con media pensión. Mi anfitriona, siempre alerta,
al verme desde el otro lado de la calle con Javier, tuvo tema para emitir su
propia opinión; me dijo: Desde que llegó ese niño de mirada vivaz, de
ocurrencias sin fin, fue mutando, a fuerza de sermones y correctivos, en el
pulcro bancario medio calvo que mes a mes me pide la supervivencia para pagarme
la pensión.
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