Yo
Ricardo T. Ricci
25 de marzo de 2020
Ya se estaba cayendo la última
hoja del otoño y yo sigo estampado contra esa vieja rama que, empecinadamente se
ha opuesto a mi trayectoria hacia el seno de la tierra, por ahora.
Me he dado tantos porrazos
cayendo desde “mis alturas” que ya he perdido la cuenta. Son tantas las
montañas que laboriosamente construí para luego celebrar mi ascenso a la cima,
que enumerar mis caídas, es igual a enumerar mis “montañas”.
No hay una desde
la que no me desbarranqué. No hay una que me haya ofrecido cobijo el tiempo
suficiente como para lograr aferrarme. Todas inestables, resbaladizas,
frágiles; no hay una que te ampare aunque sea un tiempito. Cimas
inestables, fríos extremos, senderos estrechos, profundos despeñaderos hacen
que uno antes o después, e irremediablemente, termine cayéndose.
La más alta y peligrosa es
una que se llama Vanidad. Es tanta su seducción que hasta intentamos coronar su
cima de manera reiterada. Reiterada es también la caída y duro el porrazo. La
que se llama Éxito nace en un valle indescriptiblemente bello, los primeros
tramos son descansados y placenteros. Eso sí, alcanzar la cima representa un
esfuerzo sobre humano; en general hay lugar para una persona sola, que obviamente
en un tiempo escaso, se desbarranca sin excepción. La de la Riqueza en realidad
es como una pequeña cordillera, varios picos: Comodidad, Confort, Poder,
Prerrogativas, Excepciones, Amistades, Influencias, Eficiencia, Mercado. Es prácticamente
imposible visitarlos a todos, de ahí la insatisfacción y el deseo renovado de
aspirar a la cima de la Riqueza. Despeñarse desde allí es doloroso, nuestro
cuerpo choca con numerosos riscos antes de caer, en mi caso, a la vieja rama del
árbol del otoño.
Hay tantas montañas como
seres humanos, es posible que quien lea tenga identificadas una cuantas y se
haya caído de algunas.
Finalmente les comparto una
que me mareó, me subyugó y me sedujo: Humildad. Ser el más humilde de todos,
ser el que alcanza el éxito en la humildad, ser el más desprendido de la riqueza,
el más pobre de todos. Humildad te da una paz fugaz Y cuando te despeñas, van cayéndose
la colección de caretas, de disfraces, se deshacen todas las componendas
tramadas para que luzca más el brillo de Tu Humildad.
Luego de mucho tiempo
descubrí que el vallecito en el que se halla mi árbol protector lleva por
nombre: Valle de la Verdad. Los que ya hemos caído de lo alto, pero no estamos exentos
de volver a visitarlo pronto sabemos que las gentes del pueblo se refieren a él
como el Valle de la Humildad Verdadera.
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