“Zbigniew”
Ricardo T. Ricci
26 de marzo de 2020
Los médicos no son ningunos héroes. Tampoco lo son aquellos
bomberos que, a fuerza de agua y amianto, rescatan las víctimas de incendios
feroces, tampoco lo son cuarenta y cuatro marinos cuya sepultura está en el
fondo del Mar Argentino. Las tres profesiones que he elegido para sostener
tamaña afirmación son estrictamente vocacionales. Los médicos se han preparado
para salvar vidas, para cuidar, a como dé lugar, la salud de las comunidades a
las que pertenecen, los bomberos se alistan voluntariamente para hacer esa
enorme tarea, sienten el llamado a realizarla; los tripulantes de un submarino
han optado por ese destino siendo movilizados por la vocación de servir a la
patria. Conviene recordar que la patria es la totalidad de los habitantes que
comparten un mismo territorio y han aceptado regirse por las mismas leyes de
convivencia.
En estas épocas de pandemia la población, que no tiene en
cuenta cotidianamente a su sistema de salud ni las personas que en el trabajan,
erigen a la categoría de héroes a quienes prestan ese servicio a la comunidad.
Terminar extenuado después de una agotadora jornada de trabajo sabiendo que en
minutos – cuando termine la tregua tomada para echar una cabeceada – la jornada
recomienza, y será tan larga, agotadora y estresante como la anterior.
Entre los llamados “sanitarios” hay de todo. Los
vocacionales, los convenidos, los ‘no me quedaba otra’, los que desean el
ascenso social, los que buscan prestigio, los ‘el delantal me queda fenómeno’,
los ‘es el mandato de papá’ y tantos otros que responden a variadísimas
motivaciones, es cierto.
Sin embargo la hora exige que hagas lo que estás preparado para
hacer, que lo hagas en condiciones desventajosas y que lo hagas bien. La
situación te pide que seas exitoso en tu tarea, que puedas ser felicitado y
aplaudido, que por ahora te impongas a la enfermedad y a la muerte. El reconocimiento será absolutamente merecido. ¡Pero de ahí
a héroe hay un enorme paso!
La foto que encabeza esta nota fue premiada por la revista
National Geographic como la foto del año 1987. En ella se ve al Dr. Zbigniew
Religa (polaco) vigilar los signos vitales de un paciente después de una
cirugía cardíaca (transplante del corazón) de 23 horas de duración. En la
esquina inferior derecha, se ve a uno de sus colegas agotado y en el quirófano
no queda más nadie, el equipo comprometido en la cirugía contaba con quince o
veinte personas. Con todo derecho, ninguna de ellas está. Sólo queda el cirujano, un ayudante durmiendo en la
esquina, el desorden sangriento, la miríada de cables, los tubos, los
depósitos. Es decir las secuelas inmediatas de cualquier cirugía mayor.
Hoy, a pesar de que el corazón del Dr. Religa ha dejado de
latir, el de su paciente, Tadeusz Żytkiewicz todavía hoy, está funcionando.
Quién erige al médico en héroe, puede ser el mismo que a la
hora de su fracaso lo amenace con el castigo corporal, una demanda judicial, o
la misma muerte. No seamos ingenuos, es más frecuente lo último que lo primero.
Por eso, este señor, que sólo ha hecho lo que debía hacer, merece nuestro
enorme reconocimiento y admiración; pero no seamos exagerados. Al basurero, que
pasa por la puerta de casa trabajando a la madrugada, sin protección alguna,
deberíamos erigirle un monumento. Sabemos que si el recolector no pasa durante
48 horas, nuestro hogar se transforma en un basural.
En épocas de pandemia se descontrolan las emociones, se
distorsiona el juicio, se dispara la angustia y el miedo toma el comando de
nuestra psique. Si bien resulta totalmente comprensible, sería bueno no perder
la vara de medida, no embotar nuestra capacidad de juicio. La virtud sigue
siendo virtud, y el vicio, vicio. La primera debe ser reconocida sobre la base
de los logros provechosos obtenidos y el servicio prestado a la comunidad.
Sobre el segundo, acaso la tolerancia, el justo castigo y el perdón, deban
imponerse sobre el inconsciente repudio inmediato.
Pertenezco al gremio de los héroes de hoy, pertenezco al
gremio de los villanos de ayer. He ejercido mi profesión de médico durante más
de cuarenta años, en ese tiempo he celebrado y llorado con mis pacientes,
confieso haberme sentido héroe en varias oportunidades; pero muchos han visto
al héroe devastado por los pasillos en muchas más.
Conviene ser justo y prudente a la hora de juzgar todas las
profesiones y ocupaciones humanas, más a las que claramente están al servicio
de la comunidad, más aún a aquellas que tienen que ver directamente con la vida
y la muerte.
¡Ni héroes ni villanos, médicos! Podría ser una frase de
cabecera a la cual recurrir a menudo y en todas las épocas.
Agradezco al Dr. Zbigniew Religa, al fotógrafo James
Stansfield, y a don Tadeusz Żytkiewicz, por haber sido inocentes promotores de
esta reflexión.
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