Los jueguitos del capitán.
Ricardo T. Ricci
26 de abril de 2020.
Todos los años, para el día
del policía, el capitán organiza un día de campo e inventa tres o cuatro
jueguitos estúpidos y a la vez peligrosos. Ayer se vino con éste al que llamó:
“Acierta o pierde”. Consiste en que todas nuestras señoras o novias se sientan detrás
de la lona mientras a nosotros nos hacen mirar para otro lado. Cuando ya las
damas están bien ocultas y dispuestas, nosotros debemos pasar de uno en uno a
identificar los pies de la propia mujer o novia. El capitán y el sargento no
participan, sólo se divierten.
Los pies del extremo
derecho son los de la cabo Chadwick, esposa de Johnstone. Le encanta usar
pantalones y zapatos de hombre, la hacen sentir más segura en la comisaría.
Las dos de la izquierda no son problema, son la hija y la esposa del capitán.
Simple deducción: la esposa por los zapatos pasados de moda y la hija, porque
siempre está pegada a ella prendida de su brazo derecho. Me quedan siete.
Nunca presto atención al
modo en que mi mujer se viste, ¡lo voy a comenzar a hacer desde ahora! Esto más
que jueguito, es un modo de ponerlo a uno en flor de aprieto que en general
tiene consecuencias.
Sé que si no reconozco los
pies de mi mujer seré el hazmerreir de la jornada y luego recibiré, en casa, la
correspondiente sanción. Si elijo cualquiera de las damas de mis compañeros, se
arma la maroma, comienzan los celos y las suspicacias, luego pueden pasar meses
de sospechas y comidillas.
El problema se torna más
grave aún, si elijo los pies de la novia del sargento, ella es bien pispiretona
y de ojito alegre y él un celoso patológico. Supongo que ella será la de los
zapatos más puntudos, por las dudas no los elijo.
¡Vamos, hay que jugarse! Me
decidí por los del medio, completamente al azar. ¡Y le erre fiero! Eran los
pies de la hija del capitán que justo ese día comenzaba a practicar conductas
contra el apego. Se puso colorada de la vergüenza y comenzó a llorar. El
capitán no me va a perdonar eso.
Mi mujer también se puso
colorada, pero de la furia. Me ligué una perorata acerca de mi falta de
atención, de mi menosprecio a su persona, de mi falta de consideración por las
cosas del hogar, de que seguro que reconocía los pies de mi madre y de que en el
fondo me parecía a mi padre, un soñador distraído. Que cuando estábamos de
novios nunca recordaba que detesta el helado de chocolate y no le gustan las
flores.
Hace una semana que me trata con indiferencia, de acuerdo con los
antecedentes, calculo que estaré en el freezer por lo menos tres meses. Cuando
llego a casa le doy un beso a una estatua de mármol que se viste como mi mujer,
cuando nos vamos a dormir siento unas irradiaciones raras que vienen de su lado
y me provocan insomnio. Comida: arroz blanco con huevo duro y ¡si querés otra
cosa, ahí está la heladera! No es la primera vez que ligo de este modo.
El año pasado al capitán se
le ocurrió otro jueguito. Con los ojos vendados debía conocer a mi esposa sólo
con el tacto. Una vez realizado el reconocimiento, debía dársele un ósculo en
la mejilla. Le plantifiqué el beso a la mujer del capitán, no me había dado
cuenta del bigotillo que portaba.
Esa vez aparte del freezer
por tres meses, me chupé calabozo por tres días.
Por eso prefiero que el día
del policía no llegue nunca, o que lo trasladen al capitán de una vez.