domingo, 5 de abril de 2020

El viento, la belleza y la castidad.


“Demoledoramente bonita”
Ricardo T. Ticci. 5.4.20 (teodoro.ricci@gmail.com)



Breve y acaso prescindible introducción.
Juan Muñoz Rengel (@jjmunozrengel), es un muchacho que ha emprendido la tarea de guiar a nuevos escritores o a quienes desean comenzar por esa senda creativa. Ha fundado y dirige la Escuela de Imaginadores. Una vez por semana, o algo menos, propone en Twitter una fotografía inspiradora para que, quien lo desee, haga un microrrelato que quepa en los 180 caracteres de un Twitt. Recibe cientos de ellos, a cual más creativo y de una variabilidad realmente sorprendente. Hoy, Domingo de Ramos, propuso la fotografía que muestro más abajo.
Cumplo con su consigna. Luego, no resisto la tentación de hacer un relato algo más extenso como para despuntar el vicio.   




“Demoledoramente bonita”

Es que la mayoría de la gente piensa que a los curas nos han castrado los ojos, que nos han quemado nuestro sistema hormonal y que nuestros genitales han sido mutilados por la acción de químicos variados y otros procedimientos cuya naturaleza no me atrevo a imaginar. Ya sé que, por otro lado, muchos piensan en lo morbosamente pedófilos que son todos nuestros actos e intensiones. Debo decirles que están equivocados, lo digo con tanta seguridad porque toda generalización es errónea, falsa, y en general muy malintencionada.

Era una mañana soleada, la hermosa brisa de otoño era interrumpida de cuando en vez por ráfagas frescas del sur. Durante el embate de una de ellas sentí el grito agudísimo de la señorita. Instintivamente miré hacia ella pensando que podía haberle pasado algo, una caída, un tropezón, un arrebatador. Nada de eso, simplemente era que la racha de viento había descompuesto su indumentaria. La liviana pollera flameó por los aires descubriendo un hermoso par de piernas, cuyos pies iban calzados en un par de elegantes pero inestables zapatos. Finalmente las cosas no pasaron a mayores, la damita siguió caminando como buenamente pudo, y yo a mis cosas ya previstas.
En la revista “Pueblo Nuevo” del día siguiente salió esta foto. Antes que todo deseo alabar su estética, además a todo aquel que dice: “Miralo al cura, ¡ojito alegre él!”, deseo preguntarle: Ya seas hombre o mujer, ¿qué hubieras hecho vos? Es instintivo girar la mirada a aquello que, por inesperado, llama tu atención. Hasta un extraterrestre hubiera girado su cabeza, en caso de tenerla, para atender al grito de sorpresa e inestabilidad. Ya lo sé, los curas estamos siempre en la mirada juzgadora de aquellos que desean justificar sus propias cuitas, es así, lo entiendo. No seamos tan miserables de poner nuestros velos e intenciones en los ojos de los demás.

Una mujer bella atrae la mirada de cualquiera, también la de un cura. Mucho antes de que nos cruzáramos en la acera ya había juzgado, como hombre que soy, que se trataba de una mujer demoledoramente bonita.  

   






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