¿Será
que todos estuvimos en Kronborg?
Ricardo T. Ricci
San Miguel de Tucumán 9 de
junio de 2019
Esa bella construcción se halla en la boca del
estrecho de Oresund que separa Dinamarca de Suecia. Hablando propiamente, la
gran isla de Sealandia (Dinamarca) de la costa sueca que se halla enfrente. Se
trata de un lugar estratégico, de gran valor económico, allí se pagaba el
impuesto para ingresar al sur de Suecia, concretamente a uno de sus puertos más
famosos, Malmö. Ese estrecho también debe ser transitado para acceder a
Copenhague, la Capital de Dinamarca que a la sazón se encuentra frente a Malmö.
Ambas ciudades se encuentran hoy vinculadas por un importante puente.
Allí, en esa zona crucial, se halla desde
la edad media el imponente castillo de Kronborg. Shakespeare no lo menciona
directamente, en cambio, se refiere en forma precisa al área en la que el
castillo se encuentra ubicado. Para adentrarnos en el drama nos ubica en
Elsinor.
Dos de los físicos más importantes del
siglo XX, fundadores de la Mecánica Cuántica, Niels Bohr y Werner Heisenberg,
en algún momento indefinido de la década del ’30 salieron a dar un paseo por la
campiña danesa y se encontraron de pronto frente al famoso castillo. Ambos,
integrantes de la más estricta corriente científica de la Física Teórica, son,
por lo tanto, agudos observadores de la realidad a la que recurren
cotidianamente para poner a prueba sus más ambiciosas hipótesis. Es decir, son
estelares representantes de la ciencia dura y de la estricta racionalidad.
De pronto, situados frente al castillo de
Kronborg, Bohr le dijo a Heisenberg:
“¿No
es ciertamente llamativo como este castillo cambia tan rápido cuando la gente
imagina que Hamlet vivió aquí? Como científicos creemos que un castillo
consiste solo de piedras y admiramos la forma como el arquitecto las ordenó.
Las piedras y el techo verde como a la pátina (barniz), los detalles de madera
de la iglesia constituyen un castillo entero.Nada de esto debería modificarse
por el hecho de que Hamlet vivió aquí, pero todo cambia completamente. A veces
las murallas y los baluartes hablan un lenguaje muy distinto. El propio patio
se transforma en un mundo un tanto oscuro que nos recuerda la oscuridad del
alma humana, escuchamos a Hamlet: “ser o no ser”. A la
vez todo lo que realmente sabemos de Hamlet es que su nombre aparece en una
crónica del siglo XIII. Nadie podrá probar que él realmente existió y menos aún
que aquí vivió. Pero todo el mundo conoce las preguntas que Shakespeare se
hizo, fue su destino traer a la luz la profundidad humana; también debió
encontrar para él un lugar aquí en la tierra, aquí en Kronborg. Una vez que
supimos esto, Kronborg se torna, para nosotros un castillo bien diferente”.
Se nos hacen patentes los avances de la ficción
sobre la realidad, de los sueños sobre la vigilia, de lo atávico y ancestral
por sobre lo circunstancial, de lo emocional por sobre lo racional.
En el Kromborg ‘real’ resuenan las palabras
de Hamlet: “Ser, o no ser, ésa es la
cuestión. ¿Cuál es más digna acción del ánimo, sufrir los tiros penetrantes de
la fortuna injusta, u oponer los brazos a este torrente de calamidades, y
darlas fin con atrevida resistencia? Morir es dormir. ¿No más? ¿Y por un sueño,
diremos, las aflicciones se acabaron y los dolores sin número, patrimonio de
nuestra débil naturaleza?... Este es un término que deberíamos solicitar con
ansia. Morir es dormir... y tal vez soñar.” (Tercer acto, escena cuatro)
Estas piedras, estos muros, estos patios
nos plantean sin más la cuestión crucial del intelecto humano, el acceso a la
realidad. La presencia imaginada de Hamlet recorriendo las galerías y las
almenas. La viciosa estampa de Gertrudis reina de Dinamarca y madre de Hamlet
en acuerdo licencioso con Claudio, actual rey y tío de Hamlet. Detrás de alguna
cortina se halla el cadáver de Polonio al que el príncipe de Dinamarca mata por
error. Percibimos a Ofelia, que enloquecida de pena, se ahoga en el río cuando
cree que Hamlet asesinó deliberadamente a su padre. Por allí circulan
silenciosamente Rosencrantz y Guildenstern mostrándose amigos y ejecutando
traiciones.
Tanto de día como de noche en Kronborg las
miserias humanas ocupan espacios, impregnan los decorados las pasiones, la
vergüenza, la ira, los celos y la sed de venganza. Los deseos de poder les
otorgan una pátina imperecedera a cada objeto físico que se halla en las inmediaciones.
Una inocente piedra que se encuentra al costado del sendero por el que
caminamos, es a la vez un intrascendente pedazo de mineral y el recuerdo
simbólico de nuestra presencia entre esos muros, de nuestra participación en el
drama.
Esos son los motivos que me habilitan a
sostener que la denominada realidad, es esa sumatoria oculta e imperceptible de
lo que ocupa un lugar en el espacio y la intangibilidad del signo. Elsinor,
Hamlet, Oresund y nosotros mismos somos esa mezcla inseparable de natura y
cultura, de carne y símbolo, de lo definido y lo impreciso.
Nunca estuve allí, sin embargo soy capaz de
degustar cada emoción, cada sentimiento, cada pasión. El complot y la traición
alienan a Hamlet. Eso lo comprendo, eso me impacta, eso me irrita. Hasta puedo
imaginarme llorando mi incontenible impotencia y bronca en un rincón frio y
oscuro de esa mole de piedras.
¡Sí, de algún modo, todos estuvimos en
Kronborg!
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