“Se van a
dar cuenta, sabrán que soy yo”
Ricardo T. Ricci
Ayer fue un día
horripilante en Córdoba. Fue noticia porque era el noveno día consecutivo de
lluvia. Algún imbécil de la Voz sacó esta fotografía en la que justo salgo yo.
Este idiota no tuvo mejor idea que apuntar para mi lado.
En la misma primera plana
en la que sale esta foto, el diario publica, además, la noticia central del
día: “Prestamista asesinado en su oficina del centro de la ciudad”. Luego se
explaya: “El horrendo crimen se perpetró con una estatua de bronce de unos 20
centímetros de alto, de peso aproximado de tres kilogramos. Era el premio por
una carrera ganada en la colombófila, una hermosa estatua de un granadero en
posición de firmes. Las ironías de la vida hizo que este hombre, cuyo prestigio
social era por lo menos dudoso, encontrara la muerte inmediata por las
múltiples fracturas de cráneo producidas por otros tantos golpes asesinos
efectuados con ese objeto.”
La fotografía del diario,
una ilustración del noveno día lluvioso, muestra la avenida Vélez a las diez y
cuarto de la mañana. Los peritos afirman que esa es aproximadamente la hora del
crimen. Testigos de los ruidos de la feroz pelea, afirman que se produjeron
entre las diez y las diez y cuarto de la mañana, no pueden precisarlo con mayor
seguridad.
¡Y yo estoy en la foto! ¡Mi
actitud es tan sospechosa que cualquiera se dará cuenta! Mucho más si el que
mira es uno de esos sabuesos insobornables de la policía de la provincia.
El viejo me forzó, me puso
contra las cuerdas por una vieja deuda impaga. Él mismo amenazó con mandarme a
sus matones, él mismo me agarró por la solapa, él mismo me dio la cachetada que
me tiró contra la biblioteca. Allí tomé al granadero, y a modo de garrote le di
un golpe tan fuerte y tan certero que le partí el cráneo una primera vez. Luego,
esa bestia que todos llevamos dentro se cebó, no hice la cuenta de cuantas
veces más lo garrotié ya finado.
No me caracterizo por la
fuerza física, pero la adrenalina hace que el músculo menos entrenado enarbole
con violencia un objeto no tan pesado.
La policía se va a dar
cuenta, lo sé; con un poco de detalle que mire advertirá los signos que
aseguran mi presencia en la oficina del usurero. Si, el día esta brumoso, pero
mi silueta es inconfundible. Aparte, estoy caminando en la dirección opuesta a
la escena del crimen, me estoy yendo de allí.
Intento disimular mi mano
ensangrentada, no podría explicar semejante zafarrancho. Los pasos medidos y
nerviosos me delatan; la actitud corporal es la de un culpable, del que desea
ocultarse, del que quiere pasar desapercibido.
En ese intento de hacerme
inaparente, muestro a todas luces mi culpabilidad, mi carga. Ocurre que no soy
un asesino, pero lo soy. He matado a un hombre con mis propias manos, y eso no
lo puedo disimular.
Ahora estoy en mi casa.
Pasé una noche de tormento. Al despertarme, vi la portada del diario y con
angustia debo aceptar que mi suerte está echada, que he arruinado mi vida para
siempre.
Nota del autor: Es indispensable ir de la foto al texto y viceversa.
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