jueves, 2 de abril de 2020

La culpa o la inocencia están en los ojos que miran.


“Se van a dar cuenta, sabrán que soy yo”

Ricardo T. Ricci








Ayer fue un día horripilante en Córdoba. Fue noticia porque era el noveno día consecutivo de lluvia. Algún imbécil de la Voz sacó esta fotografía en la que justo salgo yo. Este idiota no tuvo mejor idea que apuntar para mi lado.

En la misma primera plana en la que sale esta foto, el diario publica, además, la noticia central del día: “Prestamista asesinado en su oficina del centro de la ciudad”. Luego se explaya: “El horrendo crimen se perpetró con una estatua de bronce de unos 20 centímetros de alto, de peso aproximado de tres kilogramos. Era el premio por una carrera ganada en la colombófila, una hermosa estatua de un granadero en posición de firmes. Las ironías de la vida hizo que este hombre, cuyo prestigio social era por lo menos dudoso, encontrara la muerte inmediata por las múltiples fracturas de cráneo producidas por otros tantos golpes asesinos efectuados con ese objeto.”

La fotografía del diario, una ilustración del noveno día lluvioso, muestra la avenida Vélez a las diez y cuarto de la mañana. Los peritos afirman que esa es aproximadamente la hora del crimen. Testigos de los ruidos de la feroz pelea, afirman que se produjeron entre las diez y las diez y cuarto de la mañana, no pueden precisarlo con mayor seguridad.     

¡Y yo estoy en la foto! ¡Mi actitud es tan sospechosa que cualquiera se dará cuenta! Mucho más si el que mira es uno de esos sabuesos insobornables de la policía de la provincia.

El viejo me forzó, me puso contra las cuerdas por una vieja deuda impaga. Él mismo amenazó con mandarme a sus matones, él mismo me agarró por la solapa, él mismo me dio la cachetada que me tiró contra la biblioteca. Allí tomé al granadero, y a modo de garrote le di un golpe tan fuerte y tan certero que le partí el cráneo una primera vez. Luego, esa bestia que todos llevamos dentro se cebó, no hice la cuenta de cuantas veces más lo garrotié ya finado.   

No me caracterizo por la fuerza física, pero la adrenalina hace que el músculo menos entrenado enarbole con violencia un objeto no tan pesado.

La policía se va a dar cuenta, lo sé; con un poco de detalle que mire advertirá los signos que aseguran mi presencia en la oficina del usurero. Si, el día esta brumoso, pero mi silueta es inconfundible. Aparte, estoy caminando en la dirección opuesta a la escena del crimen, me estoy yendo de allí. 
Intento disimular mi mano ensangrentada, no podría explicar semejante zafarrancho. Los pasos medidos y nerviosos me delatan; la actitud corporal es la de un culpable, del que desea ocultarse, del que quiere pasar desapercibido. 

En ese intento de hacerme inaparente, muestro a todas luces mi culpabilidad, mi carga. Ocurre que no soy un asesino, pero lo soy. He matado a un hombre con mis propias manos, y eso no lo puedo disimular.

Ahora estoy en mi casa. Pasé una noche de tormento. Al despertarme, vi la portada del diario y con angustia debo aceptar que mi suerte está echada, que he arruinado mi vida para siempre. 



Nota del autor: Es indispensable ir de la foto al texto y viceversa.


No hay comentarios:

Publicar un comentario