Andá, sentate a escucharla en serio.
Ricardo T Ricci
“Un buen lector aprende a estar con el libro; un buen lector sabe que
vale la pena dedicarle tiempo; un buen lector busca una postura cómoda para
degustar la lectura. Una postura incómoda conducirá al lector a abandonar la
lectura del texto. Sencillamente, un buen lector aprende a estar.”[1]
Una vez más Guillito, que ya cursa Semiología, me viene a
ver espantado por las cosas que ve en las sala del Hospital del Norte, los
modos con que los camilleros, enfermeros y los mismísimos médicos, tratan a los
pacientes. El esta iniciándose y resulta sorprendido por una realidad que se
encuentra naturalizada desde hace décadas: el trato brutal hacia en paciente.
Ojo Guillo, no generalicemos, hay como siempre honrosas
excepciones que merecen ser destacadas y aprender de ellas.
¿Y qué hago Rulo?
Andá, sentate al lado de la cama, y escuchá en serio a tus
pacientes. Les va a encantar, será para ellos como gozar de un vaso de agua
fresca en medio del desierto. Una corriente relativamente nueva de la medicina,
la Medicina Narrativa, estimula a tener encuentros genuinos con los pacientes,
encuentros de crecimiento mutuo y de comprensión bidireccional. Comprendo a mi
paciente y a su vez soy comprendido por él. Tené en cuenta que tampoco el
médico las tiene todas consigo, él también necesita ser atendido, comprendido y
contenido.
Mirá, así como te enseñan a valorar la objetividad, la
deducción, y la información científica; vos te tomas un minutito y le das
jerarquía a la subjetividad, a la originalidad, a la experiencia humana, a las
biografías y, sobre todo a las emociones. Eso te ayudará, creo yo, a disipar el
ambiente de negatividad iluminándolo con candelas de compasión humana.
Podés afirmar con todas las letras que el paciente es como
un “texto” con el que debes interactuar. Es un texto riquísimo, que no merece
ser reducido a lo meramente biológico; además de los valores bioquímicos tiene
una historia, no apareció en la sala espontáneamente y de la nada; su
radiografía tiene tanto valor como su expresión lingüística, sus gestos, su
mirada, sus lágrimas o su sonrisa.
Siguiendo a un famoso filósofo de la Interpretación
(Hermenéutica), Paul Ricoeur, podemos afirmar: “el hecho de que el paciente sea visto como un texto es sinónimo de que
en su ser de enfermo pueden emerger palabras que muchas veces deben ser
extraídas del silencio, palabras cuyo decir es siempre múltiple y están a la
espera de nuevas interpretaciones que decidan su significación, palabras que,
además, estarán abiertas a los muchos que puedan leerlas, a todas las
instancias sociales que pueden proveer salud, en mayor o menor medida”[2]
Para abordar ese “texto” llamado paciente necesariamente
debemos desarrollar una actitud
compasiva. Llamemos compasión, a ese movimiento del corazón que se puede
enseñar y desarrollar mediante un proceso de sensibilización a la situación
concreta del paciente, a su dolor, a sus éxitos y fracasos. Quien desea
incrementar la compasión puede comenzar potenciando su capacidad de asombro,
promoviendo una apertura a la realidad y a la presencia de los rostros
concretos de las personas que sufren. Algo similar al asombro y expectativa que
nos anima a iniciar la lectura de un libro.
Para lograr esa compasión son necesarias algunas actitudes
básicas que solo mencionaremos someramente.
a. Humildad. Ya
lo decía Santa Teresa de Avila: “Humildad es andar en verdad.” Acaso sea
conveniente revisar de vez en cuando nuestra verdad. Somos seres falibles, frágiles,
vulnerables, similares a los pacientes a los que, en general y equivocadamente,
tendemos a poner en un polo opuesto al nuestro.
b. Soledad.
Aprender a disfrutar de nuestra soledad. “En
la soledad nos percatamos de que nada humano nos resulta ajeno, de que las
raíces de todo conflicto, guerra, injusticia, crueldad, odio, celos y envidias
están profundamente ancladas en nuestros corazones.”[3]
c. Aprender a estar.
Es como aquello que nos reclaman en cualquier otro ámbito social. “Che, si
estás conmigo, tenés que estar conmigo, largá el celular, dejá de pensar en las
cosas del trabajo. Ahora estás conmigo.” Aprender a estar, y estando, escuchar,
es disponer de tiempo en exclusividad (100%), no sólo atender, sino a adoptar
actitudes corporales de comodidad y atención, mirar a los ojos, neutralizar las
distracciones. Tengo 2 minutos para vos. Bien, esos dos minutos tienen 120
segundos, ni más, ni menos y son todos míos.
d. Dejar ser.
Para ello tenemos que dejar a un lado el ‘metro patón’ con el que mensuramos
nuestra vida. No prejuzgar, no juzgar son el fundamento de la actitud de dejar
ser al otro como él es. Significa evitar etiquetar al paciente que como
nosotros es una persona dotada de plasticidad y cambio. Etiquetas como ‘Cama
1’, deben ser evitadas como también: el rengo, la gorda, el TBC, la histérica,
el amargao, etc. Es conveniente tener en cuenta que del mismo modo que
etiquetamos, somos etiquetados.
Para concluir querido Guillito: Las cosas son como son, y
nuestra vida es lo que hacemos con las cosas como son. Esta frase con
reminiscencias sartrianas, nos anima a no quedarnos en la queja y acometer la
transformación del mundo. ¿Cuál mundo? Todo el mundo comenzando por lo que nos
rodea cada día, aquello en lo que estamos comprometidos y es nuestra
responsabilidad.
[1]
Rosas Jimenez, C. A. “Medicina
Narrativa: el paciente como “Texto”, objeto y sujeto de la compasión” Acta
Bioethica 2017; 23 (2): 351-359
[2]
Rosas CA. “El paciente como “texto” según Ricoeur: implicaciones en bioética.” Bioética
2014; 22(2): 234-240.
[3]
Nouwen H. El camino del corazón. Buenos Aires: Editorial Guadalupe;
2005.
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