Me
quedé pensando señora Oruga…
Ricardo
T. Ricci
En estos días pasados usted, de manera
un tanto prepotente, me hizo esta pregunta: “¿Quién eres?”. Me tomó por
sorpresa, quedé un poco desconcertada en un medio que no lograba entender, no
atinaba a descubrir su lógica en caso de que en verdad la tuviera. Me costó
amoldarme. Justamente en el momento de nuestro encuentro yo estaba teniendo
problemas con mi altura, no tenía dominio sobre las dimensiones de mi cuerpo,
mi situación era totalmente inestable. La inestabilidad del cuerpo va seguida
necesariamente de la de la mente, ya sabe usted que la mente es también cuerpo.
Había tomado no sé qué brebaje que me tenía
a mal traer con mis dimensiones, pasaba de tener su altura señora, más o
menos doce centímetros, y al rato mi cuello se elevaba por encima de las copas
de los árboles y se me confundía con una enorme serpiente.
En ese contexto
delirante, viene usted y me pregunta quién soy. Yo le contesté que no lo sabía,
que a la mañana me había despertado recordándolo, pero que ahora dadas las
circunstancias no lo sabía, tal era la fugacidad y la inestabilidad de mis
estados. Se acuerda ¿no? Soy Alicia, y ahora ya me encuentro en casa luego de
haber disfrutado y sufrido a la vez, ese lugar del sin sentido en el que usted
vive. Ahora, ya más tranquila, pienso y repienso acerca de los encuentros
delirantes que tuve y comienzo a convencerme que no lo fueron tanto, y que me
ofrecen pistas para ver de otro modo temas que consideraba solucionados y
agotados. Temas que pensaba, pertenecían a una realidad inmutable de absoluta
certeza, y que ahora observo con cierta saludable perplejidad.
Por ejemplo, el encuentro que tuve con
usted. Como le recordé hace instantes me quedé pensando en su pregunta, que no
por cotidiana deja de ser inquietante. Hoy pienso que usted es la persona menos
indicada para presumir de cierta estabilidad de vida, no se puede decir que el
estado de oruga sea precisamente un estado de quietud y duración. Usted, cuando conversamos, acababa
de ser larva y se aprestaba a ser mariposa un tiempito después. Me preguntó quién
era, produciéndome malestar al advertir mi propio estado de fugacidad cuando
usted misma tiene contados los minutos para ser quien es. Menudo desparpajo el
suyo ¿Usted ya era doña Oruga siendo larva? ¿Seguirá siéndolo cuando tenga alas
de hermosos colores? ¿Es que podemos hablar de una permanencia de la identidad
como para contestar hoy que soy A, y mañana que continúo siendo A y no B? ¡Mi querido amigo el señor Charles
LutwidgeDodgson estaría feliz si me viera razonando con esta formalidad!
Resulta mi querida señora Oruga, que
todo este tiempo que pasamos en esta biblioteca, mucha agua ha pasado bajo el
puente de la identidad. Se pensó que los genes, la información en ellos
contenida era inmutable y poseían una marcada determinación. Pues no es así.
Nuestra dotación genética se manifiesta parcialmente, y esa manifestación tiene
una marcada relación con el ambiente que nos rodea. ¡Sabe qué! No sólo con el ambiente
físico o biológico que nos rodea, también con el social. Eso me encantó, lo
social nos modifica permanentemente. Por lo tanto, mi querida señora, yo no soy
ahora la misma que antes de conocerla, y por supuesto que con usted ocurre algo
similar. Se trata de un proceso adaptativo aún más rápido que su esperada metamorfosis. A
propósito… ¿siente en sus células el proceso del cambio? Obviamente no es mi
caso, yo no seré mariposa, pero cambio con la misma rapidez que usted. Las
células que me conforman se eliminan y nacen otras nuevas que las reemplazan, y
luego otras más y luego otras más aún. Como las víboras cambian de piel, todos
cambiamos permanentemente las células, los órganos y los sistemas que nos
constituyen. Otro tanto pasa en el cerebro, por lo menos en el nuestro, no
conozco tanto acerca del cerebro de las orugas. Cambian nuestras células, se
modifican las conexiones, lo que sirve y se usa, se fortalece, por el contrario
lo que está en desuso es podado o modificado. Hay unas ramificaciones de las
neuronas(las células del sistema nervioso), que se llaman dendritas; es
increíble ver con la rapidez que se modifican, con la que crecen, con la que
multiplican sus ramitas. En esas células, en las conexiones que hay entre unas
y otras se localiza nuestra memoria en forma de complejos químicos de cierta
estabilidad. Esa es la memoria llamada a largo plazo, la que permite que cuando
el Sombrerero Loco o La Reina de Corazones dicen: ¡Alicia!Yo –ese mí mismo tan
venerado – reaccione dándose la vuelta hacia la llamada. Es lo que le permite a
usted abstenerse de reaccionar si el
llamado es el mismo.
Ahora, mi querida Doña Oruga: ¿Intuye usted la fragilidad
del fundamento biológico de nuestra identidad? La fugacidad, la insustancialidad,
la sutileza es su característica fundamental. Nuestro Yo vive en el reino de lo
improbable, como la vida. La suya o la mía, la del planeta entero.
Y usted tiene el desparpajo irreverente
de preguntarme quién soy. Soy Alicia señora mía, la increíblemente débil y
fugaz, y a la vez aquella que, desde esa realidad paupérrima común a toda la
humanidad, aspira a conquistar las estrellas, la que pretende entrometerse
entre las partículas subatómicas e insiste en querer saber qué ocurrió antes
del Big Bang. Soy Alicia, la que con recursos limitadísimos aspira a poner algo
de orden en este país del sinsentido en el que es común ver un gato sonriendo y
lo que es más, seguir viendo la sonrisa aunque el gato se haya ido. Mi querida
señora, ahora la dejo esperando que mañana, cuando sea mariposa, se digne a
reconocerme y me guiñe un ojo para que yo, a mi vez, la reconozca.
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