¡Pase el próximo!
Ricardo T. Ricci
SMT, noviembre de 2018
Pase el próximo, dijo el doctor. Me levanté de la silla y
encaré hacia la puerta del consultorio. A punto de entrar me dijo: Espere un
rato por favor, atiendo a las chicas primero, luego sigue usted. Vi que se
paraba para saludar con una sonrisa y la mano extendida. Una actitud típica de
quien conoce desde hace tiempo a la otra persona, en este caso las presuntas
pacientes. Claro… presuntas porque nadie pasó al lado mío, mucho menos dos
señoritas, las hubiera visto. Diciendo algunas palabras de bienvenida el doctor
cerró delicadamente la puerta. Me quedé de una pieza, mudo. Atónito miré a la
secretaria quien asentía con la cabeza como diciendo: si ellas estaban primero.
Incómodo y dubitativo volví a mi asiento.
No, no estoy loco, no había nadie esperando conmigo y de
golpe no pasa nadie al consultorio y ese nadie es bien recibido por el médico.
Esto es muy, pero muy extraño. La voz del doctor se escuchaba como un murmullo,
mientras perecía reír como festejando alguna ocurrencia o alguna anécdota
cómica.
Ese día había decidido ir al médico porque tenía algunas
sensaciones difusas, un poco de dolor leve, algo de taquicardia, un estado
suspiroso permanente. Laura me venía diciendo desde hace unos días que hiciera
una consulta. “Estás muy atareado Humberto, no dormís bien, ese laburo te tiene
loco.” Estaba llevándome trabajo a la casa y me quedaba después de cenar a
terminar con algunos papeles. Es cierto, estaba descansando muy mal, comiendo
peor y distraído, muy distraído de las cosas de todos los días. Casi no hablaba
con Laura. Pensé que todo esto iba a ser pasajero, pero ya hace seis meses que
vengo con este ritmo.
La secretaria hacía esfuerzos para no mirar en mi dirección.
Los sonidos del consultorio continuaban llegando distorsionados hasta mí, lo
único identificable era la voz, la voz del doctor. Celso Gutiérrez es un
psiquiatra que me recomendaron; yo no tengo ni idea de estas cosas. Me lo
mencionaron dos o tres veces, por eso decidí venir a consultarlo. La sala de
espera no te dice nada, muy impersonal, paredes claras con cuadros deslucidos
de flores insulsas. Sillas desparejas, una mesita con revistas de American
Express viejas. La secretaria, que insiste en mirarme de costado, es seguramente
una maestra de grado licenciada por enfermedad. Pobre, se encuentra
incómodamente sentada en un banquito detrás de un escritorito minúsculo. Laura
no sabe que me decidí a venir, de lo contrario me hubiera acompañado.
Resulta que, en una de las últimas noches de insomnio, sentí
que se cerraba la puerta del departamento con un golpecito cuidadoso, nada de
estruendo. Luego percibí desde nuestra habitación que esa puerta se abría y me
permitía escuchar un cuchicheo, como si fueran personas que hablan en secreto.
Todo oscuro, Laura respiraba profundo a mi lado. Me levanté curioso, y
naturalmente no había nadie.
Tomé un vaso de agua, me comí media banana, y me volví a la
cama. Al rato, nuevamente el sonido de la puerta que se cerraba con un suave
golpecito. No le conté nada a Laura, pero me pareció extraño. En noches
siguientes me puse tremendamente ansioso porque volví a sentir ruidos. Ayer en
la empresa me sorprendí cuando en el ascensor de pronto vi una persona que no
había visto al subir. Esas cosas raras me decidieron a venir a lo de Gutiérrez.
Continuaban los comentarios en el consultorio, yo solo
distinguía la voz, al parecer ‘las chicas’ no hablaban o lo hacían muy bajito.
Cierta inquietud se apoderó de mí, se
instaló la sospecha. Por qué, me pregunte. ¿Y si otros ven cosas, así como yo
oigo cosas? ¿Y si hay complicidades para engañar a los pacientes? ¿Y si todo es
una puesta en escena para que se nos chifle el moño? Sospechaba de la
secretaria tan envarada. Sospechaba del doctor tan cordial. Sospechaba de las
que no vi y me obligan a esperar. Esas voces dentro del consultorio; todo raro,
muy raro.
¡Que pase el próximo! Es lo que debió haber dicho Gutiérrez
cuando salieron ‘las chicas’. Yo no fui testigo, me encontraba ya a la prudencial
distancia de diez cuadras.
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