miércoles, 4 de marzo de 2020

¿Está enfermo Martín?


¿Está enfermo Martín?
Ricardo T. Ricci
San Miguel de Tucumán 4 de febrero de 2019
_______________________________________________________________





En una pequeña librería de Maldonado me distraigo observando los títulos en la sección de Filosóficos y Ensayos. Sólo me distraigo, los precios ponen mucho empeño en disuadirme de llevar adelante compra alguna. Bastante provista, la librería me propone más de un título interesante en el escasísimo espacio que el centro de compras le permite ocupar.

Justo a mi lado, un niño mira y remueve por sus lomos libros en el mismo sector en el que me encuentro. Es un changuito más apto para los Backyardigans o para la Linterna Verde que para las obras sesudas, tal es mi prejuicio. Oye, ¿te gusta leer? Si señor me encanta, las librerías son mis lugares favoritos. Y ¿qué te gusta leer? Ah, me encantan los filósofos, ya me he leído a Aristóteles, Paltón y Descartes.

Se llama Martín, tiene doce años, el pelo revuelto, una mirada franca, directa, inocente. Todavía lleva puesto el short de baño y una remerita ajada, es que recién viene de la playa Brava que se encuentra muy cerca, sólo a tres o cuatro cuadras. Me llama mucho la atención su predisposición al diálogo con un adulto desconocido. En estos tiempos de forajidos desbocados de todo tipo, que un niño acepte compartir su inocencia con un adulto, es una bendición en sí misma.
Cada uno sigue por sigue por su lado, me distraen algunos textos de Foucault, Barthesy uno hermoso de Walter Benjamin, pero me son inaccesibles. Ya los buscaré por internet, acaso los consiga gratuitos en PDF. Me acerco a la caja para preguntar el precio de una novela de Enrique Vila – Matas en edición de bolsillo. Allí coincidimos nuevamente con Martín; él pregunta por el precio de una edición de tapa dura de la Crítica de la Razón Pura de Emmanuel Kant. La cajera le da un precio exorbitante y le advierte que está reservado para un cliente. La cara de decepción de Martín es manifiesta. Un señor “Prudencio” que se encuentra detrás de él en la fila le dice: “Eso estás por leer, mirá que de allí no se vuelve”. ¿Leíste a David Hume?, te conviene hacerlo antes, de Kant no salís más. Martín le agradece y con carita de frustración regresa a las estanterías.

¡Martín!, ¿dónde estás?, un señor de mediana edad llama desde la puerta del negocio. Buen día, ahí está adentro Martín. ¿Es usted el papá? Ante la señal de asentimiento: ¿Sabía usted que tiene un hijo notable? ¿Realmente ha leído todo lo que afirma haber leído? Si, se pasa el día leyendo. Todo comenzó con la serie esa, Merlí, luego vinieron los libritos para principiantes, esos con dibujos, ¿vio? Se los leyó a todos. Luego Platón, Aristóteles y ahora últimamente Descartes. ¿Y usted mismo lo guía? No, prefiero no hablar con él de esto. En realidad no sé si es que prefiero no hacerlo o me resulta imposible. Estoy muy preocupado por Martín, con todo esto de los libros se está alejando de sus amigos. Casi no sale con ellos, lo buscan y nada, siempre pone escusas. Lo veo como ido, como que está viviendo en su mundo.

Mire…la de su hijo no es una vocación frecuente, intervino Prudencio. En realidad es más bien rara. Si usted no puede hacerlo, es recomendable que alguien lo guíe. Es importante ayudarlo para que, a dosis justas, avance sólidamente.

¿Será que el niño está enfermo?

“El punto inicial de todas las búsquedas es, para el Santo de Aquino, la famosa frase de Aristóteles; “Todos los hombres tienen por naturaleza el deseo de saber”[1]“Primero al hombre lo desvela el deseo de conocer la realidad, segundo, así como el fuego se inclina a calentar las cosas, el hombre se inclina a saber, a entender, tercero, sólo el intelecto nos permite intentar unir nuestro fin con nuestro principio.”[2]

Es totalmente natural que lo haya picado el bichito de la curiosidad. Lo que Martín tiene de original es que no ha desoído esa llamada. Los ruidos del mundo y de la edad no lo han ensordecido.
Martín en efecto está enfermo. Está enfermo de esa sed insaciable que promete ser aplacada por el próximo libro. Luego tendrá que venir otro porque no lo logrará. Luego otro, y otro, hasta siempre. En el caso de que no se cure, vivirá ansiando esa prometida gota de lluvia que sólo aliviará momentáneamente su sed.

Camille Claudel ansiaba llevar a cabo la escultura perfecta. Renunció a todo, se encerró para lograrla, rompió con todas las convenciones. La internaron “enferma” en un sanatorio de alienados. Los “sanos” la mantuvieron 30 años allí hasta que falleció.

Y usted que opina, ¿qué hago?

No aplicaría ninguna vacuna, ni haría ningún tratamiento. Buscaría un Maestro que lo guíe con prudencia. Eso sí, esto puede llevarle a usted la vida entera.
Cariños a Martín.






[1]Manguel, A. “Una historia natural de la curiosidad” Siglo XXI, Buenos Aires, 2016.
[2] Adaptado de la cita anterior. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario