¿Está enfermo Martín?
Ricardo
T. Ricci
San
Miguel de Tucumán 4 de febrero de 2019
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En una pequeña librería de Maldonado me distraigo observando
los títulos en la sección de Filosóficos y Ensayos. Sólo me distraigo, los
precios ponen mucho empeño en disuadirme de llevar adelante compra alguna.
Bastante provista, la librería me propone más de un título interesante en el
escasísimo espacio que el centro de compras le permite ocupar.
Justo a mi lado, un niño mira y remueve por sus lomos libros
en el mismo sector en el que me encuentro. Es un changuito más apto para los
Backyardigans o para la Linterna Verde que para las obras sesudas, tal es mi
prejuicio. Oye, ¿te gusta leer? Si señor me encanta, las librerías son mis
lugares favoritos. Y ¿qué te gusta leer? Ah, me encantan los filósofos, ya me
he leído a Aristóteles, Paltón y Descartes.
Se llama Martín, tiene doce años, el pelo revuelto, una
mirada franca, directa, inocente. Todavía lleva puesto el short de baño y una
remerita ajada, es que recién viene de la playa Brava que se encuentra muy cerca,
sólo a tres o cuatro cuadras. Me llama mucho la atención su predisposición al
diálogo con un adulto desconocido. En estos tiempos de forajidos desbocados de
todo tipo, que un niño acepte compartir su inocencia con un adulto, es una
bendición en sí misma.
Cada uno sigue por sigue por su lado, me distraen algunos
textos de Foucault, Barthesy uno hermoso de Walter Benjamin, pero me son
inaccesibles. Ya los buscaré por internet, acaso los consiga gratuitos en PDF.
Me acerco a la caja para preguntar el precio de una novela de Enrique Vila –
Matas en edición de bolsillo. Allí coincidimos nuevamente con Martín; él
pregunta por el precio de una edición de tapa dura de la Crítica de la Razón
Pura de Emmanuel Kant. La cajera le da un precio exorbitante y le advierte que
está reservado para un cliente. La cara de decepción de Martín es manifiesta.
Un señor “Prudencio” que se encuentra detrás de él en la fila le dice: “Eso
estás por leer, mirá que de allí no se vuelve”. ¿Leíste a David Hume?, te
conviene hacerlo antes, de Kant no salís más. Martín le agradece y con carita
de frustración regresa a las estanterías.
¡Martín!, ¿dónde estás?, un señor de mediana edad llama
desde la puerta del negocio. Buen día, ahí está adentro Martín. ¿Es usted el
papá? Ante la señal de asentimiento: ¿Sabía usted que tiene un hijo notable?
¿Realmente ha leído todo lo que afirma haber leído? Si, se pasa el día leyendo.
Todo comenzó con la serie esa, Merlí, luego vinieron los libritos para
principiantes, esos con dibujos, ¿vio? Se los leyó a todos. Luego Platón,
Aristóteles y ahora últimamente Descartes. ¿Y usted mismo lo guía? No, prefiero
no hablar con él de esto. En realidad no sé si es que prefiero no hacerlo o me
resulta imposible. Estoy muy preocupado por Martín, con todo esto de los libros
se está alejando de sus amigos. Casi no sale con ellos, lo buscan y nada,
siempre pone escusas. Lo veo como ido, como que está viviendo en su mundo.
Mire…la de su hijo no es una vocación frecuente, intervino
Prudencio. En realidad es más bien rara. Si usted no puede hacerlo, es
recomendable que alguien lo guíe. Es importante ayudarlo para que, a dosis
justas, avance sólidamente.
¿Será que el niño está enfermo?
“El punto inicial de todas las búsquedas es, para el Santo
de Aquino, la famosa frase de Aristóteles; “Todos los hombres tienen por
naturaleza el deseo de saber”[1]“Primero
al hombre lo desvela el deseo de conocer la realidad, segundo, así como el
fuego se inclina a calentar las cosas, el hombre se inclina a saber, a
entender, tercero, sólo el intelecto nos permite intentar unir nuestro fin con
nuestro principio.”[2]
Es totalmente natural que lo haya picado el bichito de la
curiosidad. Lo que Martín tiene de original es que no ha desoído esa llamada. Los
ruidos del mundo y de la edad no lo han ensordecido.
Martín en efecto está enfermo. Está enfermo de esa sed
insaciable que promete ser aplacada por el próximo libro. Luego tendrá que
venir otro porque no lo logrará. Luego otro, y otro, hasta siempre. En el caso
de que no se cure, vivirá ansiando esa prometida gota de lluvia que sólo
aliviará momentáneamente su sed.
Camille Claudel ansiaba llevar a cabo la escultura perfecta.
Renunció a todo, se encerró para lograrla, rompió con todas las convenciones.
La internaron “enferma” en un sanatorio de alienados. Los “sanos” la
mantuvieron 30 años allí hasta que falleció.
Y usted que opina, ¿qué hago?
No aplicaría ninguna vacuna, ni haría ningún tratamiento. Buscaría
un Maestro que lo guíe con prudencia. Eso sí, esto puede llevarle a usted la
vida entera.
[1]Manguel,
A. “Una historia natural de la curiosidad” Siglo XXI, Buenos Aires, 2016.
[2]
Adaptado de la cita anterior.
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