martes, 17 de marzo de 2020

La identidad. “Soy porque somos y en tanto somos, soy”

Fantasma


Ricardo T. Ricci
S. M. de Tucumán, 31 de octubre de 2017







La filosofía del diálogo ha impregnado el pensamiento de la segunda mitad del siglo XX. Aún en los primeros años de este siglo, seguimos nutriéndonos del pensamiento de Buber, Levinas y Ricoeur, entre otros. La enorme contribución de esta mirada es haber destacado el determinante aporte de la presencia del otro en la construcción de la propia identidad. La presencia del otro, de un Tu, resulta decisiva en la conformación y estructuración del Yo, es el fundamento sólido de nuestra propia identidad. La interacción con el otro constituye la matriz fundante de la relación entre los seres humanos en sociedades compuestas por millones de individuos. La presencia de la persona del otro es insoslayable a la hora de efectuar el intento de explicar la propia persona.

En ese sentido, el pensamiento dialógico, consolida los pasos hacia lo colectivo y lo relacional en la vida de los seres humanos. Si dudas es una evolución sustancial respecto al autorreferencial “pienso, luego existo”. Los filósofos mencionados, de un modo u otro, destacan la presencia de un Tú que me nombra, de un otro que me saca del anonimato y que me distingue. El encuentro con el rostro del otro es la piedra basal de todo discurrir filosófico e inaugura una relación ética que de ese modo pasa a constituirse como filosofía primera.

En otras culturas, esas que el eurocentrismo decimonónico denominó ‘primitivas’, la importancia del otro en la distinción de mi yo, es una obviedad, algo que con el paso del tiempo se ha arraigado como sabiduría popular. La línea clara y distinta que hace de límite entre el yo y el otro tan cara a la filosofía occidental, se encuentra difusa y borrosa en el pensamiento asiático y africano. “Umuntu, nbuntu, ngabuntu”, en la lengua Zulu significa: “Una persona es una persona a través de otras personas”. El filósofo keniata John Mbiti afirma: “Soy porque somos y en tanto somos, soy”.

La literatura permite que cuestiones que damos por conocidas, se coagulen, se nos hagan cuerpo cuando las vemos expresadas en contextos narrativos. El relato permite que frases que nos resultan familiares, vuelvan a confrontarnos y nos saquen de la modorra de lo habitual y rutinario. Es lo que me ocurrió al leer la breve novela del angoleño José Eduardo Agualusa: “Teoría general del olvido”. En ella se relatan las peripecias que una residente colonial portuguesa sufre durante la revolución y la guerra civil de Angola. Ludo es una mujer que sufre de agorafobia, que durante casi 30 años permanece encerrada por su propia voluntad en un departamento de la ciudad de Luanda. Durante su encierro se alimentará de lo que encuentre a la mano, beberá agua de lluvia y compartirá sus días con Fantasma, un perro que convive con ella desde cachorro, antes de que la puerta se cerrara y de que la entrada del departamento fuera tapiada a cal y canto. En la página 94 de la edición en castellano de Edhasa, Ludo escribe para sí misma:

“Fantasma murió anoche. Todo es tan inútil ahora. Su mirada me acariciaba, me explicaba y me sostenía”

El otro, en este caso Fantasma, murió anoche. Ya no estás más conmigo, no te encuentras más en frente de mí. Tu ausencia hace que me extrañe, me incapacita, me torna anónima. En realidad, ya no distingo lo útil de lo inútil. Ya no estoy segura de qué es lo esencial para este mi Yo desdibujado. Carezco de referencias, extraño aquellas seguridades que creía tan mías. Tu mirada me acariciaba, me explicaba y me sostenía. Me sentía yo permitiendo y generando que para mí fueras más de lo que eras.



La mirada del otro: Acaricia, Explica, Sostiene.

Acaricia actualizando las emociones y los sentimientos. La mirada se siente. Los ojos que se depositan en mi rostro me distinguen del fondo anodino que me rodea. Esa mirada me rescata de la soledad, para hacerme su huésped.

Explica. Me indica silenciosamente quién soy. Apela a mi cognición, entiendo que soy responsable de él. Reconozco en qué nos parecemos y qué nos diferencia, me anoticio de ello. Al explicarme, me provee del ABC sobre el que se construye mi frágil identidad.

Sostiene. Me da razón del espacio y el tiempo en los que existimos. Es en esas coordenadas en las que soy distinguido y singularizado. Se trata de un aquí y un ahora diferenciado de la eterna infinitud del espacio – tiempo. Ahora y aquí yo no soy cualquier yo y tú no eres cualquier tú, sólo somos nosotros.

El nivel de profundidad que logra nuestra introspección en clave dialógica es muy potente. Cuando el silencio nos atraviesa, resuenan las infinitas voces que nos sostienen, que nos dan fe de que estamos vivos, que le otorgan un sentido a lo que de otro modo sería una mera supervivencia.

Concluyamos con unas palabras de Desmond Tutu, obispo anglicano de Ciudad del Cabo – Sudáfrica:
“Mi humanidad está ligada a la tuya, es por eso que sólo podemos ser humanos juntos.”

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