Autenticidad, vida y salud.
“Ser únicamente quien eres
en un mundo que hace todo lo posible, continuamente, por convertirte en todos
los demás, implica luchar la batalla más difícil que puede librar cualquier ser
humano; y no dejar nunca de hacerlo.” (E. E. Cummings)
La cuestión de ser quien uno es, constituye un asunto que va
mucho más allá de las meras expresiones de deseo, de las rebeldías adolescentes
y de los movimientos de autoayuda de todo tipo. La autenticidad puede ser
considerada uno de los aspectos esenciales de nuestra vida, por no decir el más
crucial de todos. Autenticidad significa ser y hacer genuinamente lo que
corresponde como ser humano único y distinto, como organismo vivo singular dotado
de inteligencia y voluntad. En una primera aproximación, ser auténtico implica
originalidad, creatividad, compromiso, responsabilidad; conciencia de las
diferencias y las semejanzas, percepción de las capacidades, de los dones y de
los límites. Ser auténtico es vivir una vida particular en medio de la
generalidad de la comunidad humana. Es ser propio en medio, no necesariamente
en contra, de lo que se considera como común y se halla naturalizado como
norma.
A riesgo de ser demasiado esquemático, hay dos modos de
vivir: auténtica o inauténticamente. Este es uno de los temas
centrales del pensamiento del que es considerado el mayor filósofo del siglo
XX. Estoy refiriéndome a Martin Heidegger. En su libro insignia, “Ser y
Tiempo”, trata este tema de manera extensa y profunda. Este
filósofo alemán es complejo, y no cualquiera puede usar su terminología sin
tener un conocimiento acabado de todo su trabajo. Autenticidad e Inautenticidad
son para mí dos conceptos muy tentadores para trabajar, obviamente no al nivel
de un especialista en Heidegger, por lo tanto, me aventuraré a procesarlos sin
pretender llegar a la altura filosófica de este pensador. Me voy a limitar a
definirlos lo más claramente posible, luego hacer una reflexión acerca de
ellos y proponer una aplicación concreta referida a la vida y la salud de las personas.
Los términos que nos interesan, se refieren a la actitud
general ante la vida y ante la muerte. De hecho el ser humano es
el único animal que sabe que temprano o tarde va a morir, es su única verdadera
certeza. Si ante esa realidad procede de una manera evasiva, con conductas de
evitación o de distracción, está procediendo de manera inauténtica, si por el
contrario, opta por mirar
individualmente a la muerte de frente y vivir en consecuencia, estamos ante
un comportamiento propio de una persona auténtica.
Inautenticidad
Los animales no humanos carecen de la posibilidad de
preguntarse, particularmente de aquellas cuestiones
nucleares de la vida. Los seres humanos, en cambio, somos acosados por esas
preguntas desde nuestra temprana infancia. La mayor parte de nuestra vida
vivimos en una existencia que consiste en aferrarnos a ella con uñas y dientes.
Nuestro marco cultural, indispensable para la vida humana, nos propone
un vivir estándar, una vida que se realice dentro de los cánones considerados
normales, saludables, divertidos, seguros, etc. La cultura, el contrato social,
desde nuestro nacimiento nos ofrece un hábitat consistente en un modo de
observar y vivir el mundo. De ese modo nos indica cómo vivir, cuáles deben ser
nuestros gustos, cómo han de ser las relaciones entre nosotros, que se ha de
respetar y por qué, que está prohibido, que es lo que se castiga y qué podemos
o debemos esperar para cuando nuestra vida acabe. Si mansamente nos adaptamos a
esta propuesta, y no mediando ningún sobresalto, nuestra vida transcurrirá
tranquilamente y seremos unos más de esos que viven como ‘se’ vive. Vivir como
‘se’ vive significa dejarse llevar, sumarse a la corriente, hacer lo que hacen
todos. Ante la pregunta: ¿Por qué haces esto?, la respuesta es, ‘No sé, todos
lo hacen así’, ‘Así se hace’. Podríamos afirmar que es una existencia seductora, y cómoda para el hombre que vive en la sociedad. Abandonarse a ella, es tomar la senda
que lleva a ponerse al mismo nivel que el resto de las cosas del mundo.
Podríamos decir que la existencia ha caído en el mundo, que el yo ha sido
sepultado dentro del ‘se’, de lo impropio, de lo ajeno, de lo de todos.
“El filósofo alemán, Martin Heidegger, llamó a esto «vivir en
estado de interpretado», lo que significa que no sólo se vive creyendo lo que
se lee y se escucha, sino que todo eso se repite a los demás. Somos el eco en
una caverna, un disco rayado, un loro yaco del Amazonas.”[1]Dostoievski
escribió que la existencia humana no sólo está en vivir, sino también en saber
para qué se vive.
Autenticidad.
Además, los hombres estamos expuestos y arrojados a un mundo
en el que estamos expuestos a la doble tensión entre independencia y soledad, responsabilidad y miedo. Si el individuo
acepta su independencia, su autonomía y, en consecuencia, su responsabilidad,
se hace cargo de un modo propio de su vida. Advertirá que necesita a los demás
y de que se tiene que relacionar de un modo u otro con el mundo. Construirá relaciones
con los otros sobre la base de su autonomía y responsabilidad. De esto se trata
la existencia auténtica, la que corresponde mejor al modo de existir humano.
Por ella estamos obligados a elegir y somos responsables de nuestras elecciones
queramos o no. De esa autenticidad, de esa libertad y responsabilidad surge la
autentica identidad.
Necesariamente una opción como ésta nos expone a extrañarnos
en la convencionalidad de lo público, a no hallarnos a gusto en las normas del
‘se’. Aceptando la realidad de la muerte, nos hacemos responsables de nuestros
actos y de nuestra existencia en general. Vivimos de frente a la realidad que
es apreciada con sus ventajas y defectos. Y nos desvelamos paso a paso en la
búsqueda de un sentido para nuestra vida. Uno de los modos en el que puede
manifestarse el sentido, es la conversación. En la existencia autentica las
conversaciones son mejor escuchadas y mejor argumentadas. Es posible descubrir
otras perspectivas, ya que resultan más interesantes en términos de contenido y
vivencia.
Fundamentalmente el vivir auténtico es la existencia franca y
personal de lo elegido. Es posicionarse ante el mundo con una identidad
original y singular, ante la inevitabilidad de una existencia inauténtica en
medio de la sociedad humana. La convivencia social, obliga al hombre a
normatizarse como modo por defecto de vivir, de otro modo serían imposibles la
armonía y la concordia. La autenticidad, el brote de lo auténtico, es la
excepción en el fluir de la vida cotidiana, de lo contrario el sistema nos
expulsaría por ajenos a él. Es en ese contexto en el que puede y debe
producirse el destello de la autenticidad. Es la manifestación de lo auténtico
lo que permite el desarrollo del mundo de los hombres hacia destinos que,
reconociendo la existencia de la finitud, apuntan a más allá de ella.
La salud parece estar en el
equilibrio.
No se puede con las improntas del oficio. ¿Qué es más saludable, la autenticidad o la inautenticidad? Por un lado la respuesta parece
ser obviamente la autenticidad, es como somos propiamente nosotros mismos, como
somos más genuinos, como logramos expresar mejor quienes somos. Sin embargo,
alguien podría decir que la inautenticidad es mejor. Es una situación más
protegida, la sociedad me incluye y me guarda. Siendo como la mayoría, las
cosas y los acontecimientos resultan más previsibles, por lo tanto disminuye la
incertidumbre y eso es salud. El ser humano siempre ha buscado el lugar seguro,
la tranquilidad, lo previsible. Aborrece la exposición, el riesgo innecesario,
la incerteza. La curiosidad lo motoriza, el vacío lo congela y lo incapacita.
Siguiendo el pensamiento de nuestro filósofo podemos decir
que, “el sentido originario de la salud consiste en la posibilidad del ser
humano de realizarse en la vida fáctica. Esto significa que la salud es un modo
de ser.”[2]Sin
embargo, conviene advertir que la enfermedad también constituye otro modo de ser
en el mundo. Por lo tanto, desde ambos estados, es posible construir un proyecto
desde la finitud de la existencia, para crear nuevas y diferentes solidaridades
con los que nos rodean, y trascender al denominado ‘mundo circundante de lo
útil’. “El poder – ser es, en efecto, el sentido mismo del concepto de
existencia.”[3] Uno de los modos de ser es
el ‘ser – sano’ y otro el ‘ser – enfermo’, de modo que es el hecho de estar
instalado en la existencia el concepto básico para entender el sentido
originario de la salud humana. En ambos casos se ponen en evidencia las
caracteríticas básicas del Ser – en – el – mundo, la apertura y la posibilidad.
Heidegger ha dejado claro y ha insistido, que el ser humano ha
sido arrojado al mundo en el cual establece relaciones con las cosas, con los
otros y consigo mismo. En ese contexto se patentiza el desarrollo de su
proyecto en la vida circundante. “Si permanece frente a estas relaciones sin
tomar conciencia de ellas, aunque determinen su existencia, está en la
inautenticidad de la vida fáctica y, en consecuencia, niega toda posibilidad de
apertura para comprender al otro y lo otro.”[4]“Por
el contrario, si al hacer consciente estas relaciones admite la finitud de su
propia vida, se sitúa ante el mundo circundante como proyecto que hace frente a
la posibilidad de abrirse al mundo entero dentro de la autenticidad de la vida
fáctica.”[5]
De este modo estamos en condiciones de afirmar que la vida
del hombre oscila entre entre la salud y la enfermedad
del mismo modo que puede oscilar entre la autenticidad y la inautenticidad. La
pertenencia al hábitat humano, reclama del hombre una cierta aceptación y
asimilación de la vida común, la vida de todos, el referido mundo del se. Por
otro lado, el otro modo de ser en el mundo, la autenticidad, le permite
instalarse en él de manera singular, creativa y diferenciada. Podríamos
hipotetizar que la salud consiste en ‘vivir en el mundo y no ser del mundo’.
Esta frase que resuena a Evangelio, quiere decir que necesariamente debemos
vivir en la inautenticidad de la pertenencia al mundo de las cosas, de la
cultura, del contrato social y de los convencionalismos. Sin embargo, que
vivamos allí, no significa que nuestro ser más genuino y más autentico se
manifieste en la originalidad que permite ver al mundo como otro, y brillar en
él con una luz tan finita como propia.
[2]Rillo, A. G. “Aproximación ontológica al sentido
originario de la salud desde la hermenéutica filosófica” RevHumMed v.8 n.1
Ciudad de Camaguey ene.-abr. 2008.
[3]Heidegger, M. “Ser y Tiempo”. Trotta, España, 2003
[4]Gadamer, HG. “Acotaciones hermenéuticas” Trotta, España, 2002.
Citado en Rillo, A. G.
[5]Idem.
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