martes, 3 de marzo de 2020

Ser auténtico, original, singular, permite vivir una vida personal.


Autenticidad, vida y salud.
Ricardo T. Ricci SMT, 19 de diciembre de 2018



“Ser únicamente quien eres en un mundo que hace todo lo posible, continuamente, por convertirte en todos los demás, implica luchar la batalla más difícil que puede librar cualquier ser humano; y no dejar nunca de hacerlo.” (E. E. Cummings)



La cuestión de ser quien uno es, constituye un asunto que va mucho más allá de las meras expresiones de deseo, de las rebeldías adolescentes y de los movimientos de autoayuda de todo tipo. La autenticidad puede ser considerada uno de los aspectos esenciales de nuestra vida, por no decir el más crucial de todos. Autenticidad significa ser y hacer genuinamente lo que corresponde como ser humano único y distinto, como organismo vivo singular dotado de inteligencia y voluntad. En una primera aproximación, ser auténtico implica originalidad, creatividad, compromiso, responsabilidad; conciencia de las diferencias y las semejanzas, percepción de las capacidades, de los dones y de los límites. Ser auténtico es vivir una vida particular en medio de la generalidad de la comunidad humana. Es ser propio en medio, no necesariamente en contra, de lo que se considera como común y se halla naturalizado como norma.

A riesgo de ser demasiado esquemático, hay dos modos de vivir: auténtica o inauténticamente. Este es uno de los temas centrales del pensamiento del que es considerado el mayor filósofo del siglo XX. Estoy refiriéndome a Martin Heidegger. En su libro insignia, “Ser y Tiempo”, trata este tema de manera extensa y profunda. Este filósofo alemán es complejo, y no cualquiera puede usar su terminología sin tener un conocimiento acabado de todo su trabajo. Autenticidad e Inautenticidad son para mí dos conceptos muy tentadores para trabajar, obviamente no al nivel de un especialista en Heidegger, por lo tanto, me aventuraré a procesarlos sin pretender llegar a la altura filosófica de este pensador. Me voy a limitar a definirlos lo más claramente posible, luego hacer una reflexión acerca de ellos y proponer una aplicación concreta referida a la vida y la salud de las personas.
Los términos que nos interesan, se refieren a la actitud general ante la vida y ante la muerte. De hecho el ser humano es el único animal que sabe que temprano o tarde va a morir, es su única verdadera certeza. Si ante esa realidad procede de una manera evasiva, con conductas de evitación o de distracción, está procediendo de manera inauténtica, si por el contrario,  opta por mirar individualmente a la muerte de frente y vivir en consecuencia, estamos ante un comportamiento propio de una persona auténtica.

Inautenticidad
Los animales no humanos carecen de la posibilidad de preguntarse, particularmente de aquellas cuestiones nucleares de la vida. Los seres humanos, en cambio, somos acosados por esas preguntas desde nuestra temprana infancia. La mayor parte de nuestra vida vivimos en una existencia que consiste en aferrarnos a ella con uñas y dientes. Nuestro marco cultural, indispensable para la vida humana, nos propone un vivir estándar, una vida que se realice dentro de los cánones considerados normales, saludables, divertidos, seguros, etc. La cultura, el contrato social, desde nuestro nacimiento nos ofrece un hábitat consistente en un modo de observar y vivir el mundo. De ese modo nos indica cómo vivir, cuáles deben ser nuestros gustos, cómo han de ser las relaciones entre nosotros, que se ha de respetar y por qué, que está prohibido, que es lo que se castiga y qué podemos o debemos esperar para cuando nuestra vida acabe. Si mansamente nos adaptamos a esta propuesta, y no mediando ningún sobresalto, nuestra vida transcurrirá tranquilamente y seremos unos más de esos que viven como ‘se’ vive. Vivir como ‘se’ vive significa dejarse llevar, sumarse a la corriente, hacer lo que hacen todos. Ante la pregunta: ¿Por qué haces esto?, la respuesta es, ‘No sé, todos lo hacen así’, ‘Así se hace’. Podríamos afirmar que es una existencia seductora, y cómoda para el hombre que vive en la sociedad. Abandonarse a ella, es tomar la senda que lleva a ponerse al mismo nivel que el resto de las cosas del mundo. Podríamos decir que la existencia ha caído en el mundo, que el yo ha sido sepultado dentro del ‘se’, de lo impropio, de lo ajeno, de lo de todos.

“El filósofo alemán, Martin Heidegger, llamó a esto «vivir en estado de interpretado», lo que significa que no sólo se vive creyendo lo que se lee y se escucha, sino que todo eso se repite a los demás. Somos el eco en una caverna, un disco rayado, un loro yaco del Amazonas.”[1]Dostoievski escribió que la existencia humana no sólo está en vivir, sino también en saber para qué se vive.

Autenticidad.
Además, los hombres estamos expuestos y arrojados a un mundo en el que estamos expuestos a la doble tensión entre independencia y soledad,  responsabilidad y miedo. Si el individuo acepta su independencia, su autonomía y, en consecuencia, su responsabilidad, se hace cargo de un modo propio de su vida. Advertirá que necesita a los demás y de que se tiene que relacionar de un modo u otro con el mundo. Construirá relaciones con los otros sobre la base de su autonomía y responsabilidad. De esto se trata la existencia auténtica, la que corresponde mejor al modo de existir humano. Por ella estamos obligados a elegir y somos responsables de nuestras elecciones queramos o no. De esa autenticidad, de esa libertad y responsabilidad surge la autentica identidad.

Necesariamente una opción como ésta nos expone a extrañarnos en la convencionalidad de lo público, a no hallarnos a gusto en las normas del ‘se’. Aceptando la realidad de la muerte, nos hacemos responsables de nuestros actos y de nuestra existencia en general. Vivimos de frente a la realidad que es apreciada con sus ventajas y defectos. Y nos desvelamos paso a paso en la búsqueda de un sentido para nuestra vida. Uno de los modos en el que puede manifestarse el sentido, es la conversación. En la existencia autentica las conversaciones son mejor escuchadas y mejor argumentadas. Es posible descubrir otras perspectivas, ya que resultan más interesantes en términos de contenido y vivencia.
Fundamentalmente el vivir auténtico es la existencia franca y personal de lo elegido. Es posicionarse ante el mundo con una identidad original y singular, ante la inevitabilidad de una existencia inauténtica en medio de la sociedad humana. La convivencia social, obliga al hombre a normatizarse como modo por defecto de vivir, de otro modo serían imposibles la armonía y la concordia. La autenticidad, el brote de lo auténtico, es la excepción en el fluir de la vida cotidiana, de lo contrario el sistema nos expulsaría por ajenos a él. Es en ese contexto en el que puede y debe producirse el destello de la autenticidad. Es la manifestación de lo auténtico lo que permite el desarrollo del mundo de los hombres hacia destinos que, reconociendo la existencia de la finitud, apuntan a más allá de ella.

La salud parece estar en el equilibrio.
No se puede con las improntas del oficio. ¿Qué es más saludable, la autenticidad o la inautenticidad? Por un lado la respuesta parece ser obviamente la autenticidad, es como somos propiamente nosotros mismos, como somos más genuinos, como logramos expresar mejor quienes somos. Sin embargo, alguien podría decir que la inautenticidad es mejor. Es una situación más protegida, la sociedad me incluye y me guarda. Siendo como la mayoría, las cosas y los acontecimientos resultan más previsibles, por lo tanto disminuye la incertidumbre y eso es salud. El ser humano siempre ha buscado el lugar seguro, la tranquilidad, lo previsible. Aborrece la exposición, el riesgo innecesario, la incerteza. La curiosidad lo motoriza, el vacío lo congela y lo incapacita.

Siguiendo el pensamiento de nuestro filósofo podemos decir que, “el sentido originario de la salud consiste en la posibilidad del ser humano de realizarse en la vida fáctica. Esto significa que la salud es un modo de ser.”[2]Sin embargo, conviene advertir que la enfermedad también constituye otro modo de ser en el mundo. Por lo tanto, desde ambos estados, es posible construir un proyecto desde la finitud de la existencia, para crear nuevas y diferentes solidaridades con los que nos rodean, y trascender al denominado ‘mundo circundante de lo útil’. “El poder – ser es, en efecto, el sentido mismo del concepto de existencia.”[3] Uno de los modos de ser es el ‘ser – sano’ y otro el ‘ser – enfermo’, de modo que es el hecho de estar instalado en la existencia el concepto básico para entender el sentido originario de la salud humana. En ambos casos se ponen en evidencia las caracteríticas básicas del Ser – en – el – mundo, la apertura y la posibilidad.

Heidegger ha dejado claro y ha insistido, que el ser humano ha sido arrojado al mundo en el cual establece relaciones con las cosas, con los otros y consigo mismo. En ese contexto se patentiza el desarrollo de su proyecto en la vida circundante. “Si permanece frente a estas relaciones sin tomar conciencia de ellas, aunque determinen su existencia, está en la inautenticidad de la vida fáctica y, en consecuencia, niega toda posibilidad de apertura para comprender al otro y lo otro.”[4]“Por el contrario, si al hacer consciente estas relaciones admite la finitud de su propia vida, se sitúa ante el mundo circundante como proyecto que hace frente a la posibilidad de abrirse al mundo entero dentro de la autenticidad de la vida fáctica.”[5]

De este modo estamos en condiciones de afirmar que la vida del hombre oscila entre entre la salud y la enfermedad del mismo modo que puede oscilar entre la autenticidad y la inautenticidad. La pertenencia al hábitat humano, reclama del hombre una cierta aceptación y asimilación de la vida común, la vida de todos, el referido mundo del se. Por otro lado, el otro modo de ser en el mundo, la autenticidad, le permite instalarse en él de manera singular, creativa y diferenciada. Podríamos hipotetizar que la salud consiste en ‘vivir en el mundo y no ser del mundo’. Esta frase que resuena a Evangelio, quiere decir que necesariamente debemos vivir en la inautenticidad de la pertenencia al mundo de las cosas, de la cultura, del contrato social y de los convencionalismos. Sin embargo, que vivamos allí, no significa que nuestro ser más genuino y más autentico se manifieste en la originalidad que permite ver al mundo como otro, y brillar en él con una luz tan finita como propia. 





[2]Rillo, A. G. “Aproximación ontológica al sentido originario de la salud desde la hermenéutica filosófica” RevHumMed v.8 n.1 Ciudad de Camaguey ene.-abr. 2008.
[3]Heidegger, M. “Ser y Tiempo”. Trotta, España, 2003
[4]Gadamer, HG. “Acotaciones hermenéuticas” Trotta, España, 2002. Citado en Rillo, A. G.
[5]Idem.

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